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Columnistas | PUBLICADO EL 20 junio 2020

Matusalén

Por rafael isaza gonzálezrafaelisazag@une.net.co

Apreciado lector. En este prolongado confinamiento por culpa del virus, me distraigo observando desde la ventana a los pocos vendedores ambulantes que, con tristeza y desespero, no encuentran quién les compre unos cigarrillos, confites o una caja de chicles.

Pienso en Matusalén, que vivió 969 años, engendró a su hijo Lamec y le quedó tiempo para otras crías. Según los textos bíblicos, murió de viejo, rodeado de los suyos y nunca permaneció aislado. No sobra aclarar que la medición del tiempo ha cambiado, pero él sigue siendo el símbolo de la longevidad.

Julio Verne, con su asombrosa imaginación, nunca pensó que un insignificante virus, que es menos que una bacteria, pudiera parar al mundo. Nadie estaba preparado para dar un manejo adecuado a esta pandemia, salvo algunos columnistas de la prensa capitalina y los líderes de la izquierda radical, que además de revoltosos, son grandes ejecutores. A manera de ejemplo, Chaves, Maduro y Diosdado Cabello, que fueron capaces de destruir la inmensa riqueza petrolera de ese país.

Sin faltarle al respeto, ni menos de ofender al señor presidente Duque, más de un viejo le diría que no todas las decisiones han sido afortunadas. En buena parte por no tener personas de criterio y experiencia que, antes de publicar los decretos, los hubiesen revisado para consultar, no solo la legalidad sino la claridad de los mismos y evitar más tarde dar explicaciones que con frecuencia no son satisfactorias.

Habría sido de gran utilidad que personas mayores, de la tercera edad o viejos, tuvieran la oportunidad de atender esta gestión. Pues a pesar de la pérdida de la visión, que aparece con los años, un viejo ve mucho más cosas que los demás.

Los consejeros más cercanos al presidente son los epidemiólogos y científicos de la salud que, con estudios a la mano, le han dicho que los días más oscuros están por llegar. Hasta ahora, los difuntos son cerca de 1.900, que contrastan con el elevado número de empresas medianas y pequeñas que ya murieron o están agonizando. Y con 1.500.000 de sobrevivientes que perderán el empleo en poco tiempo.

Un viejo le explicaría al presidente que, sin perjuicio de proteger la vida de todos, en situaciones como esta, hay que evitar que a la larga se causen daños mayores. Las clínicas y hospitales, que son el mayor soporte de la salud, cada día están más débiles.

Un viejo también le contaría que una catástrofe como esta es semejante a un mar embravecido, que con la fuerza de las olas pareciera ser fin del mundo. Sin embargo, al amanecer, las aguas están serenas. Acá, en cambio, después de esta tormenta, el futuro próximo será mucho más difícil y por ello es forzoso trazar medidas de mayor fondo.

Los ancianos que han tenido una vida honrada, de lucha, de estudio y de sacrificio, son el mayor patrimonio de un pueblo. Retenerlos contra su voluntad es desconocer su sabiduría y prudencia. Si algunos mueren por ayudar a los demás, será el mejor premio a su vida.

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