Es común que las personas que pierden a un ser querido hablen de la repentina lucidez o del intempestivo recuperamiento que mostró el paciente justo antes de morir. Un hecho irrebatible y cruel en muchos de los casos, maravilloso en otros, pero que a final de cuentas ha sido objeto de estudio desde cuatro siglos antes de Cristo, cuando Hipócrates, considerado por muchos el padre de la medicina, y otros antiguos griegos, plantearon que el alma siempre iba a permanecer intacta ante la más adversa de las situaciones, aún cuando esa situación incluyera que el cerebro o la mente estuvieran perturbadas.
“Creían que, durante y después de la muerte, el alma se liberaba de las limitaciones materiales, recuperando todo su potencial. La mente humana sería más que un mero producto de la fisiología del cerebro, quizás incluso involucrando una especie de ‘sujeto trascendental’ o ‘vida interior oculta’”, le explicó a la BBC Brasil el biólogo alemán Michael Nahm, quien le acuñó el término lucidez terminal a este fenómeno después de años de estudios.
Sin embargo, ninguna de las otras teorías que se han presentado a lo largo de la historia y que intentan explicar el por qué se presenta esta situación en algunos enfermos críticos, han arrojado resultados concluyentes, pues aunque para muchos resulta ser un hecho cruel y para otros maravilloso, siempre desemboca en un debate ético que gira entorno al: ¿cómo hacer estudios invasivos en personas que están a punto de morir?