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El año pasado cerró con una noticia que impacta la realidad tecnológica y económica de la región: Medellín fue seleccionada como representante y aliada del Foro Económico Mundial (FEM) en la iniciativa de Ciudades Inteligentes de la Alianza del G20. Junto con Bogotá, Ciudad de México, Buenos Aires y Córdoba (Argentina), y Brasilia (Brasil), en América Latina, ejecutará pilotos con miras a avanzar en el propósito de convertirse en una urbe inteligente, entre un grupo global de 36 economías.
Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: “Memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque —como explican todos los libros de historia de la economía—, pero estos no son solo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos”. Así definió Italo Calvino estos territorios en una conferencia en la Universidad de Columbia de Nueva York, en 1983.
Pero, ¿qué significa ser una urbe inteligente? Marco Peres, director del Observatorio de Ciudades Inteligentes de la Universidad Externado de Colombia, explicó que estos territorios y sus actores se acercan a un concepto que al principio fue asociado con la capacidad para resolver problemas.
La definición contemporánea, en cambio, se cimienta en las innovaciones hoy disponibles, como el internet de las cosas (IoT), la inteligencia artificial y el big data.
Estos avances tecnológicos deben contribuir a que las ciudades sean más sostenibles y mejoren la calidad de vida de sus residentes, aclaró Arturo Bris, profesor de Finanzas y líder del IMD, en su texto Ciudades inteligentes: las mejores del mundo no solo adoptan nuevas tecnologías, sino que las hacen funcionar para las personas, publicado por el FEM.
En el país se ha logrado un consenso sobre el término. El MinTIC, en conjunto con la academia y el sector industrial, propuso que una ciudad (o territorio) inteligente es aquella que orienta sus acciones hacia la sostenibilidad y la inclusión, para conectarse y adaptarse a los retos y expectativas de quienes la habitan.
Andrés Arias, líder de IoT y Ciudades Inteligentes en el Centro para la Cuarta Revolución Industrial en Colombia (C4RI) y quien acompañará el proceso de la Alianza del G20, expresó que antes de que se desarrollen estos proyectos de manera efectiva la iniciativa busca reunir a urbes, expertos e instituciones de todo el mundo, para trabajar sobre borradores de política pública y así entender, apropiar y hacer sostenibles estas propuestas.
La formalización de las ciudades pioneras, y el proceso de acompañamiento para la revisión de estos borradores, “apenas comenzó el pasado 18 de diciembre”, precisó Arias.
Lo que sigue es una fase de revisión de las políticas que tiene Medellín en comparación con los lineamientos de la Alianza.
Aprobada esta fase, el gobierno local deberá plantear una hoja de ruta sobre las acciones a seguir y, posteriormente, ejecutar este plan.
Arias señaló que la capital antioqueña puede fijar la mirada en proyectos que impacten diferentes aspectos de la ciudad: apertura e interoperabilidad; seguridad y resiliencia; privacidad y transparencia; sostenibilidad financiera y operacional; y equidad, inclusión e impacto social.
Además, estos podrían ir desde crear un departamento de ciberseguridad, hasta ajustar planes para mejorar la accesibilidad a las herramientas de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC).
La iniciativa del FEM y el G20 no se rige bajo marcos regulatorios específicos, sostuvo Arias. Al tener un carácter voluntario, se apela a los principios éticos y las buenas prácticas comprobadas por otras ciudades. Lo que se busca, en resumen, es generar un consenso global para delimitar lineamientos e instrumentos de política pública que ayuden a cumplir propósitos comunes.
Sobre este tema consultamos a la administración de Medellín, específicamente a la Secretaría de Innovación, pero no se recibió ninguna respuesta al cierre de esta edición.
Arias también aclaró que este año el C4RI acompañará a las ciudades de la región en sus planes de trabajo, y ayudará a otras urbes latinoamericanas a insertarse en la iniciativa. El monto de la inversión y el rumbo del piloto dependerán, por su parte, de las disposiciones que adopte el gobierno local.
En 2019 nació el Índice de Ciudades Inteligentes realizado por el International Institute for Management Development (IMD).
Bris, su líder, dijo que esta estadística se empezó a realizar en la medida en que las economías avanzaban cada vez más en la aplicación de tecnología con un impacto en la sociedad; y para evidenciar qué sentían las personas respecto de la utilidad de las innovaciones.
Así, en el texto ya mencionado, ejemplificó casos como el de Singapur que usa cámaras inteligentes para restringir o mejorar la movilidad de los vehículos dependiendo su volumen, o lo que sucede en Kaunas (Lituania), donde el costo del parqueadero es automáticamente deducido de la cuenta bancaria del dueño.
En el último informe del Índice, publicado en septiembre de 2020, se evaluaron 109 ciudades del mundo y las percepciones de 120 residentes en cada uno de los territorios, en dos pilares: infraestructura y tecnología que describa las provisiones y servicios disponibles para los habitantes. Ambos fueron analizados frente a temas como salud y seguridad, movilidad, actividades, oportunidades de trabajo y educación, y gobernanza.
En la última edición del escalafón, Singapur (Singapur), Helsinki (Finlandia), Zúrich (Suiza), Auckland (Nueva Zelanda) y Oslo (Noruega) fueron catalogadas como las cinco ciudades más inteligentes del mundo.
Medellín, en la casilla 72, fue la economía latinoamericana mejor valorada, al subir 19 puestos respecto a 2019, cuando se ubicó en el 91 (ver Listado), por encima de Buenos Aires, Ciudad de México y Santiago de Chile, entre solo siete ciudades latinoamericanas que están en el listado.
Pese a esta novedosa medición, la fundación Metrópoli, de España, ya había hablado de la inteligencia en los territorios, específicamente en el 2000, cuando propuso el concepto de “territorios inteligentes”, que se refiere a la planeación integral de los espacios urbanos, al acercarse a variables como medio ambiente, salud, seguridad, movilidad, productividad y gobernanza.
Lo anterior demuestra que el concepto les ofrece a las urbes una especie de espejo en el cual mirarse según su época. Definir la inteligencia, entonces, dependerá de los tiempos, los humanos y las ciudades que lo hagan (ver Paréntesis).
El MinTIC, de hecho, puso a disposición un Modelo de Madurez de Ciudades y Territorios Inteligentes. Este concentra sus esfuerzos en los procesos que permitan la interacción y participación segura entre gobernantes y gobernados; la gestión sostenible y los riesgos ambientales; las características físicas y estructurales de un territorio; y el fortalecimiento de la productividad, competitividad y sostenibilidad empresarial.
A partir del modelo, las ciudades del país podrán valorar su madurez al operar mediciones de percepción, a través de ejercicios de encuesta dirigidos a sus habitantes; de resultados, por medio de indicadores que den cuenta del estado real o los avances del territorio; y de capacidades, que midan a la entidad pública respecto a los ejes habilitadores del modelo.
Las primeras ciudades en usarlo serán Medellín y Bogotá, que son las pioneras del país en inteligencia, según el IMD.
Si bien la definición del piloto no se prevé hasta marzo de este año, un gran reto se avizora ya en el horizonte: hacer partícipes a los residentes de Medellín, pues las ciudades son, en esencia, sus habitantes. Y las inteligentes, según Peres y el FEM, deben propender por la apropiación cultural de la tecnología que ponen a disposición de sus residentes.
Con base en esta máxima, no basta con infraestructura y tecnología para que una urbe sea inteligente. Se requiere de apuestas por la sostenibilidad para que los procesos de mejora perduren en el tiempo, sin agotar los recursos, y políticas de inclusión urbanística, que posibiliten que todas las personas accedan a la oferta de infraestructura y actividades que tiene una ciudad. Ello bajo un propósito común: alcanzar la inteligencia colectiva. Volver la mirada a los antiguos, y a las formas en que estos participaban de la ciudad.
Así las cosas, para Peres la inteligencia no es más que un medio para avanzar hacia un fin: la sostenibilidad.
Esta apreciación también es compartida por Alejandro Álvarez, profesor y coordinador de Cultura Ambiental en la Universidad Eafit, quien afirmó que Medellín debe orientarse hacia tres mecanismos: uno, que genere sentido de pertenencia por el territorio desde las transformaciones educativas; otro, que propenda por la articulación entre los actores de la ciudad y la emergencia de liderazgos inteligentes; y, un tercero, que apele a la coherencia en las inversiones, pues “si queremos ciudades sostenibles, no hay que darle prioridad a los mismos vicios de siempre (por ejemplo: más vías y menos árboles)”
El año pasado cerró con una noticia que impacta la realidad tecnológica y económica de la región: Medellín fue seleccionada como representante y aliada del Foro Económico Mundial (FEM) en la iniciativa de Ciudades Inteligentes de la Alianza del G20. Junto con Bogotá, Ciudad de México, Buenos Aires y Córdoba (Argentina), y Brasilia (Brasil), en América Latina, ejecutará pilotos con miras a avanzar en el propósito de convertirse en una urbe inteligente, entre un grupo global de 36 economías.
Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: “Memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque —como explican todos los libros de historia de la economía—, pero estos no son solo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos”. Así definió Italo Calvino estos territorios en una conferencia en la Universidad de Columbia de Nueva York, en 1983.
Pero, ¿qué significa ser una urbe inteligente? Marco Peres, director del Observatorio de Ciudades Inteligentes de la Universidad Externado de Colombia, explicó que estos territorios y sus actores se acercan a un concepto que al principio fue asociado con la capacidad para resolver problemas.
La definición contemporánea, en cambio, se cimienta en las innovaciones hoy disponibles, como el internet de las cosas (IoT), la inteligencia artificial y el big data.
Estos avances tecnológicos deben contribuir a que las ciudades sean más sostenibles y mejoren la calidad de vida de sus residentes, aclaró Arturo Bris, profesor de Finanzas y líder del IMD, en su texto Ciudades inteligentes: las mejores del mundo no solo adoptan nuevas tecnologías, sino que las hacen funcionar para las personas, publicado por el FEM.
En el país se ha logrado un consenso sobre el término. El MinTIC, en conjunto con la academia y el sector industrial, propuso que una ciudad (o territorio) inteligente es aquella que orienta sus acciones hacia la sostenibilidad y la inclusión, para conectarse y adaptarse a los retos y expectativas de quienes la habitan.
Andrés Arias, líder de IoT y Ciudades Inteligentes en el Centro para la Cuarta Revolución Industrial en Colombia (C4RI) y quien acompañará el proceso de la Alianza del G20, expresó que antes de que se desarrollen estos proyectos de manera efectiva la iniciativa busca reunir a urbes, expertos e instituciones de todo el mundo, para trabajar sobre borradores de política pública y así entender, apropiar y hacer sostenibles estas propuestas.
La formalización de las ciudades pioneras, y el proceso de acompañamiento para la revisión de estos borradores, “apenas comenzó el pasado 18 de diciembre”, precisó Arias.
Lo que sigue es una fase de revisión de las políticas que tiene Medellín en comparación con los lineamientos de la Alianza.
Aprobada esta fase, el gobierno local deberá plantear una hoja de ruta sobre las acciones a seguir y, posteriormente, ejecutar este plan.
Arias señaló que la capital antioqueña puede fijar la mirada en proyectos que impacten diferentes aspectos de la ciudad: apertura e interoperabilidad; seguridad y resiliencia; privacidad y transparencia; sostenibilidad financiera y operacional; y equidad, inclusión e impacto social.
Además, estos podrían ir desde crear un departamento de ciberseguridad, hasta ajustar planes para mejorar la accesibilidad a las herramientas de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC).
La iniciativa del FEM y el G20 no se rige bajo marcos regulatorios específicos, sostuvo Arias. Al tener un carácter voluntario, se apela a los principios éticos y las buenas prácticas comprobadas por otras ciudades. Lo que se busca, en resumen, es generar un consenso global para delimitar lineamientos e instrumentos de política pública que ayuden a cumplir propósitos comunes.
Respecto al trabajo realizado en 2020, la Secretaría de Innovación indicó que la ciudad ha avanzado, de la mano del C4RI y varios actores relevantes del país, en un proyecto estratégico que pretende crear valor a partir de los datos, para finalmente construir una política pública. Este año buscan fortalecer las redes internacionales que tiene la capital paisa, con el propósito de desarrollar acciones concretas bajo la ruta propuesta por la Alianza y los objetivos del plan de desarrollo Medellín Futuro.
Arias también aclaró que este año el C4RI acompañará a las ciudades de la región en sus planes de trabajo, y ayudará a otras urbes latinoamericanas a insertarse en la iniciativa. El monto de la inversión y el rumbo del piloto dependerán, por su parte, de las disposiciones que adotpe el gobierno local.
Empieza a medirse
En 2019 nació el Índice de Ciudades Inteligentes realizado por el International Institute for Management Development (IMD).
Bris, su líder, dijo que esta estadística se empezó a realizar en la medida en que las economías avanzaban cada vez más en la aplicación de tecnología con un impacto en la sociedad; y para evidenciar qué sentían las personas respecto de la utilidad de las innovaciones.
Así, en el texto ya mencionado, ejemplificó casos como el de Singapur que usa cámaras inteligentes para restringir o mejorar la movilidad de los vehículos dependiendo su volumen, o lo que sucede en Kaunas (Lituania), donde el costo del parqueadero es automáticamente deducido de la cuenta bancaria del dueño.
En el último informe del Índice, publicado en septiembre de 2020, se evaluaron 109 ciudades del mundo y las percepciones de 120 residentes en cada uno de los territorios, en dos pilares: infraestructura y tecnología que describa las provisiones y servicios disponibles para los habitantes. Ambos fueron analizados frente a temas como salud y seguridad, movilidad, actividades, oportunidades de trabajo y educación, y gobernanza.
En la última edición del escalafón, Singapur (Singapur), Helsinki (Finlandia), Zúrich (Suiza), Auckland (Nueva Zelanda) y Oslo (Noruega) fueron catalogadas como las cinco ciudades más inteligentes del mundo.
Medellín, en la casilla 72, fue la economía latinoamericana mejor valorada, al subir 19 puestos respecto a 2019, cuando se ubicó en el 91 (ver Listado), por encima de Buenos Aires, Ciudad de México y Santiago de Chile, entre solo siete ciudades latinoamericanas que están en el listado.
Pese a esta novedosa medición, la fundación Metrópoli, de España, ya había hablado de la inteligencia en los territorios, específicamente en el 2000, cuando propuso el concepto de “territorios inteligentes”, que se refiere a la planeación integral de los espacios urbanos, al acercarse a variables como medio ambiente, salud, seguridad, movilidad, productividad y gobernanza.
Lo anterior demuestra que el concepto les ofrece a las urbes una especie de espejo en el cual mirarse según su época. Definir la inteligencia, entonces, dependerá de los tiempos, los humanos y las ciudades que lo hagan (ver Paréntesis).
El MinTIC, de hecho, puso a disposición un Modelo de Madurez de Ciudades y Territorios Inteligentes. Este concentra sus esfuerzos en los procesos que permitan la interacción y participación segura entre gobernantes y gobernados; la gestión sostenible y los riesgos ambientales; las características físicas y estructurales de un territorio; y el fortalecimiento de la productividad, competitividad y sostenibilidad empresarial.
A partir del modelo, las ciudades del país podrán valorar su madurez al operar mediciones de percepción, a través de ejercicios de encuesta dirigidos a sus habitantes; de resultados, por medio de indicadores que den cuenta del estado real o los avances del territorio; y de capacidades, que midan a la entidad pública respecto a los ejes habilitadores del modelo. Las primeras ciudades en usarlo serán Medellín y Bogotá.
Desafíos de sostenibilidad
Si bien la definición del piloto no se prevé hasta marzo de este año, un gran reto se avizora ya en el horizonte: hacer partícipes a los residentes de Medellín, pues las ciudades son, en esencia, sus habitantes. Y las inteligentes, según Peres y el FEM, deben propender por la apropiación cultural de la tecnología que ponen a disposición de sus residentes.
Con base en esta máxima, no basta con infraestructura y tecnología para que una urbe sea inteligente. Se requiere de apuestas por la sostenibilidad para que los procesos de mejora perduren en el tiempo, sin agotar los recursos, y políticas de inclusión urbanística, que posibiliten que todas las personas accedan a la oferta de infraestructura y actividades que tiene una ciudad. Ello bajo un propósito común: alcanzar la inteligencia colectiva. Volver la mirada a los antiguos, y a las formas en que estos participaban de la ciudad.
Así las cosas, para Peres la inteligencia no es más que un medio para avanzar hacia un fin: la sostenibilidad.
Esta apreciación también es compartida por Alejandro Álvarez, profesor y coordinador de Cultura Ambiental en la Universidad Eafit, quien afirmó que Medellín debe orientarse hacia tres mecanismos: uno, que genere sentido de pertenencia por el territorio desde las transformaciones educativas; otro, que propenda por la articulación entre los actores de la ciudad y la emergencia de liderazgos inteligentes; y, un tercero, que apele a la coherencia en las inversiones, pues “si queremos ciudades sostenibles, no hay que darle prioridad a los mismos vicios de siempre (por ejemplo: más vías y menos árboles)”