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Yetzibel, la primera guerrera indígena

en la Aviación Militar

Proveniente de una ranchería de los wayúu en La Guajira, se graduó con honores del servicio militar, siendo la más destacada de su contingente.

  • La ceremonia de graduación de Tiles, junto a 38 compañeros, fue en el campo aéreo José Joaquín Matallana Bermúdez, de Bogotá. FOTO cortesía del ejército.
    La ceremonia de graduación de Tiles, junto a 38 compañeros, fue en el campo aéreo José Joaquín Matallana Bermúdez, de Bogotá. FOTO cortesía del ejército.
  • A la indígena Yerzibel Tiles Ipuana la condecoraron con la medalla Juan Bautista Solarte Obando, reservada para los mejores reclutas de un contingente incorporados por un batallón. FOTO cortesía del ejército
    A la indígena Yerzibel Tiles Ipuana la condecoraron con la medalla Juan Bautista Solarte Obando, reservada para los mejores reclutas de un contingente incorporados por un batallón. FOTO cortesía del ejército
  • La soldado regular Yetzibel Tiles prestó su servicio militar en el Batallón de Abastecimientos y Servicios para la Aviación del Ejército (BAAS), en Bogotá. FOTO cortesía
    La soldado regular Yetzibel Tiles prestó su servicio militar en el Batallón de Abastecimientos y Servicios para la Aviación del Ejército (BAAS), en Bogotá. FOTO cortesía
hace 1 hora
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La recluta Yetzibel Tiles Ipuana entró a la historia de las Fuerzas Armadas de Colombia con apenas 19 años de edad. Lo logró, porque se convirtió en la primera mujer indígena en prestar el servicio militar en la Aviación del Ejército, y también porque demostró tal coraje y disciplina, que se graduó con honores.

La joven proviene de un resguardo de la etnia wuayúu, en cercanías del municipio guajiro de Albania, donde se crió con cinco hermanos, las tradiciones milenarias del pueblo aborigen y el sol abrasador del desierto.

El amor por la Institución se lo inculcaron tres tíos que portaron el uniforme. “Me llamaba mucho la atención su disciplina. Se convirtió en un sueño desde niña”, recordó en una conversación telefónica con EL COLOMBIANO.

Cumplidos los 18 años de edad, su idea inicial era prestar servicio en el cantón militar La Popa, adscrito a la Décima Brigada del Ejército y ubicado en Valledupar (Cesar); sin embargo, al presentarse a la inscripción en noviembre de 2024, ya 300 mujeres se le habían adelantado, los cupos estaban llenos.

Así que ingresó a la página del Ejército en Facebook, anotó el teléfono de Incorporaciones y logró un puesto en el cuarto contingente, pero en la fría y lejana Bogotá.

Con la autorización de su mamá, Maribel Tiles, llegó a la capital el 16 de noviembre de ese año y se presentó en el distrito de reclutamiento. Era su segunda vez en Bogotá, y se perdió, por lo que un oficial tuvo que salir a buscarla.

Se enfiló junto a 16 compañeras, y en plena formación sintió su primer golpe de realidad: “¡Hacía cule e’ frío!”. Un temblor gélido le recorrió la columna y en el acto se desmayó.

La centinela estrella

La recluta Tiles estuvo cuatro meses en periodo de instrucción en el Fuerte Militar de Tolemaida, en Tolima. En marzo de 2025, fue asignada al Batallón de Abastecimientos y Servicios para la Aviación (BAAS), convirtiéndose en la primera mujer indígena en prestar su servicio en una unidad de la Aviación del Ejército.

Las primeras tres semanas las pasó haciendo papeleo administrativo en una oficina, pero en el segundo mes comenzó la prueba más difícil, cuando le encomendaron la vigilancia del batallón en el equipo de la guardia.

Le tocaban turnos de centinela cada tres horas, con descansos de hora y media, y al principio le costó; tanto así, que se ganó su primer y único castigo durante la experiencia.

“Ese día unas compañeras rayaron la garita con nombres y groserías, y a mi cabo no le gustó esa indisciplina, entonces nos castigaron a todas poniéndonos a ‘voltiar’ con ejercicios. Quedé tan cansada, que me quedé dormida en el catre y no me desperté para el turno de guardia de las 10:00 de la noche. Mi cabo nos sacó a punta de gritos del alojamiento y nos puso a hacer una hora de ejercicios, saltos, lagartijas... Me desperté con frío y al final quedé fue con calor”, exclamó entre risas.

Con el tiempo se fue adaptando al trasnocho y los madrugones. En ese proceso le ayudó mucho una costumbre de la infancia.

“Cuando tenía 11 años estudié en un inquilinato de los wayúu, cerca de Albania, y ahí me acostumbré a vivir lejos de la familia, porque mi mamá solo podía visitarme cada quince días”, comentó.

“En ese inquilinato había tres salones, cada uno con 40 estudiantes, y para poder usar la ducha de una en una, nos teníamos que despertar a las 3:00 de la mañana”.

Aún así, una cosa es madrugar en el calorcito de La Guajira, y otra hacerlo con las bajas temperaturas de la capital. “A veces ni nos bañábamos, el turno de la 1:00 a.m. a las 4:00 a.m. era el más difícil y a esa hora el agua salía helada”, confesó apenada.

La noche más brava fue cuando al batallón llegó información de Inteligencia, según la cual había un dron sospechoso sobrevolando los alrededores de la base.

En ese momento se habían registrado múltiples atentados en distintas guarniciones y estaciones de Policía, en manos de grupos terroristas que lanzaban granadas de mortero artesanales desde drones comerciales, por lo que la adrenalina de los centinelas estaba al máximo.

“Recuerdo que ese día no dormimos. Tocó reforzar los turnos desde las 10:00 de la noche hasta las 9:00 de la mañana, seguimos derecho, con los ojos abiertos. Al final no apareció ná’ (sic)”.

En esos momentos de angustia, la reconfortaba pensar en su madre. “Ella me insistía en que siempre estuviera atenta a lo que había que hacer, que no me distrajera, y que fuera la mejor”.

Un futuro con camuflado

Yetzibel terminó su servicio militar el pasado 3 de noviembre, junto a 38 compañeros. La Ceremonia de Licenciamiento se realizó en el campo aéreo José Joaquín Matallana Bermúdez, de Bogotá, donde le otorgaron la medalla Juan Bautista Solarte Obando.

Según el reporte del Ejército, esta condecoración “se le otorga al mejor soldado del contingente incorporado por un batallón”.

El general Francisco Cubides, comandante de las FF.MM., afirmó que dicho reconocimiento “enaltece su compromiso, esfuerzo y amor por la patria. Las Fuerzas Militares se enorgullecen de este ejemplo de diversidad, identidad y excelencia, que refleja la grandeza de una Nación forjada por mujeres y hombres que sirven con honor”.

Yetzibel le contó a este diario que su plan es continuar en la Institución y convertirse en oficial del Ejército. Actualmente está presentando los exámenes de rigor para inscribirse en el curso, aunque ya tenga más que probadas sus capacidades.

Le gustaría trabajar en La Guajira, cerca de su ranchería, y todavía no decide si seguir en la Aviación del Ejército o en algún batallón de Caballería, una de las especialidades que también le atrae.

Cualquiera que sea su destino, pretende cumplirlo bajo la premisa de mamá: “Ser la mejor”.

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