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Cuando empezó la desinfección general de la Plaza Minorista, buscando exorcizar el espanto de la covid-19, los empleados y directivos encontraron 32 toneladas de objetos inservibles. Entre los canastos, vitrinas y carretas con frutas, había básculas dañadas chupando óxido, destartalados coches de bebé, joyeros vacíos y hasta una llanta chuzada.
Incluso vieron que en uno de los 3.300 locales, el propietario tenía cinco imágenes de la Virgen María, prácticamente un santuario entre las verduras. “¿Pa’ qué tanta virgen? Más bien que se consiga una estampita y la tenga en el bolsillo”, pensó Édison Palacio, el gerente de la Cooperativa de Comerciantes de la Plaza Minorista (Coomerca), que administra la central.
Hoy recuerda aquel ajetreo con un poco de tranquilidad, aunque en su momento, en cada rincón de los 26.270 metros cuadrados de la edificación solo cundía el pánico. Pasó que, en 35 años de existencia, no fueron los incendios ni la violencia los que amenazaron los cimientos de la plaza, sino un microscópico ser que no se ve, pero se siente terriblemente en los pulmones y los bolsillos.
El 14 de abril de 2020 el coronavirus pasó de ser un enemigo cercano, a íntimo. La Secretaría de Salud de Medellín confirmó que 15 empleados del sector de Carnes resultaron contagiados, dando origen al primer brote de esta peste en Antioquia.
El alcalde Daniel Quintero soltó la bomba en Twitter: “He ordenado su cierre hasta que se realicen pruebas a quienes trabajan allí, se desinfecte el lugar y se cumplan con las medidas de bioseguridad y uso de tapabocas obligatorio”.
El suelo comenzó a tambalear para 10.000 empleados y 15.000 trabajadores indirectos que derivaban el sustento del icónico lugar. Candados y puertas bloquearon el acceso y las 20.000 personas que iban a mercar a diario, a precios más favorables que en otros establecimientos, quedaron en la incertidumbre.
De esta crisis que duró 14 días, por el periodo de incubación del virus, ya ha pasado un mes. ¿Qué lecciones dejó para los comerciantes, y para la ciudad misma, la clausura temporal de la Minorista?
A la fecha, no se sabe a ciencia cierta cómo llegó la covid-19 a la plaza. Natalia López, subsecretaria de Salud Pública de la Secretaría de Salud, contó que el caso quedó en los registros con “fuente de contagio indefinida”.
Pudo llegar de varias maneras, tal vez a bordo de una de las dos rutas turísticas que visitan la Minorista para conocer sus olores y sabores, o importada de Estados Unidos, donde estuvo uno de los trabajadores. Lo cierto es que de las primeras 15 detectadas, la enfermedad se propagó a un total de 58 personas, entre ellas 16 familiares de un empleado de la central.
Julio Benjumea, amante como pocos de la Minorista y dueño de la salsamentaria Los Muchachos, fundada hace 26 años, quedó con una imagen grabada en la mente. “Fue como entrar a otra dimensión. Ver la cara de miedo de mis compañeros poniéndole el candado a sus negocios, fue algo difícil. La orden era: ‘¡cierran o se mueren!’”, expresó.
La angustia se multiplicó después por un aparente error de cálculo o de comunicación. El 16 de abril, Coomerca informó que la Minorista reabriría sus puertas, de manera sectorizada, el día 18, es decir, apenas cuatro días después de la orden de cierre.
Fue una salida en falso. Los comerciantes se ilusionaron y encargaron más de 15 toneladas de mercancía a sus proveedores, y a última hora la Secretaría no autorizó la reactivación, por considerar que todavía no se habían cumplido los protocolos de bioseguridad.
Cuando llegaron los camiones, la plaza permanecía clausurada. Para que los alimentos no se echaran a perder, los comerciantes improvisaron corrillos y ventas callejeras en los alrededores, desafiando las recomendaciones de distanciamiento social en cuarentena. Fue como volver a los años 50, cuando en Medellín se mercaba en las aceras.
Después vino la estigmatización social. “Los vecinos de mi barrio se alejaron; a mis amigos, sus esposas les pidieron que se fueran de la casa por un tiempo; y hay varias empresas que les prohibieron a sus asesores comerciales visitar la plaza”, dijo Julio.
El gerente Palacio no tiene una cuantificación de las pérdidas, debido a la vasta cadena de locales, productores, transportistas, campesinos y proveedores que están ligados a la Minorista. Sin embargo, sabe que son millonarias. El coronavirus dejó una profunda cicatriz.
Durante los días de clausura, en la central de abastos hubo un cambio total de pensamiento. Mientras se aseaba cada recodo, se recogía la basura y se acondicionaba el espacio a los protocolos de salud, emergió una solidaridad nunca antes vista.
“La Minorista es un pueblo pequeño, en el que todos nos conocemos. Esta crisis sacó nuestra cara amable, estamos compartiendo la comida entre nosotros, porque hay unos que no tienen”, narró Julio.
La recuperación es lenta, pero esperanzadora, como el lisiado que está dejando atrás una silla de ruedas. De los 20.000 usuarios que iban antes de la cuarentena, ahora llegan entre 1.200 y 3.000, según Palacio; del total de empleados, el 45% está en sus puestos; de los 18 sectores de la plaza, aún falta por autorizar la apertura de los de Ropa, Calzado y Chócolos, que representan, sumados, 235 locales.
En este último, la abstinencia llevó a los trabajadores de los 75 locales a colgar trapos rojos en sus fachadas, como señal de auxilio para el Gobierno.
Astrid Quintero, copropietaria de la Distribuidora de Chócolos Amalia, relató que las autoridades sanitarias les impusieron unos requisitos particulares, por el hecho de procesar las mazorcas (desgranado y venta de masa). “Ya tenemos listo el protocolo de saneamiento, solo falta que vengan de la Secretaría a hacer la inspección. Hace rato los estamos esperando”, comentó.
La crisis dejó varios aprendizajes para el gerente Palacio: “Fue importante hacer un alto en el camino, para evaluar cómo veníamos. Ahora tenemos un mejor criterio para el manejo de los alimentos y la atención de la clientela, esto nos enseñó que tenemos que hacer un comercio más ordenado y con medidas sanitarias”.
En la Minorista hubo una recuperación importante del espacio público, al deshacerse de tantos cachivaches inservibles, lo que favorece el distanciamiento social.
La subsecretaria López reconoció que este brote fue uno de los desafíos más grandes para la ciudad en la pandemia. “La plaza tenía una brecha de hace años en el tema sanitario, y esta fue la oportunidad para cerrarla. Respecto a las autoridades de salud, probó la capacidad de nuestro equipo para hacer un diagnóstico rápido y un cerco epidemiológico efectivo, que nos ha servido para actuar en los contagios que se presentaron después en otros lugares”, opinó.
Los comerciantes son conscientes de las mejoras, y quieren que la gente también las descubra. Es el momento de acudir, cumpliendo las restricciones, a la nueva plaza, a ese paciente de columnas de concreto y miles de sabores que ya se recuperó.