Aquí para conseguirse la comida hay que trabajar. Si quiere la llevo donde trabajo; allá se bebe y se baila”, me dijo una prima hermana. Me fui de la casa a los 14 años y comencé en la prostitución. Me gustaba mucho bailar.
Vivía en Sopetrán. Mi papá era bulteador en la Plaza de Cisneros, cuando se llamaba Guayaquil. Mi mamá trabajaba en un restaurante en el mismo lugar, por lo tanto, a mí me tocó criar a mis hermanos. Durante ese tiempo me tocó ser mamá entre los 8 y los 14 años, porque mis papás se mantenían trabajando. Cocinaba y cuando se me quemaba el arroz mi papá me castigaba muy duro, con lo que tuviera a la mano: un cordón o una cincha (que era una cabuya gruesa que se usaba para cargar mercados).
Rodando por ahí llegué a La Virginia, Risaralda. Me quedé un año. Donde llegaran buscando mujeres, yo era la primera que me iba. Así conocí muchos pueblitos: me fui a Pereira, luego un pequeño pueblo llamado Ando, luego Zarzal (Valle), Cúcala Grande y Cúcala Real. Llegué hasta Cali en ese recorrido, luego, a los Llanos Orientales en Granada (Meta), al puerto de San Martín, San José del Guaviare. Barrancabermeja, Santa Marta, Ciénaga y Barranquilla. Todo ese tiempo estuve como dice el disco: de bar en bar.
He trabajado en casas de familia. Hacía aseo, las cuidaba, me la rebuscaba en el Centro, en bares y cantinas, vendía dulces y cositas.
Me enseñaron a pedir comida en Guayabal; allá iba donde una señora que me daba costalados de alimentos para llevar a mi casa, lo que fuera para conseguir la comida de mis hijos. Ahora soy vendedora ambulante, actriz y artista plástica. Pico y chao.