Es complejo, visto desde afuera, el debate acerca del manejo del islamismo radical que hace Francia. Para los franceses, es la libertad de expresión la que está amenazada por el terrorismo y ella es uno de los pilares de la democracia. Para los franceses, la oposición internacional a las medidas del gobierno es el mundo al revés, hay una corrupción de los argumentos y una manipulación de la realidad, con el riesgo de alimentar acciones terroristas.
Con la muerte de Samuel Paty, el profesor de secundaria decapitado en una calle cerca de su escuela por un islamista radical molesto porque este había mostrado a sus alumnos caricaturas de Mahoma, se amenaza en esta ocasión a la escuela de la república. El fuerte simbolismo de la muerte del profesor representa una declaración de guerra a lo que Francia encarna, a la libertad de pensamiento, a la herencia de la ilustración.
Ese sentimiento fue el que quiso compartir el presidente Macron en su discurso de homenaje al profesor. En sus palabras el presidente defendió los principios de la laicidad republicana. Declaró que el profesor fue asesinado porque enseñaba “la libertad de expresión, la libertad de creer y de no creer”. Macron también advirtió que para la “la ideología islamista radical” el objetivo final es tomar el control de la sociedad. Esto haría necesaria una ley contra el separatismo islamista y las restricciones de la escolarización en la casa, y exigió que los grupos musulmanes firmen un compromiso de laicidad.
La defensa de los valores de la república no fue bien recibida en el mundo del islam, ya que fue considerada como anti-islamista. Si bien la inmensa mayoría de los musulmanes rechaza el extremismo, la violencia como medio de responder a un discurso y la violencia política en general, no comprenden la razón de ofender deliberadamente símbolos religiosos y de hacer la defensa vehemente de esto. Tienen la impresión de que se hace a propósito, con el fin de ofender, si además la caricatura se exhibe en un edificio público.
La reacción inmediata ha sido un boicot a los productos franceses en el oriente próximo y el norte de África atendiendo a un llamado del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, así como protestas en las calles de las ciudades rechazando la islamofobia. También se han producido una seguidilla de agresiones a cuchillo, dos en Francia y otra delante de consulado general de ese país en Arabia Saudita, que tienen de nuevo a los franceses temerosos frente al terror del islamismo radical que puede atacar de nuevo al interior del país. En esta ocasión el cariz preocupante es que algunos de los ataques fueron contra fieles cristianos acudiendo a sus iglesias.
Vienen tiempos difíciles para Francia y sus ciudadanos, como advirtió el periódico conservador Le Figaro el llamado de Erdogan puede desencadenar acciones violentas. Además, este último tiene su agenda, el aumento de las tensiones con occidente le trae réditos políticos ante una gobernabilidad erosionada por las dificultades económicas que atraviesa Turquía. Las autoridades francesas ya pidieron cautela a sus ciudadanos en el exterior y se han reforzado las medidas internas. Ese es el precio de no renunciar a las caricaturas que ha reafirmado Macron, por lo que su publicación libre representa para la república. Una batalla que a veces no se entiende bien por fuera de Francia y que no ha recibido la solidaridad y comprensión que se merece.