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En Amazonas, la pandemia se cuela por las fronteras

Dos habitantes de Leticia y una de Puerto Nariño le contaron a EL COLOMBIANO cómo viven ahora en medio del coronavirus.

  • Esta es la sala de la Unidad de Cuidados Intensivos en el hospital de Leticia. Personal de salud contactado por EL COLOMBIANO, dice que no hay recursos para atender la emergencia. FOTO cortesía
    Esta es la sala de la Unidad de Cuidados Intensivos en el hospital de Leticia. Personal de salud contactado por EL COLOMBIANO, dice que no hay recursos para atender la emergencia. FOTO cortesía
13 de mayo de 2020
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EL COLOMBIANO está haciendo una cobertura completa con los artículos más relevantes sobre el coronavirus y para lectores de todas las edades. Encuentra lo que debes saber de la pandemia aquí.

A la pandemia la vi llegar por el patio de mi casa, que queda en Tabatinga, Brasil. Saltó la tapia y de tres pasos estaba en la sala, que queda en Colombia, en el barrio Shingú, en Leticia (Amazonas). Tenía pinta de loco: una camisilla amarilla y el pelo grasoso de cargar plátanos y otros productos que llegan al puerto y terminan al otro lado de la frontera.

Creo que ese tal coronavirus se metió por mi casa, porque el primer caso conocido fue del 17 de abril y dijeron que venía de allá, y ese día fue que yo le di paso a la persona que le digo, y a mí, Carlos Metauta, que me gano la vida trabajando de acá para allá, siento un peso en el pecho. Eso me tiene asustado sabiendo que eso pudo entrar por mi casa.

Acá en Leticia ahora vivimos en un solo rumor, y con miedo. Ayer mismo nos enteramos que en la cárcel hay 85 personas contagiadas y una de ellas que tenía casa por cárcel se murió. Ese muerto sí es de verdad, porque lo dijeron (sic) por la radio el de la Alcaldía.

Nos dio más miedo. Ayer dijeron que se había muerto Totoy (un personaje celebre en Leticia), y que había sido por la enfermedad, pero después lo vi caminando tranquilo.

La vida se nos alteró. En mis 62 años de edad nunca había vivido esto de salir por turnos, las mujeres de 6:00 a.m. a 10:00 a.m. y los hombres de 10:00 a.m. a 2:00 p.m. cuando toca pico y cédula. El fin de semana, después de las 2:00 p.m., nadie puede salir, pero uno ve gente sin tapabocas, ve motos, y no lo usan por que dicen se ven raros.

Ya cerraron fronteras y nos mandaron para la casa, a meternos ahí. Desde la ventana veo que llegan a dar mercados a los vecinos. Donde mí (sic) si no han llegado y tengo doce bocas que alimentar. Yo no he podido trabajar. Entonces para ganarme algunos pesos, dejo pasar gente por el patio de mi casa y por la sala para que vayan o vengan de Tabatinga y les cobro 5 reales (3.500 pesos colombianos). ¡Tengo miedo!

Temor ancestral

Mi nombre es Lilia Java. Vivo en Puerto Nariño, a dos horas en lancha desde Leticia. Soy de la etnia Cocama y soy la secretaria del resguardo indígena Ticuna, Cocama y Yagua. Soy líder comunitaria. Trabajo con la Fundación Omacha. También soy guía turística. Tengo 35 años. Vivo con mis tres hijos y mi esposo. Tenemos un casco urbano de 3.000 habitantes y hay 22 comunidades indígenas que viven entre los ríos Amazonas y Loretoyacu.

El coronavirus nos llegó por Brasil. Tenemos barrios enteros que colindan con ese país, no hay ninguna pared que impida el paso. Es una línea imaginaria. Cuando en Colombia anunciaron que había cierre de fronteras, acá se hizo, pero en Brasil no.

Con el apoyo de la guardia indígena decidimos cerrar las fronteras. Comenzamos a inspeccionar embarcaciones y a mirar de dónde venían. Tenemos reportados tres casos de coronavirus en el municipio, en una comunidad indígena de Valencia que queda a 10 kilómetros del casco urbano.

En Puerto Nariño hay muchas restricciones, pero también miedo. En mi caso, por ejemplo, el único que sale de la casa para hacer el mercado o lo que se necesite, es mi esposo. Tenemos agua con cloro para desinfectar lo que él trae, incluso, hay días en que se baña tres veces. Tengo mucho temor, pero también la esperanza de que si me protejo no me va a pasar nada. Tengo la esperanza de que Dios está con nosotros y nos protege. La madre naturaleza es muy sabia y por eso nos preparamos con remedios vegetales.

Muchos de los líderes y guardias indígenas me dicen que dan la vida por proteger a la comunidad, pero que no se muera toda la gente, que no se mueran nuestros niños o jóvenes. Sin embargo, si los perdemos a ellos, perdemos nuestra cultura. Aún tenemos comida. No estamos tan acostumbrados a las lentejas, sino al plátano, el pescado y la fruta. Eso nos ayuda a resistir, pero hay familias, como la mía, que nos acostumbramos a comer arroz y si no hay, no comemos, entonces es un problema porque la situación está compleja.

¿Tenemos hospital? Sí. Es una estructura física sin nada por dentro. Hay dos médicos, pero no hay insumos. No hay una tienda donde podamos ir por alcohol.

Yo como mamá y como líder, trato de mantener la calma. También depende de mi estado emocional como estén mis hijos y la comunidad. Aunque la verdad, hay días en que no sé si reír o llorar. Trato de tener una mente positiva porque finalmente estamos gritándole al país que necesitamos ayuda, que por favor nos ayuden con lo que tengan, con dos mil pesos, un tapabocas, lo que puedan donar. El Gobierno no ha aparecido. Estamos solos. El pulmón del mundo está luchando y muriendo por falta de oxígeno.

Diario de una enfermera

Hoy no quería levantarme. Me pesan los brazos de todo el trabajo de ayer. Me duele desde la muñeca hasta el antebrazo y no sé si es porque dormí mal o por la presión que tenemos. Hay que trabajar o nos sacan. ¡Ah! y nada de fotos.

Anoche soñé que me enfermaba, debe ser porque me acosté pensando que en el hospital trabajamos con las uñas. Hay camas dañadas, no hay camas automáticas o con control y tenemos dos ventiladores que no sirven. Faltan manómetros y no hay guantes de manejo. Estamos trabajando con guantes quirúrgicos estériles, que son más caros.

Hoy solo he pensado en esa cifra que reportan las autoridades: tenemos 718 casos confirmados, de estos, 146 son indígenas. Llevamos 29 muertos por covid-19 y 30 más en estudio. De camino al trabajo me gané un insulto. En las calles de mi barrio La Victoria, los niños juegan en corrillo. Les dije que se cuidaran y desde una ventana me dijeron que no me importaba. Solo pude llorar en el hospital.

840
casos probables tendría el Amazonas según datos de la Gobernación.
El empleo que busca está a un clic

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