Es claro que el intento de constituir otro organismo de integración, sin haber hecho un esfuerzo de convergencia para el encuentro de los diez ya existentes, va a fomentar una mayor división regional.
Es evidente que los gobiernos que han apoyado esta propuesta lo hacen a partir de una excluyente identidad ideológica, que profundizará las diferencias entre los países suramericanos. Concepción que se opone a los principios de Unasur, donde todas las decisiones son adoptadas por consenso.
La salida de Unasur implica la renuncia al trabajo concertado y acumulado durante más de diez años y que se traduce en las agendas sectoriales en materia electoral, de salud, educación, infraestructura, lucha contra el crimen organizado, cultura y defensa, entre otros.
Nunca antes, como hoy, había sido necesaria una mayor y más cercana integración entre todos los países de América Latina. Pero esta integración no puede consistir simplemente en unos acuerdos para una mayor movilidad del comercio, como consecuencia de una apuesta ideológica. La integración es mucho más complejo que eso. Tiene que ver con la construcción de ciudadanía, la solidaridad social, la defensa coordinada de la soberanía, la defensa de la biodiversidad como patrimonio común.