La desmotivación de las Fuerzas Armadas es una realidad que nadie puede desconocer. Recibo información de todos los rangos (generales, oficiales y soldados en el campo de batalla). Están desmoralizados.
Sienten inseguridad en el comando de la tropa. Temen aplicar acciones con base en la información de inteligencia, porque sus órdenes los pueden enredar. Entonces, esperan tener información más certera y debiera haber acción inmediata, en caliente. Esos errores, hoy, les pueden significar 30 o 40 años de cárcel.
Es el único sector en que pasa eso: un juez se equivoca y lo corrige el magistrado. A un funcionario lo corrige políticamente su superior. Hay inseguridad jurídica y política para las F.A. Eso frena las operaciones.
Los soldados rasos también están desmotivados por el incumplimiento de compromisos laborales. Se les deben reclamaciones puntuales por el detrimento salarial de 1997 a 2004, por el IPC.
La presencia de militares en La Habana es algo más polémico. Algunos no la aceptan, pero hay quienes sí porque quieren resolver su situación legal y sus procesos.
Y lo otro es el silenciamiento de la tropa. Al que habla lo remueven, lo botan. No deliberar es aguantarse todas estas cosas. Así quién le pone el pecho a las balas.