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La esperanza de una madre. Mommy, de Xavier Dolan

27 de marzo de 2015
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¿Por qué escoger modificar el formato usual en que se hacen las películas? ¿Para qué cambiar esa franja alargada que imita el horizonte por un rectángulo vertical que se asemeja a lo que vemos todos los días cuando alzamos nuestro teléfono? Puede que la razón sea que de esa manera, sin la posibilidad de ubicar a derecha o a izquierda a un personaje, teniendo un eterno centro como camisa de fuerza estética, se ven mejor ciertos momentos: un muchacho que ríe montado en un carrito de supermercado, un par de ojos que miran hacia abajo a otro par de ojos que boca arriba, no pueden hacer nada, las piernas de una mujer madura apretadas en una minifalda. O puede que simplemente se escoja ese formato porque en algún momento de “Mommy”, cuando sus tres personajes principales están riendo juntos y abrazados, nada más cabe en el encuadre, porque justo en ese instante nada más precisan. Sólo a ellos.

Mommy dice el collar que le regala Steve a su mamá y que ella, Diane, llevará puesto el resto de la película, tanto en los momentos en que ese hijo se comportará más o menos como ella quisiera que fuera siempre, como en los otros, en que dejará sacar al adolescente hiperactivo, imprudente y desubicado que es. Porque esta película, ganadora el año pasado del Premio del Jurado en Cannes, nos habla de manera arrebatada, casi cruel, de ese amor tantas veces dulcificado por Hollywood en historias melosas en las que es difícil creer: el de una mamá por su hijo. Xavier Dolan, el escritor y director de esta cinta, triunfa yéndose en dirección contraria; recordándonos lo mucho que sufre una mamá, todas las mamás, cuando sus hijos pasan por la adolescencia. No todos los hijos son Steve, claro, pero Dolan lleva al extremo los giros argumentales de la historia simplemente porque el calibre emocional de toda la película es tan alto (el espectador nunca tiene un minuto para suspirar y respirar con tranquilidad) que esa es la única manera de que haya picos narrativos.

Anne Dorval, la actriz que hace de Diane Després, la madre, es extraordinaria. No nos presenta en su personaje un arquetipo sino la suma de muchas mamás que conocemos: la que muestra una sonrisa frente al trabajo más duro sólo porque sabe que ese trabajo le permite llevar comida a la casa, la que grita desesperada cuando su hijo no le hace caso, la que intenta razonar con él para que sea su cómplice en las noches en que se siente más desamparada, la que explota cuando no puede más, porque ser mamá cansa y su hijo, todos los hijos del mundo en él personificados, está tan enamorado de su mamá que ni siquiera entiende cuánto puede herir a veces su amor.

Junto a ella Suzanne Clément y sobre todo el fantástico Antoine-Olivier Pilon, le entregan al espectador un drama en ebullición, que nos recuerda que el poder del cine es encontrar una manera nueva para narrar la historia de siempre, en este caso la de un Edipo enamorado y de su madre maravillosa, merecedora de un encuadre en el que sólo quepan ella y su amor.

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