Cuando la profesora le preguntó a su hija Juanita, de 4 años, qué se conmemoraba el 7 de agosto, el sargento viceprimero Juan Carlos Rueda Urán prestó atención. Después de que la niña dijo “la Batalla de Boyacá”, el suboficial esperaba que agregara “y el Día del Ejército de Colombia”, pero ni ella lo pronunció ni la docente se lo recordó por la telellamada.
“Las personas parecen no tener muy clara la historia, ni todo lo bueno que ha hecho el Ejército desde 1810 hasta acá. Pero este día, el 7 de agosto, significa demasiado, no solo la Batalla de Boyacá”, expresó.
Hoy, cuando el país celebra la victoria definitiva sobre los colonizadores de España y agasaja a las tropas, al sargento Juan Carlos también se le revuelven los recuerdos, pensando por qué decidió ser soldado, arriesgar su vida y hasta perder una pierna luchando por su Patria.
Nació hace 37 años en Urrao, municipio del Suroeste antioqueño. Hijo de una familia campesina, residía en un barrio por el que siempre pasaba la guerrilla, en los días en los que el frente 34 de las antiguas Farc campeaba en la región.
También pasaban por su puerta los militares, tratando de cerrarles el paso a los subversivos, por lo que el pequeño estaba constantemente ante la presencia de los dos bandos. “Yo los miraba a los dos, pero sentí que con el Ejército tendría una oportunidad para salir adelante y en el año 2000 me presenté a la convocatoria de bachilleres, para prestar el servicio militar”.
El plan inicial no salió bien, pues no lo escogieron. “En la Cuarta Brigada estaban con el cuento de los Hombres de Acero, con los que visitaban a las comunidades. Y estaban buscando personas que tocaran instrumentos musicales. Yo apenas medio sabía trovar”, contó.
La desilusión no lo arrastró, y con $30.000 compró la carpeta con los requisitos para entrar al curso de suboficiales. “La tuve que guardar bien escondida en el bolso, porque yendo en bus de Medellín para Urrao había retenes de los paramilitares y de la guerrilla, y si veían esa carpeta, ¡me mataban!”, prosiguió.
Al llegar a la casa, empezó a reunir los documentos, mientras sus familiares le repetían: “A usted no se lo van a llevar para el Ejército, porque este pueblo tiene fama de ser guerrillero”. “No, de algún modo se hace”, respondía él.
Necesitaba reunir dos referencias, y una la obtuvo gracias a un vecino, que era sargento. “Para conseguir la otra, me fui para un retén militar que había en el municipio y pedí hablar con el comandante. Le pedí la referencia y todos se rieron. ‘¡Oigan a este marica, hasta guerrillero debe ser!’, me decían. Luego llegó un capitán y dijo que no podía darme la recomendación, porque no me conocía. Le expliqué que yo era del pueblo y que mi tía era la que hacía las arepas”, narró Juan Carlos.
“Mañana voy a su casa, dígale a la tía que me regale un paquete de arepas y le doy la recomendación”, afirmó el oficial en tono jocoso. Al día siguiente cumplió su palabra yendo adonde el muchacho. No solo le dieron arepas, sino que le sirvieron desayuno, tras lo cual firmó los papeles.
El abuelo le prestó dinero para que fuera a presentar los exámenes médicos a Medellín. Al ser aceptado en la Institución, pensó para sí mismo: “Del Ejército salgo pensionado... o muerto”.
La desgracia
Dieciocho años después, el 6 de febrero de 2018, siendo ya un suboficial, comandaba una tropa de 18 soldados en Fortul, Arauca. La misión era custodiar el oleoducto Bicentenario de Colombia, que constantemente era atacado por insurgentes del Eln.
A las 10:00 a.m. recibió una llamada del batallón, en la cual le informaron que había una posible alarma por voladura del oleoducto, y le dieron las coordenadas para que atendiera el caso con sus hombres.
La zona era un potrero, y cuando arribaron no vieron nada inusual, salvo que todo el ganado estaba apeñuscado en una esquina. “Pasé por alto ese detalle”, recordó. Desplegó a sus muchachos en el área, y cuando pretendía comunicarse con su superior, para reportar que se trataba de una alerta falsa, “sentí que el mundo me dio vuelta. La explosión me elevó y caí de cabeza sobre el casco. Mi pierna estaba entumida”.
Juan Carlos les gritó a los soldados que dispararan, porque les habían tirado una granada, pero ellos lo aterrizaron a la realidad: “No, mi sargento, pisó una mina. Quédese quieto, no vaya a mirar”.
“Yo llevaba 16 años de patrullaje y había visto muchos soldados amputados. Me enderecé y miré, el hueso estaba salido y la bota había desaparecido con el pie”, expresó.
Nueva vida
Cuando despertó en el centro médico, solo había una enfermera al fondo, tecleando en el computador. Como nadie se le arrimaba, levantó la cobija y vio la amputación de su pierna izquierda, por encima de la rodilla. Le entró el desespero y empezó a gritar.
Lo trasladaron al Hospital Militar de Bogotá, donde se realizó la primera fase de su recuperación. Su esposa estaba en séptimo semestre de Medicina Veterinaria, y abandonó la universidad para acompañarlo en la convalecencia.
Otros soldados minusválidos le daban ánimo y con el tiempo se fue aclarando su mente, hasta que vio una escena que fue definitiva en su proceso de motivación. Cuando lo movían en una camilla, pasaron junto al área de neonatos, y allí escuchó la risa de un hombre. Era otro militar, al que apodaban “Mochoman”, porque le faltaban las dos manos, una pierna y un ojo, y sin embargo sonreía como nadie, porque había nacido su bebé.
Un año después se repetiría la situación, aunque con Juan Carlos como protagonista: su hija Lucía vio la luz, concebida después de la tragedia. “Cuando había nacido la primera, Juanita, no puede estar ahí, porque estaba de servicio. Venía cada seis meses a la casa y me perdí muchas cosas de la crianza. Ahora con Lucía, he estado a su lado todo este tiempo”.
Actualmente, el sargento vive en Bello y hace parte del Batallón de Sanidad Militar, en particular de la compañía Héroes del Paramillo, que recibe a todos los uniformados heridos o enfermos en la jurisdicción de la Séptima División. En conversación con EL COLOMBIANO, precisó que actualmente atienden a 60 militares, 10 de ellos afectados por artefactos explosivos.
“Ahora soy yo el que les da moral a ellos. Una vez hablé con un soldado que estaba deprimido porque perdió la pierna en un accidente de moto. Él no sabía que a mí también me había pasado, porque me veía muy bien, pero al levantar la sudadera y mostrarle la prótesis, se animó bastante”.
La amputación no le impide montar en bicicleta o conducir carro a Juan Carlos, quien ni siquiera estando en silla de ruedas, en las primeras semanas de su recuperación, dejó de tender la cama.
En este Día del Ejército, expresó que no se arrepiente de nada. Su esposa retomó la universidad, él goza de sus hijas de 1 y 4 años de edad, y el trabajo no le falta. Quiere honrar con su historia a otros héroes que han dado la vida por su Nación, y a aquellos que sobreviven con heridas de guerra, para decirles que “la discapacidad está solo en la mente”.
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