En tiempos de negacionismo del cambio climático, que pasó de ser tema en foros de conspiranóicos alienados detrás de un teclado a los despachos de los gobiernos nacionales, departamentales y distritales en buena parte del mundo; en épocas de suntuosos eventos de jefes de Estados, como las COP de la ONU, que terminan sin compromisos concretos, en un pequeño barrio en el municipio de La Ceja, Oriente antioqueño, sus habitantes no solo decidieron reconocer la crisis climática como una amenaza global contra la existencia, sino que le apuntaron a hacer algo más: crearon su propio plan de acción climática.
Los planes de acción climática son una exigencia de la ONU desde hace años para pasar de las generalidades de la crisis a la especificidad de cada territorio. Mejor dicho, a través de estos, las ciudades deben identificar los riesgos, amenazas y determinantes que enfrentan y establecer un plan robusto con programas, acciones y plazos para mitigar esos riesgos y amenazas y adaptar el territorio a la nueva realidad planetaria (climas más extremos, aumento en la temperatura, sequías, menos tierras fértiles, mayor contaminación). En Colombia, ciudades como Medellín y Bogotá tienen planes de acción climática vanguardistas elaborados para definir el futuro a 2050. Pero, a grandes rasgos, tras cuatro años de promulgado sigue siendo un documento sin mayor impacto en la práctica.
Eso otorga dimensión a lo que hicieron los vecinos del sector La Aldea. Todo comenzó en 2023, cuando los habitantes del barrio de 900 viviendas construido en 2005 se unieron con la Junta de Acción Comunal para establecer cuáles eran las principales problemáticas que enfrentaban día a día. De ese diagnóstico salieron varias conclusiones: padecían contaminación del aire, de las fuentes hídricas cercanas y deterioro del corredor verde que los rodea. Pero había que encontrar el respaldo científico para tener certeza de ello y encontrar cómo resolverlo, explica Kelly López Aranzazu, coordinadora del proyecto.
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Con todo todo el rigor investigativo, los integrantes de la JAC instalaron sensores de calidad del aire, adelantaron monitoreos de biodiversidad en las fuentes hídricas, en la vegetación y la fauna del parque lineal para conocer el estado y adelantaron un importante estudio de la población que habita La Aldea. Encontraron cosas interesantes: efectivamente la quebrada El Tambo, un importante corredor biológico del municipio arrastra gran contaminación; en promedio, durante tres días al mes se presenta una calidad del aire con picos peligroso de material particulado; cada hogar emite 1,61 toneladas de CO2 por año, huella impulsada, sobre todo, por el uso de gas propano en las casas. También encontraron que en el 44% de las familias no cuenta con los ingresos necesarios para cubrir sus necesidades básicas y que desde el año 2000, en el área de influencia de La Aldea, casi 98 hectáreas pasaron de ser suelo agrícola a terrenos urbanizados.
También evidenciaron el potencial del territorio que habitan para enfrentar el cambio climático. Hallaron que en el barrio cada habitante puede disfrutar de 23,5 m2 de espacio público, mucho más que lo recomendado por la OMS de 15 m2 por habitante. Encontraron además que existen 757 árboles que almacenan cerca de casi 3.000 toneladas de CO2; que todavía coservan el 47% de las especies de árboles nativos y en los monitoreos comunitarios identificaron 41 especies de fauna, incluyendo 29 especies de aves.
¿Qué piensan hacer?
Lo más difícil era pasar del diagnóstico de las problemáticas a la búsqueda de soluciones, pero otro de los hallazgos les reveló que las acciones que llegaran a ejecutar tendrían eco y apoyo en la comunidad. Más del 85% de las personas estarían dispuestas a realizar acciones de adaptación al cambio climático y más del 90% de los habitantes del barrio considera que el cambio climático es una realidad que estamos viviendo.
Con una radiografía tan completa, cuenta Kelly, decidieron redoblar la apuesta y no quedarse solo en acciones para mitigar las problemáticas ambientales y climáticas, sino plantearlas para lograr adaptar al barrio a los escenarios futuros. Salieron 50 programas y acciones y decidieron priorizar 15, entre los que están instalación de alumbrado público con paneles solares, transición de gas propano a natural, transporte de uso compartido, campañas para racionalizar el uso de la moto, y otros más. Explica Kelly que se plantearon como meta a corto plazo un tiempo de cinco años, a 2030, para evaluar los resultados. Y un periodo de 10 a 15 años para trabajar los objetivos a largo plazo.
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En la etapa final convocaron a entidades, organizaciones y empresas involucradas en las acciones que se necesitan para cumplir parte del plan. Flor Patiño, integrante de la JAC, dice que la respuesta de algunas entidades como la Alcaldía fue de escepticismo, reticencia e, incluso, apatía. Posturas que cambiaron un poco al sentarse y ver los resultados y el trabajo serio que adelantaron para convertirse en el primer barrio con un plan de acción climática en el país.
Hay un factor que hace de esta una historia ejemplificante más que anecdótica. La Aldea es un barrio como miles que hay en Colombia; de clase media, con una población cada vez más envejecida, donde priman los mayores de 35 y 40 años en adelante y los niños son cada vez más escasos. Un barrio rodeado por la expansión urbana; al frente, tan solo cruzando una calle, se levantan megaproyectos pensados para crecer progesivamente a lo largo de una década o más, serán pueblos dentro de lo que alguna vez fue un pueblo. De hecho, la mayor parte del aire contaminado que respiran en La Aldea se origina en las construcciones que cercan al barrio, que transforman completamente su paisaje y configuración.
Este dato es clave también: el 51% de los habitantes de La Aldea son foráneos del municipio; eso es diciente porque el barrio se construyó como de interés social para nativos de La Ceja, pero terminó conquistado por ese flujo masivo de citadinos que buscan tranquilidad, naturaleza, buenos vivideros distantes de las ciudades. Una de las grandes conclusiones de este proyecto, exponen Flor y Kelly, es que no basta con migrar a municipios con buena calidad de vida, como lo hacen actualmente cientos de miles de colombianos, para alejarse de la crisis climática. Sin importar el lugar donde estén o al que lleguen, como un pequeño y tranquilo barrio del Oriente antioqueño con un pulmón verde que persiste, si no se deciden a emprender acciones concretas para enfrentar el cambio climático, adonde vayan los alcanzarán las consecuencias del mismo.