Estos hechos muestran la fragilidad de la precaria infraestructura vial del país. Más, incluso, en vías de la importancia de la denominada Autopista Medellín - Bogotá, que conecta los dos centros políticos e industriales más importantes de Colombia.
Queda en evidencia que no disponemos de infraestructura que permita niveles de operación normales, que se suspenden por no se sabe cuántas horas o días que lleve remover la tierra que descargó el alud. Eso ya genera una fractura en la economía. Por allí circulan más de 20 mil vehículos promedio día, que no pueden ser atendidos por rutas alternas como Las Palmas, Santa Elena o El Escobero.
Lo otro es que se manifiesta la ausencia de autoridad de organismos ambientales que ejerzan control sobre la explotación minera, de materiales pétreos. Algo ocurrió cuando la naturaleza pasó factura por actitudes y actividades irresponsables del hombre, además de que la normatividad se queda en el papel y en los escritorios, como letra muerta.
Además, se ven coladas de tierra y piedras que resbalan por la vía. Y la solución son avisos que advierten el peligro, cuando deberían ser soluciones y recursos de ingeniería. Eso se debe erradicar, porque parece que, igual, la ingeniería se queda en el papel.
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