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La historia de cómo la fiebre del oro enloqueció a Zaragoza en medio del paro minero

Unas mil personas se agolparon en la calle principal buscando oro. La necesidad los llevó a tomar pica y pala.

  • Mientras obreros adelantaban labores en el acueducto en una calle en zona céntrica del municipio, algún aventajado se asomó, probó suerte y luego corrió la voz de que allí había oro. FOTOS JULIO CÉSAR HERRERA
    Mientras obreros adelantaban labores en el acueducto en una calle en zona céntrica del municipio, algún aventajado se asomó, probó suerte y luego corrió la voz de que allí había oro. FOTOS JULIO CÉSAR HERRERA
  • La historia de cómo la fiebre del oro enloqueció a Zaragoza en medio del paro minero
15 de marzo de 2023
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El alcalde de Zaragoza mandó a custodiar una calle destapada, llena de lodo, que huele a tierra rancia. La calle está en la mitad del pueblo, justo frente a la iglesia del Jesús Crucificado. En las noches, a escondidas, comenzaron a llegar los necesitados, con palas y picas, y se fueron llevando bultos de tierra en los hombros.

Así pasaron varias noches, con llamados de atención de la Policía que caían en tierra muerta. El rumor fue creciendo, atravesando calles, y la necesidad ya era apremiante. El viernes 10 de marzo, unas mil personas mal contadas, se amontonaron sobre la calle destapada. No solo sacaron cientos de bultos, sino que rompieron los tubos del acueducto, del gas, y casi cavan un túnel debajo de un local comercial. “No se me van a meter, güevones”, les advirtió el dueño.

En el Nordeste y Bajo Cauca son comunes estas historias. La gente dice, con cierta razón, que los pueblos están construidos sobre oro. Lo que pasó en Zaragoza da fuerza a esa idea. Con las minas cerradas desde el 1 de marzo, cientos de barequeros se quedaron sin trabajo, con sus bateas inmóviles. Con los días, el hambre comenzó a azotar. Los comercios, por orden del paro, estaban cerrados, y los días se convirtieron en una modorra solo sacudida por el hambre.

Entonces alguien tuvo la idea de buscar oro en la calle principal, donde se construye el plan maestro de alcantarillado. Esa primera persona, que pudo ser muchas a la vez, regó la idea, y la gente comenzó a sumarse, noche tras noche, a la no tan febril idea de encontrar oro en una calle del pueblo.

Luis Alberto Mosquera vive junto al malecón del río Nechí, en una casa estrecha, con sus tres hijas, todas menores de 10 años. Es barequero y a veces trabaja con madera, lo que primero salga. Desde el anuncio del paro, aunque no sabe demasiado de las negociaciones entre los voceros y el gobierno, tuvo que dejar la batea a un lado y resignarse.

Vive del día, sin ahorros posibles. Sin otra opción se fue para la calle principal, en la noche, y comenzó a sacar tierra. Tardó unas seis horas en llenar 40 costales que llevó al hombro hasta la orilla del río. Sudando bajo la luna, “con mucho esfuerzo”, los acomodó de cara al Nechí.

Al otro día volvió por ellos y comenzó a lavar la tierra. Sin perder la paciencia, lo único que le quedaba por perder, encontró algunas pepitas doradas que logró separar de la tierra amarilla. Tres tomines, tal vez, habían salidos de los 40 bultos. Al cambiarlos en una de las casas de compra de oro, que abundan en el pueblo, recibió 300.000 pesos.

Con sorpresa recibió la noticia de que a la noche siguiente habían acudido cientos de personas a la misma calle. En redes sociales habían corrido cuentos de personas que habían encontrado varios castellanos. Un castellano equivale a 4,6 gramos de oro y hoy se cotiza en 1,2 millones de pesos. ¿Quién no se iba a aferrar a la idea de hacerse unos millones en solo una noche?

Escuche el podcast aquí:

Luis Alberto volvió a su vida después de encontrar su pequeño Dorado. Sigue en su casa, con sus hijos, pero sin hambre, esperando que los 300.000 pesos le alcancen lo que dure el paro minero. Las calles de Zaragoza están sumidas en el letargo; los bares tienen las persianas cerradas y las sillas arrumadas. En el muelle apenas abrió ayer un restaurante, Anclar, después de una semana de solo vender domicilios.

La orden desde el comienzo fue que el comercio se ‘solidarizara’ con los mineros. Y así se ha cumplido, aunque en los últimos días ha habido una tímida apertura. Las compras de oro que están abiertas pasan las horas vacías, esperando a los barequeros que nunca llegan. En una de ellas, el comprador dice que un día normal se vendían hasta 40 castellanos, y en estos días, si acaso, se ven tres tomines, apenas un tercio de un castellano.

En otra compra, la dueña se lamenta y dice que solo están abriendo “para hacer aseo”. En esa misma cuadra, sentado sobre una mesa plástico, enfrentando el sopor del mediodía, un comerciante cuenta que tiene abierto el negocio solo para no quedarse “haciendo nada en la casa”.

Todo este contexto es el que hace particular la toma de la calle principal. En el Nordeste y el Bajo Cauca es común que de una picada a la tierra salte el resplandor áureo. Así pasó el año pasado en Remedios, donde un trabajador de la vía 4G que allí se construye se encontró una veta de oro, lo mismo ocurrió hace cuatro años en ese mismo pueblo, cuando cientos de personas invadieron una finca para buscar oro.

Pero en este caso no fue solo la ambición la que asaltó los corazones. Aquí se conjugó el ocio de muchos por el paro, las necesidades, la incertidumbre de un cese que parece no tener fin. El alcalde de Zaragoza, Víctor Darío Perlaza, dice que cada obra en el municipio debe supervisarse, pero que esta vez se salió de control por la crisis causada por el paro. Aunque la ganadería, la apicultura y la piscicultura han cogido fuerza, la minería, en boca de todos, es el sustento del pueblo. Según el alcalde, de ella dependen el 70 u 80% de las personas.

Y es que el pueblo ha vivido del oro desde su fundación en 1581, apenas 40 años después de la de Santa Fe de Antioquia. La Corona, a través de Gaspar de Rodas, erigió el poblado en la confluencia entre los ríos Porce y Nechí; sabían que sus alrededores estaban taqueados de oro. Tanto era así que han pasado 442 años y todavía queda, pese a la extracción sin frenos.

En Zaragoza hay vetas con oro, es decir, donde el mineral se encuentra bajo tierra, entre las rocas. La cuenta de Twitter @Hur4ce, que habla de geología, explicó que, además, los suelos del municipio tienen buena cantidad de oro por la confluencia de los dos ríos. Es decir, estos han arrastrado el mineral y seguramente lo han desperdigado por los suelos.

Eso quiere decir que en efecto, como dice popularmente la gente, el pueblo está construido sobre oro. La pregunta es cuánto hay bajo las casas, los bares y la iglesia del Jesús Crucificado. Eso no puede saberse, pero alimenta la imaginación de un pueblo olvidado por el Estado, al que se le ha condenado a la pobreza.

La mayoría considera que ese oro bajo tierra les pertenece por haber nacido en esta tierra. Dicen que están cansados de que alguien más se los lleve. Luis Alberto, el hombre que fue por necesidad a la calle principal, dice con firmeza que no se arrepiente de haberse escondido en la noche para sacar el oro. “Este oro es de nosotros, nos pertenece y tenemos el derecho sobre él”, dice, resumiendo todo en una frase.

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