Desde las laderas de Altos de la Torre Medellín se despliega en el horizonte. Las nubes de lluvia disimulan la rigidez de los edificios. En este barrio —conformado en su mayoría por familias desplazadas de las subregiones del Bajo Cauca, Magdalena Medio y Oriente— muchas de las casas son de bahareque y las calles suben y descienden en serpentinas de asfalto. Desde el 3 de septiembre funciona aquí la biblioteca popular más joven de toda la ciudad, llamada Biblioteca del Viento y la Alegría, en homenaje a un festival comunitario que se celebra en la zona.
En su creación y en su día a día participan los politólogos Juan Pablo Ceballos y Valentina Prieto, miembros de la Corporación social Semilla Urbana, y la estudiante de biología Vanesa Fernández. En los ratos libres que les dejan sus trabajos y estudios, abren las puertas de la biblioteca para que en ella los jóvenes y niños puedan acercarse a la lectura y al arte.
El primer contacto del colectivo al que pertenecen Valentina y Juan Pablo con los habitantes de Altos de la Torre se dio con las madres que cultivan en huertas comunitarias: los productos son vendidos en una tienda agroecológica de Boston. En cuatro años el lazo de ha afianzado hasta el punto que la comunidad quiere utilizar una casa comunitaria en construcción para albergar la biblioteca popular. Todavía faltan detalles para que este objetivo se cumpla: afinar las instalaciones eléctricas, pintar algunas paredes y afianzar el techo. Mientras esto ocurre la biblioteca tiene su sede en un apartamento pequeño de un segundo piso, por el que los gestores pagan $ 380.000 al mes.
Cada sábado veinte jóvenes entre los ocho y los dieciséis años asisten a unos talleres de formación audiovisual: los gestores de la biblioteca les enseñan los trucos de la narración en video o en fotografía. Les explican la importancia de conocer las historias locales, de las familias y las cuadras. “Esto les ayuda a situarse en el territorio”, dice Valentina. El trabajo–que se hace en el marco de un proyecto de las escuelas de la no violencia– tiene el objetivo de ampliar el horizonte vital de los muchachos más allá de las obligaciones laborales. Para muchos habitantes de la zona el paso por la universidad o por un instituto ni siquiera entra en el marco de lo posible. Incluso —cuenta Juan Pablo— no son pocos los que abandonan las aulas antes de recibir el grado de bachiller. “Apenas entran a la edad productiva se salen del colegio o lo terminan con mucha dificultad”, dice.
Por eso los bibliotecarios incluyen en la oferta del centro cultural clases de refuerzo en química, biología, matemáticas. Los tropiezos no son solo de carácter académico: las rupturas familiares son otro elemento que desafía los proyectos de vida de los jóvenes. “En la comunidad hay muchos NiNis —abreviación de ni estudian ni trabajan—. Por eso en las salidas que hacemos con los muchachos los hemos llevado a la Universidad de Antioquia, a la Nacional, para que vean que la universidad no es un sueño imposible”, dice Valentina.
La entrevista transcurre en la salita de la biblioteca. En el cuarto de enseguida tres niños y dos niñas juegan Uno. En las paredes de ladrillo a la vista se alinean los estantes de libros. En una de las paredes hay unas hojas de papel con la palabra perdón, con mensajes alentadores y con los rostros de varios personajes colombianos y extranjeros, entre ellos Jaime Garzón y el padre Camilo Torres. Por el momento, la oferta bibliográfica se restringe a las donaciones que han hecho organizaciones sociales y amigos del proyecto. Juan Pablo menciona que hacen falta más títulos de literatura infantil y juvenil. Saben que deben tocar las puertas, hacer la gestión para conseguirlos.
El trabajo de voluntariado apela a la generosidad de los otros para hacer posibles las cosas. Valentina dice medio en broma medio en serio que todavía la biblioteca recibe donaciones: libros, sillas, mesas. También buscan quienes quieran compartir sus conocimientos con los habitantes del sector: los talleres sobre arte y asuntos afines son bien recibidos por estos jóvenes al frente de un sitio que busca convertirse en un centro cultural con todas las de la ley, al que vayan los niños, los jóvenes y los adultos.
El grupo de los voluntarios lo completan Pablo Gallego, María Isabel Palacio, Sara Bucheli Cardozo y Melissa Vahos. En la cotidianidad de la biblioteca tienen un papel importante las madres comunitarias de la zona: en muchos casos son los puentes para hablar con los jóvenes del barrio. En el otro cuarto los niños siguen con el juego de las cartas numeradas. Y los gestores de la biblioteca sueñan con dotar la pieza de atrás con computadores conectados a internet en los que las gentes pueda acceder a la información y los saberes que circulan en las autopistas de las telecomunicaciones. Sin borrarlas del todo, los libros, los computadores y las artes pueden hacer más tenues las fronteras de la clase social y de la economía.
Quien quiera contactar a los gestores culturales de esta biblioteca puede utilizar la cuenta de Instagram bipo_delvientoylaalegria para hacerlo. En Altos de la Torre son bienvenidas las manos que se sumen para construir el proyecto comunitario.