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A Fuego Lento Phoenix de Christian Petzold

17 de abril de 2016
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Todo está milimétricamente pensado en este guión. Incluso su aparente frialdad. Christian Petzold, de quien vimos Barbara hace un par de años, juega esta vez en Phoenix con las convenciones de distintos géneros (el terror, el thriller de suspenso) para mostrar las angustias que implica reconstruirse (la palabra la usa un personaje secundario para luego corregirlo con uno más “políticamente correcto”), la valentía que se necesita para volver a mirarse al espejo, como le tocó a los alemanes después de la Segunda Guerra Mundial cuando las ruinas de su país yacían a sus pies. Pero esta reflexión sobre la identidad la viste (o mejor, la disfraza) de película hitchcockiana, con el fin de que la alegoría cale en nosotros más hondo, como quien repite un verso enfatizando las sílabas de cada palabra.

Alfred Hitchcock solía dar un ejemplo que se volvió muy famoso: “Imagine a un hombre sentado en el sofá favorito de su casa. Debajo tiene una bomba a punto de estallar. Él lo ignora, pero el público lo sabe. Esto es el suspenso”. Petzold demuestra ser un fiel alumno de Hitchcock, aunque sin el humor y la ductilidad del maestro inglés para crear picos dramáticos a lo largo de sus historias. En lugar de eso escoge el ascenso constante y paulatino, desde que vemos a Nelly con la cara cubierta por vendajes, como si fuera la protagonista de una cinta de horror (y lo es finalmente, porque tuvo que vivir en un campo de concentración nazi), hasta que comprendemos que la insistencia ante su cirujano plástico por conservar su mismo rostro, el que tenía antes de que la desfiguraran con un disparo, era el primer paso para recuperar su vida. Sin embargo nosotros, que conocemos su secreto, entendemos lo que significa para ella plantarse ante el hombre que amaba y soportar que la ignore. Y comprendemos también su conmoción cuando ese marido le propone fingir que es ella misma, para reclamar la herencia que sus familiares le han dejado.

La película es un vehículo de lucimiento para Nina Hoss, que sabe aprovechar espléndidamente, pasando con sensibilidad por infinidad de emociones, expresándolas incluso en la forma en que dobla su espalda. Que sepamos su dolor acrecienta nuestra complicidad con ella como espectadores, y hace que nos conmovamos más con cada cosa que le pide su marido: imitar su propia letra, vestirse como solía hacerlo, aprender datos íntimos de sus amigos. Llevándolo al terreno político, Petzold acierta de plano, porque nos recuerda que esa Alemania que hoy vemos, brillante y líder, es la misma que había antes, que debe cargar con el peso de sus derrotas mientras sonríe para las cámaras.

Tal vez algunos se sentirán incómodos con el ritmo de la película, pero deben entender que Petzold ha decidido filmar en tempo lento, con el único fin de que lleguemos a la escena final preparados. Hemos visto a esta ave fénix que es Nelly, recuperarse a partir de las cenizas y juntar su plumaje. Lo que no nos habían dicho nunca, es que el ave fénix era también un ruiseñor.

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