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En su apartamento en Calasanz, el poeta Gustavo Adolfo Garcés –vestido con camisa y pantalón de tonos claros– recuerda la costumbre de Francisco Escobar, su abuelo, de recitar poemas de José Asunción Silva, Julio Flórez, José Santos Chocano. Hubiese o no un trago de por medio, decía los versos en tono sereno, tranquilo, distante de la teatralidad de los declamadores de entonces. La voz del abuelo siguiendo la cadencia de “... una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de alas” o de “Todo nos llega tarde... ¡hasta la muerte!” fue el primer contacto que Gustavo tuvo con la poesía. Ni Francisco ni el nieto embelesado imaginaron que una costumbre tan sencilla le daría rumbo a vida del escritor homenajeado este año por el Festival Internacional de Poesía de Bogotá.
Mientras afuera el sol de bronce se esconde en las nubes, adentro Gustavo hilvana el relato de su trayectoria literaria. El siguiente hito fue el encuentro a mediados de los setenta con Alberto Vélez en los salones de la Universidad de Antioquia. “Él es mi gran amigo. Él, como yo, entró a estudiar Derecho y tenía una fuerte vocación de poeta también. Esa amistad me ha estimulado mucho a lo largo de mi vida”, dice. También por esos años conoció a José Manuel Arango y a Elkin Restrepo, los poetas responsables de Acuarimántima, la revista que dejó huella en la lírica colombiana. Los textos de José Manuel –breves, densos, sugestivos– le ayudaron en la búsqueda de su registro escritural. Desde esos años ha cultivado una poesía minimalista, de muy pocas palabras.
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Gustavo es pensionado de la Procuraduría, luego de ajustar el tiempo necesario gracias a sus trabajos juveniles en la liga de tenis de mesa de Antioquia. Incluso ahora, cuando encuentra un oponente, toma la raqueta y desempolva los movimientos del deporte. “¿Usted juega? Cuando quiera vamos y jugamos un rato”, dice antes de continuar con el relato. En los ochenta se fue para Bogotá y allá, en el frenesí urbano de una urbe sin Transmilenio y con buses viejos, trabó amistad con los poetas de la revista Ulrika, en particular con Rafael Del Castillo, un tunjano que ha escrito sobre el alcohol, y Robinson Quintero, un antioqueño con líneas dedicadas a los conductores de bus y sus ayudantes. Ahora la revista Ulrika –que es la encargada del Festival Internacional de Poesía de Bogotá– le rinde homenaje a Gustavo al nombrarlo poeta del año y editar, en compañía del Instituto Caro y Cuervo, Intento un verso de espíritu leve, una antología de sus textos.
Con esta distinción, Gustavo entra en una lista que comenzó en 1992 con María Mercedes Carranza e incluye a Fernando Charry Lara, Mario Rivero, José Manuel Arango, Harold Alvarado Tenorio, Juan Gustavo Cobo Borda y Víctor Gaviria, entre otros nombres relevantes de la poesía nacional de la segunda mitad del siglo XX. “Lo importante de estos reconocimientos es que brindan una oportunidad para encontrarse con los lectores y con los amigos. Y eso es muy valioso en un oficio tan solitario... en la escritura uno siempre está solo”, dice Gustavo.
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POEMA
Encuentro
La veo de repente
como el personaje
de un libro
que hubiese abierto
al azar
se voltea
y me mira
nos sonreímos
aturdidos
como si el día fuera
un mensaje
imperioso