Obsesionarse con una idea, escribir dos párrafos. Parar, releer. Borrar un párrafo. Retomar la idea, que llegue otra a acompañarla y escribir una página entera. Leer y seguir escribiendo. Parar, releer. Borrar, borrar no un párrafo, sino toda la página. Empezar de nuevo.
El ejercicio de alguien que escribe se traduce en esa sucesión, en desorden, de esos movimientos. A veces, la gran mayoría, es un proceso que se demora un tiempo largo. No siempre es continuo porque un texto pide pausas, llegan otras ideas y las primeras se dejan madurando. Cuando es el momento de poner el punto final, quien escribe quizá querrá celebrarlo, lo comparte con amigos, familiares, otros aspiran a otra cosa: ¿y si eso se pudiera publicar?
Para el autor argentino Franco Vaccarini, escritor infantil y juvenil, la experiencia de la primera publicación llegó cuando tenía 27 años. Recuerda bien el alivio que sintió, sobre todo, al pensar “que una persona común y corriente podía llegar a publicar”, además porque sentía la presión de que el libro más difícil de publicar sería el primero.
Pero el camino fue largo, incluso para llegar a ese primer libro de relatos: No temas cuando la visita te salude. Fue escribiendo (y reescribiendo) esos textos durante 7 años y en ese proceso tuvo listas dos novelas que nunca vieron la luz del público y, más bien, fueron a parar “a la basura”.
Ahora, después de haber publicado más de 80 títulos para niños y jóvenes, entre ellos Sin Batería con la editorial Norma, ve esa primera obra con respeto, porque esbozó los caminos que él tomaría posteriormente en el resto de su carrera como escritor, sus contactos con la fantasía y el imaginario infantil. Sin embargo, se alegra de no haber publicado sus primeros libros y novelas. Le sucede a veces a quienes publican de primerazo: puede llegar el arrepentimiento.
Antes de publicar
La editora Lucía Donadío, cabeza de Sílaba Editores, dice que es mejor esperar. Decantar, no impacientarse. No dar un salto al vacío, porque hay todo un proceso de por medio.
De hecho, apunta, hay muchos pasos grandes y pequeños, pero “diría que uno es la propia revisión y la reescritura, casi todos los textos tienen procesos de reescritura que toman tiempo y son importantes”.
Señala un punto: muy pocos autores logran escribir la versión final en un primer escrito, en un primer texto. Por eso, en un inicio, debe estar la mirada propia y la de otros que estén dispuestos a leer con ojos críticos, no siempre son recomendables la familia y los amigos.
Lo ideal sería que el texto llegara a manos de un editor luego de muchas leídas y tiempo. Para ella eso puede tomar años de madurez y de trabajo interno, “porque no es solo lo que uno escribe sino lo que vive, lo que puede leer”.
Y hay otro punto, “de pronto parece que a veces hay más escritores que lectores y la actividad básica del escritor es leer. Hay que leer más y escribir menos”, apunta el editor mexicano Cuauhtémoc Peña, de 1450 Ediciones.
En su punto
Los editores son, por oficio y por gusto, lectores. “Lectores exquisitos”, añade Donadío. En ellos está la decisión de publicar o no. “Su preocupación constante es poder dictaminar las obras que puedan funcionar mejor a los lectores, ¿cómo nos damos cuenta de eso? Partimos de nuestra experiencia como lector es. Para ser editor se requiere ser buen lector, uno constante, que haya generado gustos”, comenta Peña.
¿Cómo saben ellos, entonces, que un texto ya está lo suficientemente maduro? No tiene que ver, necesariamente, con la edad de un autor. “Nosotros buscamos una madurez que debe reflejarse en la composición literaria que no todo el mundo alcanza. Alguien la puede alcanzar a los 22 años y otra a los 60, pero sí tiene que haber cierto peso y eso lo da el trasegar literario”, apunta la editora Alexandra Pareja, de Angosta. La búsqueda está en la calidad literaria, sin darle tanta importancia al género literario, la edad y la formación académica del autor.
Para Donadío esa madurez se da cuando un texto, además de estar bien escrito, “tiene una voz, singularidades, una historia propia y no lugares comunes (que a veces abundan en el texto)”. Además, ¿cómo aborda ese autor los temas que dan vida a la literatura? Se han escrito infinidad de textos sobre el amor o la muerte, pero desde dónde tomarlos, eso es llamativo.
La necesidad del editor
Algunas editoriales, como Angosta, que es independiente, recibe unos 100 manuscritos al año. En su caso, los textos son referidos y ese filtro natural es el que permite que vayan llegando propuestas. Hace un par de años, la editorial tenía una convocatoria abierta, alcanzaban a llegar hasta 400 peticiones y la editorial no daba a basto para responder a tantas solicitudes. En un año, en condiciones normales, pueden publicar hasta 4 o 5 textos.
En una editorial más pequeña como 1450 Ediciones, de Oaxaca, México, se publica un monto similar, aunque el número de propuestas es más reducido. Para Peña hay que saber elegir: “Se publica con esta utopía de que el libro por ser libro se va a vender y no”.
“Los editores son una buena escuela y hoy en día, a diferencia de los libros que son autopublicados, el editor es como una barrera que filtra montones de errores –señala Vaccarini–. Ayuda que el libro llegue al lector de la mejor manera posible. Cuando el editor es bueno, los libros suelen mejorar”.
“Me parece que el cartucho de la autopublicación deben guardarlo para el final y seguir trabajando”, añade pareja. Si a usted le dicen que no varias veces, siga escribiendo. “En carreras como la literatura uno puede seguir haciéndolo hasta muy viejo, antes eso es una ventaja, es una carrera que casi puede ejercerse hasta la muerte”.