Es como volver a abrir un álbum de fotos. Fijarse bien en una imagen que ya ha sumado años y darse cuenta de que hay unos que ya no están y paisajes que no lo son más. Que ese que era uno ya no se parece tanto. Así sucedió con muchos de los poemas que Camilo Suárez fue guardando durante un poco más de dos décadas y que se transformaron en su primer poemario: Ladran Perros.
“No solo es un ejercicio vocativo, sino una exploración del lenguaje sobre unos acontecimientos que ya se encuentran inevitablemente perdidos en el pasado”, cuenta el profesor.
Suárez es, además, doctor en Humanidades de la Universidad Eafit y coordina la maestría en Hermenéutica Literaria de esa universidad. Antes de dar tantas clases por medio de pantallas, cantaba en las noches en los conciertos de Parlantes y Bajo Tierra, donde también funge como letrista. “Son procesos muy particulares en su naturaleza”, dice. Algunas de las letras de sus canciones han sido poemas, Ladran Perros presta su ambiente a una canción como Bailarina.
Además está Piscina Escuela, que hizo parte del primer álbum de Parlantes en 2005. La canción y el poema no dicen lo mismo a pesar de basarse en una memoria en particular:
Estrepitosas zambullidas.
Aprender a respirar, esa es la cuestión.
Imitar a las burbujas.
“Hay comunicabilidad de elementos, ambientes o situaciones de los poemas a las canciones o de las canciones a los procesos de escritura. Hay algunas cosas que una canción no soporta, porque no tiene la naturaleza discursiva para repetir un elemento o abrirse a una exploración de una idea que requiere, eventualmente, unos recursos que solo la escritura proporciona”.
Entre aguas
El autor presentó este libro publicado por Atarraya Editores en la Fiesta del Libro. Se trata de una edición que incluyó sellos diseñados por Julián Cárdenas para acompañar algunos de los poemas. Es un recorrido que espera hacer desde el lenguaje para llevar consigo sus evocaciones de la naturaleza, la infancia y las sabaletas (peces), unas que luego se van entrecruzando con visiones de ciudad, de escenarios, quizá, más cotidianos.
Se acerca a ciertas experiencias del campo, pero también a la transición que muchas personas han hecho de ese espacio a la ciudad y los articula con algunos episodios biográficos, aunque la búsqueda no fue intentar reconstruir un recuerdo o una imagen necesariamente, sino de vestir cada uno con “la especificidad propia de aquellas palabras que se disponen sobre una página”.
En la exploración de sus recuerdos tuvo una distancia de años, tiempo para decantar. “Históricamente es como si los hubiera cubierto el agua”, de hecho el lugar que usó como base del campo y el monte, está hoy cubierto por agua y ahora es una hidroeléctrica. “Se parece un poco al modo como alguien hoy puede ocuparse de esos escenarios a través de una atmósfera que la enrarece o la aparta de la experiencia directa – señala –. Es el lenguaje el que hace flotar esos recuerdos, distanciados por el tiempo y por lo que logra el lenguaje con esas situaciones. Cómo se disponen esos pedazos de ese naufragio que es la infancia”.