A finales del año pasado el profesor James A. Robinson, coautor del libro Por qué fracasan los países, publicó en el diario El Espectador el artículo ¿Cómo modernizar a Colombia?, el cual ha generado un gran debate.
La pregunta que se hace el autor es ¿cómo es que Colombia se va a modernizar? Robinson plantea que el país se caracteriza por ser una sociedad dual: la de los campesinos y la de los jóvenes educados. A juicio del autor, para que nuestra nación se modernice se necesita que la sociedad se transforme hacia la que representan los jóvenes educados y creativos.
Con esta posición se deja de lado la transformación a través de la lucha “por la tierra o institucionalizando la pobreza en la periferia con la distribución de 40 acres y una mula”.
Más aún, el profesor Robinson sostiene que “Colombia será moderna si esos jóvenes nerds superan al campesinado y hacen a la élite tradicional tan innecesaria y anacrónica como llegó a serlo la aristocracia británica”. Por tanto, su fórmula para que la sociedad centre la estrategia de desarrollo en la educación consiste en ignorar y dejar marchitar el problema rural.
De esta forma se plantea que la salida para el campo colombiano es, como lo señaló décadas atrás Lauchlin Currie, promover la migración hacia las ciudades, las cuales se convierten en la meca del desarrollo del país.
Para pacificar el campo, Robinson plantea que, como lo hicieron Inglaterra y Estados Unidos, y lo “entendió Vicente Castaño”, se debe “usar a la élite” para lograrlo. En esencia es promover la inversión empresarial en el campo la cual, a su vez, atrae la del Estado, especialmente en infraestructura.
La visión del profesor Robinson de que la educación constituye el medio a través del cual la sociedad se va a transformar y modernizar no es nueva, pero sí ayuda a enfatizar la importancia que la misma tiene para el desarrollo del país, pues sin educación no hay acceso al conocimiento y sin este será imposible alcanzar mayores avances.
Sin embargo, en la ruta hacia una sociedad basada en la educación y el conocimiento, Robinson plantea una posición políticamente incorrecta cuando señala que el problema rural es mejor ignorarlo y dejarlo marchitar, pues el Estado, con su política de restitución de tierras y redistribución de baldíos “aplaza la posibilidad de que la gente tome la decisión de rendirse y hacer algo distinto”.
Sin duda, la migración rural en Colombia es una realidad de la cual se benefician los jóvenes más educados del campo. Además, para estos el paradigma es lo urbano. Pero ello no debe servir de excusa para que el Estado deje de lado su obligación legal de restituirles la tierra a los campesinos desplazados o para que la sociedad colombiana ignore que los habitantes del campo viven en indignantes condiciones de pobreza y abandono.
Además, no se puede pasar por alto que los pequeños agricultores son determinantes para el abastecimiento alimentario de las ciudades. Finalmente, no hay que olvidar que Colombia es considerada como una de las despensas agrícolas del mundo.
Lamentablemente, al enfatizar la innegable importancia de la educación para el desarrollo, el profesor Robinson ignora que en el campo viven cerca de 12 millones de colombianos que no pueden ser abandonados a su suerte y desconoce las posibilidades de desarrollo que allí se tienen.