“Se ha ido”, se dicen a los ojos Ana y Marcos, cuando su único hijo toma las escaleras de la plataforma internacional en el aeropuerto, para irse a estudiar a otro país. “Se ha ido” es lo que terminan diciéndose a los ojos cuando se preguntan, una tarde cualquiera, si todavía conservan ese enamoramiento que los juntó al comienzo de su juventud. En el intervalo entre estas dos frases, conoceremos a una pareja de esposos que son cómodamente felices y que deciden de repente que no soportan esa comodidad.
Lo primero que hay que celebrar de “El amor menos pensado” es su vocación de rareza. Si miramos la cartelera, veremos con horror —o con deleite, según los años que tengamos— que hoy el cine no se hace para adultos sino para adolescentes: películas de terror producidas como embutidos, cintas de acción donde lo que menos importa es la trama, superhéroes de aquí y de más allá, que terminan confundiendo sus poderes y sus uniformes. “El amor menos pensado”, en cambio, no está hecha para seres humanos menores de 30 años. Tiene reflexiones sobre la vejez, la paternidad, la rutina y las empanadas; usa “Rezo por vos” en una escena intrascendente, y la canción prácticamente suena completa; sus protagonistas poseen características que hoy ya no se ven: arrugas en la cara, dientes imperfectos, sarcasmo.
Por supuesto que todo esto es posible gracias a un guion muy bien construido por Daniel Cúparo y Juan Vera, que también dirige. Un guión que usa conscientemente algunos clichés del subgénero, como la voz en off para comenzar o el rompimiento de la cuarta pared, y los combina con escenas de diálogo más largas de lo usual, para que conozcamos mejor las motivaciones de los personajes y, sobre todo, sus miedos, y así inyectarles humanidad. Sabremos que para Ana, el sexo no lo es todo. Marcos descubrirá, en cierto momento, que la rebeldía que tanto defiende, se contradice con el orden que necesita para vivir en armonía.
Esos diálogos, que son la principal característica de esta película donde se habla sin parar, no siempre suenan naturales y a veces coquetean con lo excesivo, pero un guionista puede tener ese desnivel entre escenas y estar tranquilo cuando cuenta con dos intérpretes mayúsculos como Mercedes Morán y Ricardo Darín. Hay tanto talento en ambos y están tan cómodos en sus papeles de cincuentones que experimentan nuevas emociones, que la película podría ocurrir en la sala de su apartamento, con ellos conversando en el sofá durante las más de dos horas de “El amor menos pensado” y probablemente funcionaría tan bien como lo hace. Aunque nos perderíamos de secundarios estupendos como Claudia Fontán, Juan Minujin, o el sorprendente Luis Rubio, quien como el mejor amigo de Marcos, es la otra cara de los problemas que la madurez puede traer.
Pero también es una rareza El amor menos pensado porque en un subgénero que normalmente exalta el amor a primera vista, sorprendente y explosivo, esta historia se alza en defensa de esa tibieza tierna que es el amor cotidiano, tal vez el único que en realidad puede durar para siempre.