Uno de los mejores cuentos infantiles es “El traje nuevo del emperador”. Para quienes no lo recuerden, relataba la historia de un par de estafadores que convencían a un monarca de que la seda con que le estaban confeccionando un vestido tenía la especial cualidad de ser invisible para el ojo del estúpido. Por supuesto, todos los súbditos, al enterarse, alabaron la vestimenta, temerosos de aceptar que no veían nada, que el rey estaba desnudo y que, por lo tanto, ellos eran unos tontos. Hasta que un niño se negaba a aceptar la explicación de los adultos y preguntaba en voz alta por qué el emperador estaba empelota.
Sobra decir que la historia quería recordarnos lo extraña que es a veces la “opinión especializada”, que pretende que nos traguemos como arte, adefesios como calaveras hechas con diamantes o tiburones conservados en formaldehído, con el argumento de que son obras tan profundas que su significado escapa a los ojos menos capacitados. Pasa lo mismo a veces con el cine de autor, al que los críticos no nos atrevemos a juzgar con la misma rudeza merecida que se aplica a las películas de Adam Sandler, sólo porque a algún jurado de festival le pareció que esa película sin historia era un ensayo sobre las vicisitudes de la sociedad contemporánea.
Para que nos entendamos, pueden ir a ver “Body”, de Malgorzata Szumowska, película precedida por el prestigio que le daba el Oso de Plata que su directora obtuvo en el Festival de Berlín de este año. En ella encontraremos a un juez de Varsovia, que debe ocuparse de los casos de crímenes más escabrosos, mientras tiene que lidiar con el desorden alimenticio de su hija, al parecer producto de la infelicidad que la corroe desde la muerte de su madre. Además del padre y la muchacha, tendremos que ver (¿soportar?) la historia de la terapeuta de la joven, que tiene por mascota a un perro enorme y que además es médium, por lo que a veces la gente muerta se le aparece mientras conduce su carro o cuando está en el ascensor. A esa altura de la cinta usted también verá gente muerta, pero del tedio, dormitando a su alrededor mientras intentan encontrar la “reflexión sobre el cuerpo” que supuestamente encierra la trama.
En la primera escena de la película, un suicida al que hemos visto colgado de un árbol, se pone de pie en el levantamiento de su propio cadáver, lo que nos hace suponer que veremos una comedia de humor negro. Pero después la directora, que también es aquí guionista, se arrepiente de esa decisión y se toma en serio, o eso nos hace creer, sin terminar nunca de encontrar cuál es el tema de su historia: si la relación padre e hija, si lo que nos une con nuestros muertos, si lo difícil que es conciliar deseo con realidad o si el pesimismo frente al mundo de hoy. De todo hay, pero puesto de forma caótica, banal, sin la menor intención de encontrarle una lógica que le dé sentido a todo, incluso a los pocos buenos momentos que su película ofrece.
El rey está desnudo. Que no se diga que no les avisaron.