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Trump y Johnson: un mismo modus operandi

Creadores de peligrosas ficciones, nunca dispuestos a responder por sus actos y más bien seguros de que siempre se saldrán con la suya.

28 de marzo de 2023
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Los dos exmandatarios más histriónicos que ha dado la historia contemporánea de las democracias en el llamado Primer Mundo, Donald Trump y Boris Johnson pretenden convertirse de la noche a la mañana en dos víctimas inocentes que no son responsables de nada de lo que se les acusa en sus respectivos países y que por el contrario son unos perseguidos por fuerzas oscuras que buscan hacerles daño. Que mintieron sin querer queriendo y que se dejaron guiar hacia el camino del mal por sus propios colaboradores que ahora tildan de malvados. Su actitud, entre infantil y deshonesta refleja a la perfección el grado de irresponsabilidad al que han llegado.

El exprimer ministro del Reino Unido, hombre poderoso donde los haya, ha tenido que dar la cara en estos días para responder por la celebración de las partygates, esas fiestecitas ilegales que él y los miembros de su gabinete armaron durante la pandemia, cuando todo su país acataba las estrictas y duras medidas de aislamiento impuestas a causa del covid. ¿Y cómo lo ha hecho? Como un niño malcriado con pucheros incluidos. Y a manera de defensa esgrime que no fue culpa suya sino de sus subordinados que le informaron mal. Y que aunque le mintió al Parlamento, lo hizo sin culpa.

Nada distinto de lo que ya se sabía de él, una especie de avivato que se rige por ese tan cuestionable refrán de “el que no es vivo es bobo”. Y como ahora se ha visto en aprietos, ha sacado a relucir una nueva carta: la de la conspiración política de sus enemigos que quieren acabar con su carrera dado que él es el anticomunista más grande que han dado las islas del Reino Unido. Descrito muchas veces como un mentiroso compulsivo, Johnson vino a decir en su defensa, en el informe de 50 páginas que presentó a los medios, que engañó a la Cámara de los Comunes por desconocimiento, que no hay ningún documento que lo inculpe y que jamás pensó que esas reuniones en Downing Street pudieran ser consideradas como una fiesta. Al llegar a este punto, cualquiera que lo lea o escuche no puede sentir más que asombro y pena ajena cuando menos. O dolor, mucho dolor, si se piensa en la cantidad de personas que no pudieron despedirse de sus seres queridos por cumplir con las medidas exigidas por el gobierno del Primer Ministro más cara dura que ha dado el partido Tory en su historia reciente.

Mientras tanto, de este lado del Atlántico, pero al norte del continente, el pintoresco expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, se prepara para afrontar investigaciones criminales en su contra. Entre ellas, el supuesto pago de sobornos a una estrella de cine para adultos llamada Stormy Daniels. Para ello lleva más de una semana incitando desde su red social a la violencia, la muerte y la destruccción en caso de que lo detengan. Y el sábado pasado dio un discurso de hora y media en el aeropuerto de Waco (Texas) en el que básicamente dijo que es una víctima de los demócratas que conspiran contra él para que no se presente a las elecciones de 2024, “soy el hombre más inocente del mundo” aseveró con desparpajo.

Y siguiendo esa línea, durante hora y media se fue lanza en ristre contra los fiscales que estudian la acusación penal, contra los abogados de la fiscalía, contra el Tribunal Supremo por no guardar en secreto sus declaraciones de renta, y por supuesto volvió a insistir en la falsedad de que las elecciones de 2020 en las que perdió frente a Joe Biden fueron inválidas, pese a todas las pruebas y desmentidos que se han presentado a este respecto. Como de costumbre, se apoyó en mentiras para validar sus argumentos febriles que tanto daño le han hecho ya al país. Y haciendo uso de uno de sus grandes ardides, convenció a su público cautivo de que los problemas no son en realidad de él sino de sus seguidores: “no vienen por mí, vienen por ustedes”.

Boris Johnson y Donald Trump parece que hubieran asistido a la misma escuela. Creadores de peligrosas ficciones, nunca dispuestos a responder por sus actos y más bien seguros de que siempre se saldrán con la suya. Teatrales, con una capacidad de oratoria peligrosa por las multitudes que consiguen mover. Sus decisiones en los respectivos gobiernos que manejaron han dejado países con una opinión pública claramente dividida y las consecuencias de tales comportamientos han hecho un daño que va más allá de lo material. Han dejado un mensaje de valores trastocados según el cual hay que sostener las mentiras hasta el final, porque mientras más las repitan, más rápido se convertirán en realidad. .

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