El reloj ya marcaba el minuto 90 y la tarde en el Atanasio Girardot se deslizaba hacia ese tipo de silencios incómodos que sólo puede dejar un empate sin goles en casa. La hinchada de Atlético Nacional, más de 30 mil almas expectantes y vibrantes, empezaba a resignarse a otro de esos partidos amargos que suele ofrecer el Unión Magdalena cuando se planta con su libreto rocoso y su estrategia de aguante. Pero entonces, como un relámpago que rasga el cielo en la hora más oscura, apareció Dairon Asprilla. Un cabezazo suyo, furioso, preciso, liberador, le dio al verde una victoria agónica y merecida: 1-0 sobre el filo del abismo.
Hasta ese momento, el arquero Eduard Esteban Beltrán era el nombre escrito con letras doradas en el resumen de la tarde. Atajó todo. En el segundo tiempo se convirtió en muralla, escudo y milagro viviente para un Unión que jugaba a sobrevivir y que por poco lo logra. Cada balón que volaba en dirección a su arco encontraba sus manos, su cuerpo, su determinación. Incluso cuando Kevin Viveros celebró una anotación, el fuera de lugar dictado por el VAR apagó la ilusión. Beltrán seguía imbatible.
El libreto era el de siempre. Alexis García, maestro del antifútbol eficaz, planteó un partido de cerrojo y contragolpe, y una vez más logró que Nacional, con todas sus virtudes, luciera por momentos atado, trabado, frustrado. Las ausencias pesaban: sin Andrés Román, Juan Manuel Zapata y Alfredo Morelos, y con Camilo Cándido entrando solo en el complemento, al verde le costaba fluir. Pero Javier Gandolfi movió sus fichas y en el segundo tiempo el equipo fue otro. Más punzante, más ancho, más valiente.
Y fue entonces, cuando parecía que no había más caminos por explorar, que llegó ese cabezazo que cambió todo. Dairon Asprilla, el hombre de confianza, el que siempre da una más, el que siempre está, se elevó entre todos, como impulsado por la necesidad y el corazón. Con un frentazo seco y certero mandó la pelota al fondo del arco. No hubo espacio para dudas ni para reacciones del arquero. Fue el grito del alma, el desahogo que hacía falta, el premio al equipo que nunca dejó de buscar.
Ese gol, el séptimo de Asprilla con la camiseta de Nacional, no solo salvó la jornada. Extendió a 15 la racha de partidos invictos del verde en su fortín y lo mantuvo entre los líderes del campeonato, a tan solo 6 puntos de los 30 que garantizan su clasificación anticipada a los cuadrangulares. Más allá del marcador, la historia fue una muestra de carácter: cuando parecía que no se podía, se pudo. Cuando todos se resignaban, uno creyó y voló.
Ahora, Nacional vuelve a mirar al sur del continente. Su camino en la Copa Libertadores continúa este jueves en Porto Alegre, donde enfrentará al Internacional de Brasil a las 5:00 p.m. con la confianza de haber arrancado con fuerza tras golear 3-0 a Nacional de Uruguay. El desafío es enorme, pero este equipo ha demostrado que tiene con qué soñar.
Luego, el 13 de abril, el reto será local: Millonarios lo espera en El Campín por la Liga. Partidos grandes para un equipo que quiere volver a ser gigante. La tarde en Medellín terminó en victoria, pero más que eso, fue una declaración de intenciones: este Nacional no se rinde. Este Nacional pelea hasta el último minuto. Porque cuando el corazón verde late, el Atanasio vibra. Y cuando Asprilla salta, los sueños vuelan.
