“Yo en Bolero para sentirme como en mi casa solo me falta un poquito de cantaleta”, afirmó un cliente una noche en la barra del Bolero Bar. En Torres Villa del Río, desde hace 39 años Jorge Buitrago Montes, su fundador, prepara los detalles del cierre de un lugar emblemático de la bohemia de Medellín.
Durante su historia, Bolero Bar fue sitio de tertulia y encuentro de artistas, escritores, pintores y cineastas. En sus mesas se dieron cita intelectuales como Darío Ruíz Gómez, Juan José Hoyos, Óscar Collazos, Fernando Cruz y Manuel Mejía Vallejo.
A ese rincón de Medellín, por tantos años aislado en el que en su momento fuera un oscuro callejón sin salida, y que aun con un mapa era difícil de encontrar, comienzan a llegar nuevos públicos que cantan a coro las canciones que marcaron a otras generaciones. Allí todos se unen a escuchar y a sentir las letras que marcaron las formas de amar y de sufrir el desamor de los latinoamericanos.
La historia de Bolero Bar
A principios de la década de los ochenta, unos clientes de la primera taberna de Jorge —La Camerata, consagrada a la música clásica— organizaron un evento de varios días destinado a desempolvar de nostalgias un ritmo importante en la formación sentimental de los latinoamericanos: el bolero. En ese momento, Jorge se conectó de nuevo con una poética escuchada en la infancia.
Por entonces, los amantes de las voces de Felipe Pirela, de Lucho Gatica y de Fernando Albuerne no tenían en Medellín un sitio de encuentro para oficiar el rito del amor romántico. Jorge abrió al público las puertas de Bolero Bar a finales de 1983.
Desde entonces, en Bolero Bar se canta y se debate. Una adaptación de ágora, interior y nocturna, en la que la pasión política no toma forma de insulto. Extrañamente una dosis de licor abre espacio a la cordura.
En medio de esa libertad para cantar, para opinar, para abrazar, a Bolero lo habitan seres que prefieren el silencio. Observan el universo variopinto que se mueve desinhibido cada noche, como enviados de Discovery, sin prejuicios, como observando la vida de animales en un hábitat, pero es eso lo que somos aunque nos empeñemos en olvidarlo.
Una despedida
Este bar ha sobrevivido a las épocas más duras de la ciudad. Nunca cerró sus puertas, fiel a la idea de que una sociedad necesita del encuentro para sobreponerse, para agudizar el pensamiento, la inspiración, para formar lazos, para ser humanos. Cerró durante dos años en los que el encuentro no era una opción sensata para la supervivencia en un escenario pandémico, y reabre para retomar justo donde quedó el estado de las cosas.
Paradójicamente, abre para cerrar. Jorge regresa a Santa Rosa de Cabal después de 53 años en Medellín, dos carreras –finalizadas en la universidad de la vida–, tres bares, dos hijas, innumerables amigos y cientos de historias.
Durante marzo los visitantes frecuentes y los nuevos podrán despedirse —de jueves a sábado— del Bolero Bar y de Jorge, una institución en la vida nocturna de la ciudad.