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Teresita Gómez “Uno no puede andar por la vida con rencores”

La pianista antioqueña habla de lo que ha aprendido en sus 82 años, de lo que heredó de sus padres biológicos y del papel crucial de sus padres adoptivos. Además, cómo se salvó de una dura experiencia en la cárcel, a donde la llevaron por error.

  • Leyenda viva del piano, Teresita Gómez es una de las concertistas colombianas de mayores trayectoria y reconocimiento. Este domingo TeleAntioquia estrena un documental en el que se cuenta su vida y su arte. FOTO esneyder Gutiérrez.
    Leyenda viva del piano, Teresita Gómez es una de las concertistas colombianas de mayores trayectoria y reconocimiento. Este domingo TeleAntioquia estrena un documental en el que se cuenta su vida y su arte. FOTO esneyder Gutiérrez.
15 de marzo de 2025
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Teresita Gómez nos recibe en su casa, en el cruce de la avenida La Playa con El Palo, pleno corazón de Medellín. Le digo con admiración que la ciudad y el país llevan ya más de dos años celebrando sus 80 años y que las fiestas no paran. Ella, con la modestia y la simpatía de siempre, dice que va a cumplir “28 años” como una manera de ponerle gracia a los 82 que completará en mayo.

Su cara brilla cuando sonríe, y lo hace a menudo. Esta noche, en TeleAntioquia, estrenan el documental sobre su vida. Quisimos hablar con ella sobre los aprendizajes de su vida. Hablamos de su historia, de su adopción, de cómo desde niña aprendió a tocar el piano, y de capítulos menos conocidos como el de sus padres biológicos, la importante herencia que le dejaron, y también lo que aprendió cuando arbitrariamente la tuvieron 22 días en la cárcel y le hicieron 18 interrogatorios.

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¿Qué es vivir en La Playa con El Palo, que es como el corazón de Medellín?

“Es maravilloso porque además desde bebé estuve en La Playa con Córdoba, donde queda Bellas Artes”.

Es decir, hoy vive a dos cuadras... no deja el vecindario que es el corazón del centro de Medellín.

“Exactamente. No me gusta irme del centro. En todas partes me embolato”.

Pero usted estuvo en Europa, vivió en Berlín, y también en Bogotá ¿Por qué volvió a Medellín?

“Mi hijo que estaba haciéndose una recuperación y quería acompañarlo. Y luego me ofrecieron un puesto en la universidad. Al principio me dio duro porque llevaba mucho tiempo en Bogotá. Pero después uno va otra vez encontrando el tumbao a la ciudad. Claro que yo nací en una época que era más tranquilo el centro. Ahora tenemos mucho ruido. También me quedé por la pedagogía. Me parece muy importante uno entregarle a los otros lo que ha aprendido, lo que ha cosechado. Tener alumnos es una forma de seguir aprendiendo”.

Si a una persona como usted, que ha vivido intensamente, le tocara dar una clase magistral sobre cuál ha sido la mayor lección de su vida ¿Qué diría?

“Primero que todo, uno tiene que amar lo que hace. Porque si en cualquier carrera no está ahí el corazón, no pasa nada. Tiene que haber una entrega. Con la música pasa esto. Es como un sacerdocio. Yo lo digo mucho. Es muy diferente a la música popular. Es una comunión con el espíritu. Tú vas a un concierto y no te mueves, simplemente te relajas y escuchas. Hay música que te conecta contigo y te puede quitar la tristeza”.

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Y además de la música, sobre la vida ¿Qué ha llegado a entender mejor en este tiempo?

“Bueno, que uno no puede andar por la vida con resentimientos ni con rencores. Uno tiene que ser muy compasivo para poder transitar la vida. La vida no es fácil. Tienes tropiezos en cada momento, tienes que respirar para afrontarlos y aprender a levantarse luego de un momento trágico”.

Y usted ha tenido momentos difíciles. Ha contado cómo cuando vivía en Bellas Artes no podía recibir clases de piano porque no pertenecía a cierta clase social...

“Pero más tarde entendí que la música no tiene clase social ni nada, la música es algo que no tiene color, que no tiene clase, que no tiene raza, que es para el que pueda”.

¿Usted entendió eso desde niña o se demoró en entenderlo?

“Creo que le puse palabras después. Yo creo que uno entiende eso desde niño y si es negro la gente se lo hace entender a uno porque ser negro tiene sus ventajas”.

¿Cuáles son esas ventajas?

“Puede que a la gente no le guste este color, pero a uno sí le sirve porque le hace ver la gente que realmente ha superado la bobada”.

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¿Es como un filtro?

“Uno capta ahí mismo quién es racista y lo deja tranquilo. Porque cada cual tiene sus gustos”.

Es decir, usted nunca tuvo complejos...

“Yo creo que sí. Por ejemplo, me gustaba el pelo largo y como no tenía pelo largo no me gustaba. Pero mi mamá me alisó. Ahora lo que amo de las negras es su pelo con sus trenzas, con esas maravillas que se hacen, que se ven tan lindas porque son auténticas. A uno le alisaban el pelo y parecía una escoba en esa época. En la música que yo hago casi no hay negros. Es una música que no es taquillera con la cual no te puedes volver rico. Uno no alcanza a ser una Shakira. Pero ellas son unas valientes, me parece que hace su labor muy bien”.

¿Cómo es esa bonita historia de la frase que le dijo su mamá para explicarle por qué ellos, que eran sus papás adoptivos, eran blancos y usted era negra?

“A mi el negro me encanta. No conocí a mi madre biológica porque soy hija adoptiva. Pero mi madre era la criada de un músico blanco. No la conocí, pero sé que la fuerza me viene de África y la siento. Nunca me sentí mal negrita. Los negros tenemos mucha fuerza”

¿Pero cuál era la frase que le dio su mamá?

“Que me había tomado un frasco de tinta china. Para que me defendiera de esas bobadas”.

En el libro Teresita Gómez. Música, Toda una vida cuenta la historia de su madre negra a la que no conoció, ¿le da dolor no haberla conocido o la tiene dentro de sí?

“Es que yo la siento. Eso es muy extraño. Porque no la conocí pero está ahí, dentro de mí. Me dio cosas, por ejemplo el ritmo. Yo bailo salsa. Los músicos clásicos casi no bailan. Ahora estudio tango. Tengo el espíritu de la danza dentro de mí. Eso es muy negro”.

Y también en el libro cuenta la historia de su padre biológico que usted nunca había contado. ¿No le gusta hablar de ella?

“Yo trabajé con él. Él me dejó la música clásica y era un gran músico extraordinario, Pietro Mascheroni. Que también me dio cosas muy lindas”.

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Usted cuenta en el libro que usted a pesar de conocer a Mascheroni durante mucho tiempo no supo que era su papá biológico...

“Mucho tiempo... y trabajé con él”.

Su papá biológico tuvo la idea de que sus papás adoptivos estuvieran en Bellas Artes...

“Ahí fue el enredo. Él seguro me entregó a ellos”.

¿Ellos nunca le contaron a usted la historia completa?

“La historia completa no la supo sino mi papá. El era una tumba. El era muy amigo de Mascheroni, le cobraba los cheques, le ayudaba en todas esas cosas. Él era empleado de confianza. Sabía la clave de la caja fuerte. Fue condecorado en por la Sociedad de Mejoras Públicas después de cierto tiempo”.

¿Y Mascheroni le enseñó?

“No, él no me enseñó nunca. Yo trabajé con él en la ópera de Colombia. Aquí, en Medellín. Eso pasó en el 68, más o menos”.

¿Y sintió alguna familiaridad en él?

“No. Solamente cuando yo tocaba Mascheroni se emocionaba mucho. Yo le preguntaba a mi papá por qué el maestro se ponía así y mi papá me decía que el maestro me quería mucho. Es que de eso no se hablaba. El maestro Mascheroni fue una figura para mí musical”.

¿Qué papel tuvo en la música?

“Él era director de orquesta. Él también estuvo en La voz de Medellín. Él era pianista de la orquesta de Lucho Bermúdez, Matilde Díaz.

¿Impresionante la solución que él buscó?

“Yo crecí feliz porque estaba en Bellas Artes, escuchaba la música que yo amaba. Mi casa era dentro de Bellas Artes. En esa época los cantantes llegaban a Bellas Artes. Vi, por ejemplo, a Lola Flores. Yo siempre estaba por ahí escuchando”.

¿Y lo de entender la adopción fue después?

“En esa época se decía de crianza. Hay un momento, como a los 15 años, que a uno le gustaría conocer a su mamá. Pero no con drama. Yo nunca fui de dramas. Ni siquiera cuando estuve en la cárcel... experiencia grande de la vida”.

Cuéntenos de esa experiencia...

“Me metieron en la cárcel por un atraco a la Caja Agraria, por dos asaltos a Telecom y por una reunión con el M-19”.

¿Todo eso se lo atribuyeron?

“Cuarenta años de cárcel me daban. En ese momento ya tenía mis tres hijos, que se quedaron con la abuela”.

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¿Quién la salvó de esa prisión?

“La hija de Margoth Arango, que fue rectora del Conservatorio”.

¿Por supuesto para esa época ya eras pianista reconocida?

“Mi primer concierto fue a los 11 años en el Teatro Colón”.

¿Aunque también según ha contado otro primer concierto fue a los 4 años en Bellas Artes cuando el público fueron tu papá y tu mamá?

“Ah sí. Sí”.

¿Y qué pruebas supuestamente tenían contra usted?

“Los militares del B2 me hicieron 18 interrogatorios. No era cualquier cosa. Yo me leí todos los libros de Agatha Christie, porque miedo quita miedo. Nos hicimos íntimas. Los leía por la noche porque no dormía porque a esa hora venían a llevarse a torturar la gente”.

¿Te tocó ver u oír eso?

“No me tocó ver pero oír llorar sí. Yo estaba sola en una celda pero a veces entraban mujeres a hacerse como las amigas. Estuve veintidós días en ese sitio. Tuve un interrogatorio diario”.

¿Y había militado o cuál era la razón para que la detuvieran?

“A esa edad la política estaba lejos de mí, yo no sabía que era el M-19”.

En general ha estado lejos de la política...

“Ahora uno se tiene que enterar porque con esta bulleranga planetaria. Pero de eso no hablo. Yo andaba con los nadaístas, yo era rebelde eso sí, pero a nivel existencial. Me sentaba con los amigos a tomar café, en el Café la Bastilla que quedaba ahí”.

¿Mejor dicho... es testimonio de que había una persecución indebida a quienes pensaban diferente?

“Pero eso si me la clavaron muy dura. Yo vivía en Bogotá, pero me apresaron aquí en Medellín. Gloria Zea llamó, todo el mundo llamó. Me acuerdo que esa noche yo estaba con mi amiga Marga López, gran poeta, y uno de esos poetas y andábamos más pobres que mandamos a comprar un cuarto de ron con una Coca-Cola para que rindiera. Y después me molestaban diciendo que donde había guardado la plata de la Caja Agraria. Esa experiencia me enseñó mucho”.

¿Qué le enseñó?

“Los inocentes también pueden pagar lo que no han cometido. Eso es una lección que dan las cárceles. Eso te cambia completamente la visión de la vida. No es suficiente ser inocente, te pueden poner la vida patas arriba”.

¿Cómo salió de ese problema?

“Primero que todo me defendí muy bien. Desde los diez años soy lectora. Sabía que Kafka había escrito El proceso”.

¿Los libros la salvaron de 40 años de condena?

“Sí. Y que todo el mundo se puso las pilas porque sabía cómo era yo”.

Le oí decir alguna vez que tuvo cuatro amores pero que no alcanzó el quinto como Elizabeth Taylor...

“Yo tuve cuatro convivencias. Porque no me gustaba no tener con quien compartir la vida. Hasta que me di cuenta que esa partecita no era para mí”.

O ¿tal vez elegiste al piano? ¿Encuentras que puedes hacer una vida amando tu oficio?

“Cuando eres joven es importante tener pareja, porque si no la tienes no sabes quién eres. Una pareja ayuda a mirarte. Uno se mira en el otro. Pero entonces uno se mira mal, porque uno quiere que el otro sea la imagen de uno. Eso es un embolate muy grande”.

Ahora se dedica mucho al Zen y al yoga...

“Desde hace muchos años me dedicó al zen. De niña iba mucho a la iglesia católica hasta que me di cuenta del racismo de los curas y de las monjas. Eso lo cuento en el libro: yo quería estudiar con las franciscanas, pero no fue posible porque era negra. Yo me decepcioné mucho de ciertas cosas de la iglesia, porque también he conocido grandes personas, grandes amigos sacerdotes”.

¿Cuáles son las obras que más te gusta interpretar?

“Es una pregunta difícil porque a mí me gustan todas las que yo toco. Y las toco por épocas. Hay una época de Mozart, otra de Beethoven. Pero siempre está Bach. A mí Bach me quita la depresión”.

Se asombra uno al verla tocar con tanta fuerza, tanta velocidad, a los ochenta y dos años...

“Ahora todo el mundo está preocupado por la edad. En la época mía no. Hay miles de tratamientos para estirarse, para volverse a hacer, para quitarse, para ponerse. Entonces, así se envejece cualquiera. Hay una preocupación constante por el cuerpo. Se busca que todo lo de afuera se vea bonito así lo de adentro no lo esté. Mi mamá decía ‘caras se ven pero corazones no’”.

Vio el documental... algo que no haya contado...

“Ya no me acuerdo, pero la vida de uno no la cuenta toda”.

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