Detrás de las fachadas y a través de ventanas minúsculas y los cubículos transcurría la vida en una Montevideo que en la década del 50 del siglo pasado se movía a toda velocidad. Era una ciudad que se hacía más grande, en la que los pasos que se recorrían desde la casa hasta el trabajo empezaban a ser memorizados y las empresas públicas tenían empleados por montones.
Esa versión de la capital uruguaya y de los seres que la habitaban casi de manera mecánica fue la que plasmó Mario Benedetti en su libro Poemas de la Oficina en 1956, el octavo que publicó. Se agotó en las primeras dos semanas en las que estuvo en venta y para el autor y para el entorno editorial enfocado en la poesía era algo raro.
Veinte años después de esa publicación, el autor nacido en Paso de Los Toros se aventuró a decir que probablemente el poemario había tenido tanto éxito en ventas porque “por primera vez la gente se reconocía en los poemas: “Estos hablan de nosotros, ¡hablan de nosotros!”, dijo en una entrevista en 1978 a Joaquín Soler Serrano en el programa español A Fondo.
Ese libro le abrió las puertas a posteriores publicaciones que lo llevaron a ser conocido fuera de su natal Uruguay y ser traducido a más de una quincena de idiomas.
Una generación
Para 1956, año de la publicación de ese primer éxito comercial, Benedetti había hecho periodismo en el semanario Marcha, una publicación cultural y política que arrancó en 1934 y se publicó hasta 1974, tras la instalación de la dictadura militar de Juan María Bordaberry.
Marcha tenía resonancia en Uruguay y se había logrado esparcir por Latinoamérica “gracias al alcance de sus análisis coyunturales, al inigualable nivel de su staff y de sus colaboradores internacionales”, apunta el poeta y cantautor uruguayo Martín Palacio Gamboa. En el espacio dirigido por Carlos Quijano y en el que Juan Carlos Onetti figuró como Secretario de Redacción, Benedetti fue director del contenido literario y colegas como Ángel Rama, Ida Vitale, Arturo Ardao e Idea Vilariño publicaron sus letras.
A muchos de ellos se les englobó bajo la denominación Generación del 45 y, a grandes rasgos, los unieron el uso del lenguaje coloquial, la capacidad para unir una herencia del realismo con el existencialismo francés y la ciudad como su protagonista, resume Palacio. Más de medio siglo después de que se fue consolidando esta Generación, la poesía de Benedetti es criticada en el campo académico. Sus textos, con frecuencia, están atados a críticas. Se le ha señalado como un poeta menor, como comentó una vez el poeta español Antonio Gamoneda durante la presentación de un libro, o que usaba un lenguaje que es excesivamente coloquial en su poesía.
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El escritor y poeta Pablo Anadón analizó y criticó el trabajo de Benedetti en varias entregas de la Revista Fénix, respetada entre poetas y escritores. Sobre su libro Rincón de haikus de 1999, opinó: “Como un paradójico Rey Midas de la posmodernidad, todo lo que Benedetti toca con la punta de sus versos se transforma en banal. Si el haiku se diría nacido de una extrema intimidad y confidencia con la “soledad sonora” del silencio —para el poeta uruguayo en cambio “hay pocas cosas / tan ensordecedoras / como el silencio”.
Aún así, títulos como Inventario, una compilación de su poesía desde la década de los 50 hasta los 80, ha sido reeditado en múltiples ocasiones. Fragmentos de sus poemas se siguen compartiendo, hay lecturas en voz alta en forma de podcast en Spotify o Apple podcasts todavía. ¿Qué ha quedado plasmado en su obra para que todavía tantos lo lean y lo busquen si, en ciertos círculos de la academia y la poesía, no siempre es considerado como un buen poeta?
Mirar de cerca a Montevideo
El nobel peruano Mario Vargas Llosa señaló en una entrevista para El Comercio en 2014, que “en una época en que la literatura latinoamericana buscaba ser muy vistosa, elegante, brillante, él hizo una literatura sobre una clase media más bien gris, burocrática, que existía, en cierta medida, en el Uruguay de su juventud y de su primera madurez”.
Ambos Marios sostuvieron una amistad por un tiempo, hasta que las ideas políticas de Benedetti alejaron un poco a Vargas Llosa, de acuerdo con el peruano. Dejando el hecho de lado, el Nobel indicó que el uruguayo encontraba un lenguaje y unas historias “capaces de expresar, de una manera bastante persuasiva, ese mundo de burócratas, de gente que está atrapada en una rutina de clase media”.
El escritor uruguayo Rafael Courtoisie, ganador del Premio Casa de América de Poesía Americana, compartió que un libro como Poemas de la Oficina fue “un golpe mortal a la retórica y la solemnidad epigonal de los años 30”, una sacudida fuerte a la manera tan lineal como se desarrollaba la poética uruguaya, “en donde abundaban los constructores de sonetos, los espíritus protervos y luctuosos y una pertinaz ausencia de humor que se confundía a menudo con profundidad metafísica”.
En el texto Mario Benedetti y los lectores posibles, publicado por la revista Confluencia de la Universidad del Norte de Colorado, la doctora en Letras Ana María Porrúa señaló que con respecto a esa perspectiva que asumió Benedetti inicialmente, “un oficinista puede ser entendido entonces como el común denominador de la sociedad contemporánea. En el texto esta figura se asienta sobre una dicotomía que podríamos denominar romántica: oficina vs. vida, o bien en otra de sus formaciones, oficina vs. naturaleza. La ocupación administrativa cristaliza como la negación del ocio”.
Añade Courtoisie que los poemas que están ahí, desde su perspectiva, son un análogo uruguayo de la antipoesía de Nicanor Parra, “una formulación, a la manera rioplatense, de una poesía de lo cotidiano, con vueltas de tuerca humorísticamente reflexivas”. Siempre el humor, destaca, fue como una especie de marca registrada en sus textos. Esa herramienta contribuyó a forjar su lenguaje.