El inglés Lewis Hamilton (Mercedes), que festejó su séptimo triunfo del año, y el neerlandés Max Verstappen (Red Bull), cuyo liderato se redujo a ocho puntos a falta de dos carreras, tensaron aún más el Mundial de Fórmula Uno en la pista de la debutante Qatar.
Fernando Alonso (Alpine) brilló en la noche de Losail, subiendo de nuevo, siete años después, a un podio que se convirtió en el número 98 de su brillante carrera en la categoría reina.
Al podio de Qatar, tercer país de Oriente Medio que alberga una carrera de F1 -después de Baréin y Abu Dabi (Emiratos Árabes Unidos)-, se subieron los que para muchos son los tres mejores pilotos debutantes en este siglo, que arrancó con el reinado del alemán Michael Schumacher -sus dos primeras coronas datan de 1994 y 1995-, cuyos siete títulos igualó Hamilton el año pasado.
Sir Lewis, de 36 años, nombrado caballero por la Reina Isabel tras emular al “Kaiser”, ganó, por delante de “Mad Max” -doce años menor- en la noche en la que brilló por encima de todos el doble campeón mundial asturiano, que, a los 40 confirmó lo declarado a EFE el pasado mes de julio en Austria.
“En la F1 no importa la edad, importa el cronómetro”, afirmó ese día Alonso, cuyo anterior cajón en la F1 se remontaba al Gran Premio de Hungría de 2014.
Hamilton parecía sentenciado en México, donde ganó la joven estrella neerlandesa y su compañero mexicano Sergio Pérez añadió la música -con su decimoquinto podio del año- a la gran fiesta de Red Bull.
Pero el excéntrico y espectacular campeón de Stevenage también cuenta entre sus virtudes la resiliencia; y, tras ganar los dos fines de semana siguientes, en Sao Paulo (Brasil) y en Losail, ha puesto el Mundial al rojo vivo. Tras elevar a 102 dos de sus propios récords históricos en la Fórmula Uno: el de “poles” y el de victorias.
Verstappen marcó la vuelta rápida y minimizó daños de forma superlativa en Losail, donde “Checo” acabó cuarto; y el otro español, Carlos Sainz (Ferrari), fue séptimo. Por no observar la doble bandera amarilla durante la calificación del sábado.
El gran ídolo de la afición de los Países Bajos -que experimenta el equivalente a lo que la “Alonsomanía” representó en España hace 15 años- fue sancionado con la pérdida de cinco puestos en parrilla, por lo que arrancó séptimo. Tardó sólo un puñado de vueltas en recuperar su posición del sábado -la segunda- y acabó firmando un giro rápido en carrera que en este caso vale doble: sumó un punto y evitó que lo hiciese su gran rival.
Pero Hamilton volvió a hacer bueno el lema que lleva (literalmente) tatuado en su piel, “Still we rise”, que viene a decir algo así como “A pesar de todo, emergemos”. Y el Mundial más apretado de los últimos años es ahora mismo una olla a presión, a falta de dos carreras: la de Arabia Saudí, que también debutará en F1, dentro de dos fines de semana; y la de Abu Dabi, que cerrará el campeonato el próximo 12 de diciembre.
Tanto el capitán de Mercedes, como el de Red Bull, dependen de sí mismos. A trazo grueso, Hamilton logrará un inédito octavo título si gana las dos carreras que quedan, pero Verstappen ya podría coronarse en Arabia, dentro de dos domingos, si gana y el inglés no mejora un octavo puesto; o incluso siendo segundo en Yeda, si el británico no puntúa en la penúltima prueba.
Todo parece indicar, no obstante, que el acceso al trono está situado en el circuito de Yas Marina, en Abu Dabi. En un Mundial cuya emoción se traslada también al Mundial de constructores, en el que Mercedes -ganadora de los siete últimos- aventaja en cinco puntos a Red Bull.