El presidente Juan Manuel Santos instaló el Congreso de la República, en la que si bien es la penúltima de sus intervenciones allí, es la última en la que tiene posibilidad de anunciar proyectos para su último año de gobierno y para el de la legislatura final antes de las elecciones del año entrante. Sin embargo, más que anunciar programas, prefirió hacer un balance de lo que considera grandes logros de su administración, y para reiterar sus llamados al país para que se una en torno a sus propuestas de paz.
El presidente llegó a la instalación de esta legislatura con la renuncia de su gabinete sobre el escritorio. Es decir, con todo su equipo ejecutivo en interinidad, a la expectativa de los cambios para un último año que, por su propia naturaleza, es el de menor capital político y mayor desgaste ante la opinión pública.
El presidente Santos reconoció que la inseguridad sigue siendo un problema para todos los colombianos, que los cultivos de coca han aumentado, y que el desafío de la corrupción sigue contaminando las instituciones. Tres temas que, luego de siete años de gobierno, siguen como objeto de discurso más que de acción.
El mensaje central del discurso presidencial fueron los acuerdos con las Farc y su preocupación por la polarización del país y el negativismo. Contradiciendo sus propios discursos, sobre todo los pronunciados en el exterior, afirmó que “nadie ha dicho que el fin del conflicto con las Farc sea la paz total ni el inicio del paraíso terrenal en nuestro suelo”. Esta precisión es necesaria, y cuán útil habría sido para una mejor pedagogía de ese proceso de paz.
Otro aspecto relevante del discurso presidencial fue la insistencia en dejar atrás la polarización. Esta, que ha sido una constante en sus intervenciones públicas, refleja la preocupación ante un país dividido políticamente, pero, ante todo, por el riesgo que avizora de que los acuerdos firmados por su Gobierno puedan sufrir modificaciones al haber cambio en la Presidencia. De allí que incluso haya ratificado que el acuerdo con las Farc es un instrumento jurídico internacionalmente vinculante para Colombia, punto bastante controvertido y discutible.
No están exentos estos llamados a la unidad nacional de un pensamiento frentenacionalista, donde la oposición era más testimonial. El sistema presidencialista colombiano propende a las coaliciones, que de hecho marchan con cierta disciplina en el Congreso, pero una oposición constante y sólida no entraba dentro de los presupuestos políticos de los gobernantes de la Colombia contemporánea. Al actual presidente le tocó enfrentar ese reto, que a él y a su gobierno tantas veces los desborda.
Otro mensaje que entre líneas puede encontrarse en el discurso presidencial es el repetido agradecimiento al Congreso por haberle aprobado las leyes necesarias para implementar los acuerdos de paz. Una gratitud que se dirige más al Congreso convalidador que al Congreso reformador. A aquel que con el fast track solo tramita, en vez del legislativo que debate, controla y perfecciona leyes.
No va a ser esta una legislatura fácil, con elecciones el año entrante y con los congresistas afinando motores para sus campañas, atentos a la colaboración gubernamental para lograr las mayores votaciones posibles. El gobierno, que no es primerizo ni ingenuo, sabe que lo que no logre en este segundo semestre ya quedará pospuesto para esperar el criterio de la próxima administración.