La cárcel de mínima seguridad de Litchfield parecía un campamento de verano hasta la quinta temporada de la serie Orange is the new black, cuando las reclusas se amotinaron. Sin embargo, el año pasado las cosas de verdad se pusieron color de hormiga para la mayoría de los personajes que habitan ese centro penitenciario que parecía tan irreal, tan televisivo, tan políticamente correcto.
Desde el principio de la serie, en 2013, seguimos las peripecias de Piper Chapman y la tropa de prisioneras cuyas vidas nos iban relatando en breves flashback que hacen de la serie una caja china de historias. El drama y el humor habían estado mezclados a lo largo de la serie con la balanza inclinada hacia el lado de lo jocoso. Apasionadas, lunáticas, alegres, amorosas, irreverentes y rebeldes, así eran los retratos de estas prisioneras que cumplían condena por sus crímenes menores con cierto grado de dignidad y al abrigo de la manada protectora a la que cada una se adhería al llegar a las instalaciones de la cárcel.
La cuota de mezquindad siempre estaba dada por la institucionalidad, representada en guardias corruptos, funcionarios ineptos y un sistema burocrático vampirizado por la esfera empresarial que terminó estropeando la poca armonía que imperaba entre las prisioneras.
Claramente, es una historia que nos llama a tomar partido y en la sexta temporada, que se estrenó en Netflix a finales de julio, elegir ya es una situación ineludible, pues esa cárcel de mentiras que vimos desde el principio dejó de existir. Ahora estamos en el ala de máxima seguridad, los guardias ejercen un sinfín de agresiones contra las protagonistas, las líderes del motín son acosadas por los federales que buscan condenar a toda costa al primer chivo expiatorio que encuentren y, como si fuera poco, la convivencia entre las reclusas está mediada por una absurda guerra a muerte entre pabellones. El Estado es agente principal de injusticia y violencia y no tenemos problema en abrazar el color de las pijamas que lucen las internas. Vaya, qué gratificante es tomar partido a favor de los oprimidos.
Esta temporada es quizás la más incendiaria de toda la serie en cuanto saca a la superficie las miserias que se viven en una cárcel estadounidense, fundamentalmente a raíz de entidades que operan como si la trata de personas fuera un emprendimiento prometedor para estabilizar el mundo capitalista. Y no es una exageración, en el fondo de la trama de esta temporada hay un señalamiento directo a esas situaciones de abuso de la ley que se han vuelto comunes en el gobierno de Trump.
De hecho, en una de las escenas, cuando las mujeres son examinadas por un viscoso ginecólogo que las trata como reses, se reconoce en este personaje una parodia del mandatario norteamericano. Los monstruosos tics faciales, el aura anaranjada, un rictus labial inconfundible y la exaltación de la ignorancia permiten una asociación rápida, sea con el Trump verdadero o con ese Trump que Alec Baldwin interpreta en Saturday night live con la crudeza de un doppelgänger desvergonzado.
Pero esta referencia es insignificante frente a otras que hacen sombra sobre la vida entre rejas de las protagonistas. Ante todo, un contexto de segregación en el que latinos y negros son más propensos a que la sociedad del espectáculo se encarnice en crucifixiones emitidas en directo. En eso se convierte, por ejemplo, el juicio de Tasha ‘Taystee’ Jefferson, a quien culpan de asesinar a uno de los guardias durante el motín.
En el final de temporada -perdón por el spoiler-, se sugieren las políticas en contra de los inmigrantes indocumentados. Una promesa de libertad se convierte en garantía de deportación. Probablemente veremos en futuras entregas lo que ocurre o creemos que ocurre en esos centros de detención de inmigrantes que ahora pululan a lo largo de la frontera.
Pero también hay en esta serie un señalamiento soterrado hacia nosotros, clientes del show de la bajeza humana, empático público que tanto se conduele con el sufrimiento de los personajes y hace zapping, abrazado al tarro de crispetas, entre los realities sobre las peores prisiones del planeta, Alerta aeropuerto y la última pelea a dentelladas de Conor McGregor.