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Bolero Bar, la nostalgia de la bohemia de Medellín

El sitio en el que la intelectualidad de los ochenta y noventa se reunió en tertulias ahora renueva su oferta musical e incluye la gastronomía en su carta.

  • Andrés Tarazona hace parte de la nueva generación de la familia que ha hecho posible que Bolero Bar mantenga abierta sus puertas por más de treinta años. FOTO esneyder gutiérrez.
    Andrés Tarazona hace parte de la nueva generación de la familia que ha hecho posible que Bolero Bar mantenga abierta sus puertas por más de treinta años. FOTO esneyder gutiérrez.
10 de noviembre de 2023
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Acodado en la barra de Bolero Bar —Cra. 67b #51a98— el chef Andrés Tarazona señala las mesas que quedan cerca del cuadro El beso, del pintor Jorge Botero Luján, y dice que esas son las más apetecidas por los visitantes. La pintura muestra los labios enlazados de un hombre de bigote recortado y una mujer de larga cabellera. “La gente llega ahí para tomarse fotos”, dice mientras palpa la barra en la que desde 1983 muchas historias de amor y bohemia se han contado. Vestido de negro y de hablar pausado, Andrés repite con frecuencia la palabra magia para hablar del bar fundado por su tío, Jorge Buitrago Montes, y que ahora está bajo el cuidado de Andrés y de Daniel Buitrago.

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Afuera de Bolero Bar no hay avisos en neón que anuncien que ahí, en esa esquina, está el local. Sin embargo, su existencia es muy conocida entre los amantes del bolero. Y lo es porque en sus mesas muchos amores han comenzado y han llegado a su final. Incluso, en la negociación que se da en las parejas, una vez el sentimiento y la voluntad acaban, Bolero Bar entra en juego.

“Acá venía mucho una pareja, que se separó después de años de matrimonio. Ellos llegaron a un acuerdo de quién podía venir o quien no al bar”, cuenta Andrés con una sonrisa apenas insinuada. La atmósfera del sitio, compuesta por una iluminación tenue, mesas que permiten la confidencia y unas tonadas suaves de guitarras y voces de terciopelo, favorece la charla sentimental o los relatos de amigos cercanos.

También Bolero Bar es reconocido en la ciudad por ser el ambiente en el que los escritores de Medellín se sentaban a conversar desde el inicio de la noche hasta que el sol diluía la oscuridad en los tonos del amanecer. “Mi tío nos contaba que las tertulias eran largas y muchas terminaban en un desayuno en un restaurante cercano”.

En esas veladas hacían presencia Manuel Mejía Vallejo, Darío Ruíz Gómez, Juan José Hoyos, Óscar Collazos, Fernando Cruz, entre otros novelistas y poetas. Ellos conversaban con Jorge Buitrago de las cosas de la vida diaria y de los laberintos de la escritura. De alguna manera, junto al Salón Málaga y el Homero Manzi, Bolero Bar es un testimonio de la existencia artística y bohemia de la capital antioqueña de los años ochenta, noventa y dos mil, Es decir, la época más convulsa de la vida de la ciudad.

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El relevo generacional

Cuando Jorge decidió jubilarse de la vida nocturna e irse a vivir a Santa Rosa de Cabal, los sobrinos lo relevaron en la atención del local. Ahora saben que el trabajo en un bar tiene su chispa, pero también resulta muy desgastante. Andrés señala sus ojeras para explicar, con una sola imagen, el precio de mantener las puertas de Bolero Bar abiertas. La atención de Bolero Bar va de martes a domingo y ahora tiene un horario más largo que el que tuvo en los tiempos de Jorge. Además, tiene una faceta gastronómica, que es el aporte de Andrés a esta empresa.

“Soy chef y trabajo con un restaurante extranjero”, dice mientras acerca a la barra los menús del día y los de la noche. En el primero hay platos colombianos y hay otros de origen cubano. La escogencia de los segundos se dio por el lugar de origen del bolero. En el menú de la noche hay cocteles con nombres de canciones emblemáticas del género musical y los tragos propios de la bohemia.

En estos meses Andrés y Daniel han leído libros sobre gerencia de restaurantes y bares. También han estudiado temas relacionados con la publicidad y el posicionamiento de los bares. Saben que Bolero Bar cuenta con una marca reconocible en la ciudad, pero que no se pueden limitar al público que ha sido fiel durante estos años. Por eso han incluido otros géneros musicales a la biblioteca musical. Eso sí, géneros que estén en la misma línea lírica o sonora del bolero.

En consecuencia, han programado conciertos de son cubano o sesiones de escucha de tango. Esa apuesta va de la mano con la búsqueda de clientes jóvenes que quieran escapar de la hegemonía del reguetón. O al menos conocer cadencias distintas a las del flow urbano. “Los jóvenes vienen con frecuencia acá y los clientes de siempre los reciben bien”, dice Andrés. Luego toma una botella de un líquido ambarino y llena tres copas con ese fuego acuoso.

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La historia de Bolero Bar es la de la nostalgia, la de la búsqueda en la noche de los labios amados o de las orejas de los amigos. Por eso tiene razón Andrés en utilizar la palabra magia para hablar de un lugar en el que cuarenta personas —ese es el aforo de Bolero Bar— se conectan con otras poéticas, otras gastronomías y otros ritmos de conversación. Se ha dicho con frecuencia que la vida cultural de las ciudades se puede sentir en las charlas en sus bares y cafés. En ese sentido, Bolero Bar es el epicentro medellinense del bolero y un núcleo de tertulia. “Queremos que este bar dure otros veinte o treinta años más”, dice Andrés.

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