Los discursos de aceptación del premio Nobel de Literatura –que los ganadores dan en la Academia Sueca de la Lengua el nueve de diciembre, el día anterior a la ceremonia de entrega de los laureles– suelen sintetizar el pensamiento artístico de los autores.
El de la vigente ganadora no es la excepción: la francesa Annie Ernaux ha dado un discurso en el que ha reivindicado la escritura como herramienta para cuestionar los poderes y las estructuras sociales. También ha reafirmado su convicción de la importancia de escribir en primera persona. Sobre lo primero, Ernaux describió su procedencia social –“estirpe de campesinos sin tierras, de obreros y pequeños comerciantes, de gentes despreciadas por sus modales, su acento, su incultura” – y la finalidad de su obra: “Escribiré para vengar a mi raza”. Esa raza, en palabras de la autora de El acontecimiento, es la de los desposeídos, la de los postergados por la pobreza. Sobre la importancia del yo en la escritura recordó que la primera persona es una conquista democrática del siglo XVIII. Todo el texto de Ernaux es una diatriba a las divisiones de clase y un alegato a favor del poder transformador del arte.
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No se trata de la primera vez que el ganador del premio convierte el discurso en una proclama a favor de ciertas narrativas ideológicas. Algo muy parecido hizo hace cuarenta años Gabriel García Márquez en la lectura de La soledad de América Latina. En ese texto, el colombiano habló poco de sí, de su biografía, pero sí tomó la vocería de ciertos sectores del continente americano y del Tercer Mundo.
Hizo alusión de Salvador Allende y de Omar Torrijos, políticos muy cercanos a las ideas del socialismo latinoamericano. “América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental”, dijo García Márquez en esa ocasión.