En cuestión de horas el video de Tenzin Gyatso pidiéndole a un niño que le chupara la lengua le dio la vuelta al mundo.
Ante el tsunami de críticas, el “océano de la sabiduría” —esa es una traducción aproximada del título Dalái Lama— y líder máximo del budismo tibetano, publicó en su cuenta de Twitter un escueto mensaje en el que le pide a la familia del niño y al mundo disculpas “por cualquier dolor que sus palabras hayan podido causar”.
En Occidente enseñarle la lengua a alguien podría ser interpretado de dos maneras: una incitación sexual o una burla. Según la BBC esta práctica es muy usual en el Tibet y se remonta al siglo IX.
En un principio, sacar la lengua ante alguien fue una forma de mostrarle que no se era la reencarnación del rey Lang Darma, acusado de asesinar a su hermano y de desatar persecuciones en contra de los budistas. Con el tiempo este saludo se convirtió en una muestra de respeto. Aunque son otros tiempos.
El grupo Center for Child Rights, con sede en la India, es tajante en calificar de inaceptable el comportamiento del Dalái Lama. “El mundo admira a los líderes religiosos para que tomen una posición y lideren contra la explotación y el abuso de los niños a través de sus acciones y palabras”, dijo el organismo a la CNN.
El fantasma del acoso a los menores de edad no es nuevo en el seno del budismo tibetano. La prensa internacional ha recogido versiones de supuestos abusos de poder, económicos y sexuales, ejercidos por maestros y de los que el Dalái Lama tendría noticia. De momento no hay condenas judiciales.
Esta no es la primera salida en falso del monje de 87 años. En 2019 les dijo a unos periodistas de la BBC que si su reencarnación era una mujer tendría que ser atractiva. Por supuesto, le llovieron críticas.
La palabra clave: religión
Hay palabras claves para entender la relevancia mundial del Dalái Lama. La primera es reencarnación. Para al menos 20 millones de practicantes del budismo tibetano Gyatso no es un líder cualquiera: es la encarnación décimo cuarta de Avalokitevara, el patrono del Tíbet.
En el sistema de pensamiento budista Avalokitevara pertenece a una categoría de maestros que alcanzaron la iluminación, pero prefirieron quedarse en este plano de la realidad para ayudar a los demás en su peregrinaje al Nirvana, el estado de liberación al que aspiran los vivos.
Una comparación ilustra la importancia del Dalái Lama: los católicos creen que el papa Francisco es el sucesor 266 en línea directa de san Pedro. Sin embargo, no piensan que el argentino sea el apóstol. Por el contrario, los tibetanos están convencidos de que Gyatso es Avalokitevara.
Gyatso nació el 6 de julio de 1935 en la aldea de Taktser. Sus padres —pequeños agricultores— engendraron dieciséis hijos, tres de los cuales fueron reconocidos por las autoridades religiosas como encarnaciones de prestigiosos lamas.
“Era casi impensable que hubiera más de un tulku (reencarnación) en la misma familia y desde luego mis padres no tenían ni idea de que yo sería proclamado Dalái Lama”, afirmó en una entrevista.
Sus recuerdos de niñez no se diferencian de la vida campesina del resto de los habitantes del Tibet: le gustaba pasar el tiempo con su madre y acompañarla al gallinero a recoger los huevos del desayuno o la cena.
Su vida dio un giro a los dos años, cuando una delegación del gobierno tibetano envió a su poblado a una comitiva a la búsqueda del Dalái Lama, tras la muerte de Thubten Gyatso el 17 de diciembre de 1933. Todo hallazgo religioso viene precedido de señales misteriosas: en este caso hubo dos muy importantes.
La primera —según la tradición tibetana— la dio el cadáver del decimotercer Dalái Lama: su cabeza, que los discípulos habían girado hacia el sur, apareció mirando hacia el noreste. La segunda fue el sueño que tuvo por esas fechas un lama de alto nivel: vio una casa con unas canaletas muy peculiares.
Con estos indicios la comitiva llegó a la casa de la familia de Gyatso —entonces llamado Lhamo Thondup—, pero ocultó el objetivo de su visita. El líder se disfrazó de criado y jugó parte de la noche con el hijo menor de la familia. En un momento el pequeño Lhamo lo llamó Sera Lama, algo así como maestro del monasterio Sera.
Con esa evidencia los investigadores viajaron de regreso a la capital del país para volver días más tarde provistos de los objetos personales del anterior Dálai Lama mezclados con otros similares, pero de otros monjes. “En todos los casos el niño identificó correctamente los objetos que pertenecieron al Dalái Lama, diciendo: Es mío, es mío”, se lee en la biografía oficial.
La segunda palabra: política
Al igual que el Papa, el Dalái Lama es un cargo complejo que reúne en sí el poder de la religión con el político. Y esa característica marcó pronto la vida de Gyatso.
El 7 de octubre de 1950 la China derrotó al ejército del Tíbet y anexó el territorio. Ante el fracaso del intento de poner de su lado al gobierno de la India y de llegar a algún acuerdo con Mao Zedong, el Dalái Lama, disfrazado de soldado, cruzó los Himalayas para buscar asilo en la India.
Desde 1959 el líder religioso no pone un pie en su país natal, siendo un símbolo de la resistencia de los pueblos pequeños ante las ambiciones de las potencias mundiales. Por ese motivo la segunda palabra para comprender su figura es la de exilio.
A finales de los ochenta y mediados de los noventa dos acontecimientos condujeron los reflectores a la figura del líder religioso.
El primero fue la concesión en 1989 del premio Nobel de la Paz por —en palabras del jurado— “defender soluciones pacíficas basadas en la tolerancia y el respeto mutuo para preservar el patrimonio histórico y cultural de su pueblo”.
Por pragmatismo y convicción religiosa, Gyatso se ha opuesto a la expulsión violenta de las tropas chinas del Tíbet. Ninguna revuelta —por muy larga y organizada que sea— podría vencer el poderío militar de la China. En lugar de las armas, el Dalái Lama ha apelado a las peregrinaciones y a los símbolos para granjearse el favor de la opinión pública mundial.
El segundo hecho fue el estreno en 1997 del filme Siete años en el Tíbet, protagonizado por Brad Pitt e inspirado en las memorias del alpinista austriaco Heinrich Harrer. El protagonista del relato queda atrapado en el Tíbet una vez la metralla de la Segunda Guerra Mundial incendia Europa.
Allí conoce al joven Dalái Lama, con quien sostiene conversaciones sobre el sentido de la vida y las razones del sufrimiento. La película recaudó en taquilla poco más de ciento treinta millones de dólares y, en general, recibió buenas críticas de la prensa especializada.
¿Y el futuro?
En toda esta historia hay un nudo. Y es el futuro de la figura del Dalái Lama, más allá de Tenzin Gyatso. Por su edad y por cuestiones de salud, los devotos ya están preocupados por el destino de una figura que inició a finales del siglo XII y principios del XX.
La razón es sencilla: el encargado de identificar la encarnación de Avalokitevara es el Panchen lama, el segundo monje en importancia del Tíbet. Y en la actualidad hay dos: uno es Chökyi Gyalpo, puesto ahí por las autoridades chinas, y el otro es Gendun Chökyi Nyima, reconocido por el Dalái Lama actual. Del segundo no hay noticias desde 1995 cuando él —de seis años— y su familia fueron apresados por los militares chinos, según denuncias internacionales. Siendo así las cosas, el futuro de Dalái Lama es un enigma.