I want to see the dance you call the black bottom
I wanna learn that dance
Versos de la canción “Ma” Raineys black bottom
Acerquémonos con el sombrero en la mano, como quien entra al templo de una religión que no profesa. Aceptemos con humildad que a pesar de no ser ajenos a la empatía, si no tenemos la piel oscura y no hemos vivido en carne propia el racismo, como sí le ha tocado a la población afrodescendiente de Colombia y de Estados Unidos, hay una parte del sentido profundo con el que fue hecha “La madre del blues” que se nos escapa.
Por esa razón Denzel Washington siempre se negó a que “Fences”, que también hace parte de “El ciclo Pittsburgh” (las 10 obras de teatro ubicadas en distintas décadas, por las que el dramaturgo August Wilson ganó dos veces el Premio Pulitzer), la dirigiera un director blanco. Por eso, en su proyecto personal de adaptar las diez obras de teatro a la gran pantalla, ha llamado ahora a George C. Wolfe, más conocido por su trabajo en Broadway, a que se encargue de la dirección de esta historia en que el elemento musical es tan importante, mientras Washington está al mando de la producción. Porque lo que cuenta “La madre del blues” es lo que ocurre durante una sesión de grabación de Ma Rainey y su grupo de músicos acompañantes, en Chicago, un día de calor de 1927.
Ma Rainey era una estrella en aquel momento, lo que la ponía, en la obra de Wilson y en la adaptación de Ruben Santiago-Hudson, en una situación privilegiada. Trabaja para una disquera de blancos, sí, pero es ella la que tiene el poder, porque sin su voz no hay discos. Cuando ordena que le traigan una coca-cola o que le habiliten un ventilador contra el calor, no está teniendo caprichos de diva, está recordándoles a esos hombres que esperan que de su garganta salga una interpretación desgarradora (porque “no cantas el blues para sentirte mejor, lo cantas porque así entiendes la vida”, dice uno de los diálogos), que aunque ellos paguen, ella está trabajando ahí porque es su voluntad, no porque tenga que hacerlo. Parece poco, pero es una afirmación que solo una cantante popular, siendo negra y lesbiana, podría haber hecho en aquellos días.
Viola Davis impone en cada gesto una voluntad, una idea. Su personaje abrasa la pantalla escena tras escena. Si averiguáramos que no es ella la que canta, no importaría, porque lo que hace con su mirada y con su voz cuando habla, bastarán para darle una nominación al Oscar. Pero la obra y el guion reservan una crítica para la propia comunidad negra, a través del personaje de Levee, magníficamente construido por Chadwick Boseman, pues él personifica a aquellos que atacan a sus propios compañeros de raza, por minucias, sin entender que al hacerlo están cayendo en una trampa que la sociedad blanca les tiende.
“La madre del blues”, como las buenas obras de teatro llevadas al cine, inyecta nueva vida a un texto que seguramente no conoceríamos de otra forma y nos brinda mayor comprensión del sentimiento detrás de esa música que, sin distingo de razas o religión, ha hecho la vida de todos un poco mejor.