El 27 de septiembre de 1997, los paramilitares del Frente Héroes de los Montes de María secuestraron a los niños de Las Palmas dentro de su propia escuela, reunieron en la plaza principal a los habitantes de ese corregimiento del municipio de San Jacinto, en el departamento de Bolívar, y delante de todos, asesinaron a cuatro personas. El acto de terror llevó a que cientos de familias dejaran sus hogares de inmediato y abandonaran la tierra en la que habían nacido.
Pero esto que les estoy contando no lo averiguarán ustedes viendo “Un asunto de tierras”, el documental que intenta relatar el proceso que tuvieron que pasar muchos de esos campesinos palmeros desplazados después de aquella masacre, para intentar recuperar sus parcelas a partir de la aprobación de la ley 1448 de 2011 de restitución de tierras.
A lo mejor si lo supieran, si algún texto en pantalla o alguna narración lo dijera, los espectadores sentiríamos una conexión emocional más fuerte con lo que nos intenta contar este documental. Y digo intenta porque al final “Un asunto de tierras” es una película coja. Le faltan datos, entrevistas e información para ser el documental periodístico necesario que el tema ameritaba.
Le falta centrarse en alguno de los personajes que nos presenta tangencialmente (¿el joven líder que se ocupa de buena parte de los trámites que la comunidad debió hacer con la Nación tal vez, o a lo mejor el hombre que canta unas décimas tristes en una manifestación en la Plaza de Bolívar, en la capital de la República?) para lograr ser el documental emotivo y dramático que se alcanza a insinuar en algunos pasajes.
Le sobran muchas imágenes de oficinas y de debates en el Senado, para ser el documental poético que su primer plano, una pared solitaria de una casa derruida por cuya ventana alumbra el sol, parecía presentarnos.
Al final, al no ser nada de eso, ni ser tampoco la denuncia contundente que un tipo como el estadounidense Michael Moore (o hasta Pirry con todo y sus excesos melodramáticos) habría realizado, “Un asunto de tierras” termina por convertirse en un rejunte de imágenes sin personalidad ni objetivos claros, que intenta compensar sus falencias con algunos planos supuestamente filosos pero sin sustancia (¿realmente las tomas de un Capitolio en el que sus congresistas hablan con la boca llena, o la ocasión en la que el micrófono no le funciona aL presidente Juan Manuel Santos, bastan para señalarlos como culpables de la desgracia?) y que llena su duración con secuencias inútiles e insípidas, donde el concepto de elipsis y las ventajas de una buena edición brillan por su ausencia.
Los malos poetas escriben siempre sobre el amor, o la madre, o la patria, para poder quejarse fácilmente de quien se atreva a criticar sus odas cojas y sus sonetos chuecos, aduciendo que son enemigos de la paz, o apátridas, escondiendo sus flaquezas como creadores, detrás de un tema “importante”. No se es mala persona al creer que “Un asunto de tierras” es una película insatisfactoria. Se es, eso sí, un buen cinéfilo.