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Barrio Colombia, el rumbeadero que se resiste a perder sus años de gloria

El corredor era clave en el entretenimiento nocturno de la ciudad. La pandemia causó pérdidas irremediables.

  • Amarna, una discoteca con temática árabe, es una de las más icónicas de Barrio Colombia y aún sobrevive. Lleva abierta al público varios años en la zona. FOTO esneyder gutiérrez
    Amarna, una discoteca con temática árabe, es una de las más icónicas de Barrio Colombia y aún sobrevive. Lleva abierta al público varios años en la zona. FOTO esneyder gutiérrez
  • En esta construcción tenía sede Kukaramakara, discoteca que se vio obligada a cerrar previo a la pandemia. FOTO esneyder gutiérrez
    En esta construcción tenía sede Kukaramakara, discoteca que se vio obligada a cerrar previo a la pandemia. FOTO esneyder gutiérrez
12 de noviembre de 2022
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Los carros tenían que pedir permiso para abrirse paso en Barrio Colombia. Ese corredor, que conecta a Ciudad del Río con Premium Plaza, tendía a lucir atiborrado. De miércoles a domingos, los cupos para ingresar a las discotecas eran exiguos, la música sonaba hasta la madrugada y la calle parecía sede de una procesión. El panorama ahora es distinto: aunque los negocios que sobreviven se resisten a soltar los tiempos de gloria, la pandemia causó estragos irremediables.

La cámara, en medio de la lluvia, captura un callejón sombrío: de casi 30 discotecas que hicieron de esa zona una de las más apetecidas para la rumba en la ciudad, quedan siete. Cerca de 200 metros de pavimento, que soportaban la visita de miles de personas cada noche, son ahora una pista despejada para los taxistas que buscan ahorrar camino. “Por acá espantan los lunes, martes y miércoles”, dice Ramiro Arias. “El gentío pidiendo taxi era impresionante. Yo madrugo: de acá ya no nos llaman”, lamenta.

El parte que hace Ramiro a unos pasos de la icónica calle 30 es dramático. Quizá Esperanza, Álex y Camilo, quienes trabajan en la zona, lo contradigan más adelante en esta historia: ellos han sabido capotear los cierres tras la crisis; entre necesidad y experiencia, se han mantenido en el universo del espectáculo que estuvo a punto de convertir este corredor en uno similar a Provenza, en El Poblado.

Pero los deseos no son más que eso, si no logran concretarse. Los jueves, incluso, la asistencia ya es escasa en Barrio Colombia: las discotecas que se mantienen, en su mayoría con casi 20 años de recorrido, dinamizan el sector que es devorado por las bodegas, las cadenas de mercados al por mayor y las concesionarias de motos y automóviles. Pero, pese a esto, hay esperanza.

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Esperanza Moreno, envuelta en una carpa plástica para hacerle quite a la lluvia, cuenta que la rumba en el sector comenzó hace 23 años. Ella ha estado presente todo este tiempo, desde que tenía una bandeja repleta de dulces hasta ahora, cuando su local ambulante luce más surtido. “Había unas discotecas muy buenas: Prisma, Espacio 44, Luxury, Indiana, Estrella Estéreo y Kukaramakara, pero todas cerraron”, recuerda.

En el sector tenían vida más de 20 locales de entretenimiento que se extendían hasta la conexión con la calle 30. La pionera fue Trilogía, dice Esperanza, negocio con música en vivo que salió bien librado de la pandemia y aún se llena. “Usted no se imagina: es música en vivo y necesita reserva. La esquina le dio vida a esto y todavía sigue”, dice. Es como si ese bar, que a simple vista luce como una bodega, se resistiera a la muerte. Y lo logra con holgura: es uno de los que mantiene la zona a flote.

En esta construcción tenía sede Kukaramakara, discoteca que se vio obligada a cerrar previo a la pandemia. FOTO esneyder gutiérrez
En esta construcción tenía sede Kukaramakara, discoteca que se vio obligada a cerrar previo a la pandemia. FOTO esneyder gutiérrez

“El público nos salvó”, afirma Camilo Montoya, trabajador de Trilogía. “Tenemos clientes de muchos años, que pasaron aquí la adolescencia y todavía vienen. En la pandemia nos pusimos pilas: hicimos transmisiones por redes, recibíamos donaciones. Hemos recuperado la dinámica de siempre, la que hemos tenido en más de 20 años”, agrega.

Pero la pandemia no fue la única responsable del golpe que es evidente en la zona: previamente, dice Esperanza, algunas discotecas comenzaron a cerrar. Ella ajusta 32 años “trabajando la noche” en varios sectores y eso es usual: “La gente se cansa de estar en el mismo lado, y empieza a bajar la clientela. Los negocios se van para otros lados. Aunque aquí todavía necesitan reserva, le digo, por aquí el gentío no dejaba pasar los carros”.

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Amarna, una discoteca con temática árabe, es otra de las que se sostiene. Su arquitectura resalta entre las demás construcciones de la zona y, en plena noche, pese a estar cerrada, uno de sus propietarios narra la odisea: “La discoteca sobrevivió porque el dueño del local nos condonó 15 meses de arriendo, sino no estaríamos contando el cuento. Cuando abrimos de nuevo, entonces con aforos del 30%, no nos daba del todo. Pero fuimos saliendo a flote. Y cuando terminaron las restricciones, los clientes volvieron a montones”, dice Álex Muñoz.

La cantidad de visitantes se ha hecho notoria porque quienes se acomodaban para rumbear en 20 discotecas, ahora lo hacen en siete. Eso, afirma Álex, se veía venir: el corredor fue sede de una “burbuja comercial” por cuenta de las promesas de los gobiernos de turno. Allí alcanzó a proyectarse una zona rosa, con corredores verdes, y decenas de comerciantes se emocionaron y corrieron a cotizar alquiler. Pero esta industria, insiste Álex, tiene sus trucos.

“La gran mayoría que cerró no pudo llegar a acuerdos con los propietarios de los locales, también tenían deudas con los proveedores y eso los terminó de quebrar. Tuvimos que acudir a eventos distintos: algunos hacen stand up comedy, y nosotros, por ejemplo, recurrimos al karaoke crossover. Nos está yendo muy bien”, cuenta.

Aunque el parte de Ramiro es más alarmante, pues cuenta que con la desbandada de negocios la inseguridad ha aumentado, los de Esperanza, Álex y Camilo cargan con un tinte de optimismo: “La gente sabe dónde estamos y nos busca: hay buenos conductores, los celadores son queridos y las poquitas discotecas que quedan son muy buenas. ¡Que se animen y vengan!”, dice Esperanza. Barrio Colombia se aferra a sus tiempos de gloria. No tiene de otra.

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