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Por Serge Schmemann
“Su majestad es una chica bastante agradable / Pero no tiene mucho que decir”, cantaba el Beatle Paul McCartney en una cancioncilla juguetona incluida en el álbum Abbey Road de 1969. La letra me viene a la mente cada vez que la reina Isabel vuelve a ser noticia, lo cual ha ocurrido a menudo en los últimos años, con la serie de Netflix The Crown; la muerte de su marido, el príncipe Felipe, y las desventuras que acaparan titulares de su progenie real.
Sin embargo, las últimas noticias —que la reina ingresó a un hospital “para realizarle algunas investigaciones preliminares”— suscitaron un nivel distinto de emoción y ansiedad, que no disminuyó del todo con el mensaje tranquilizador de que “sigue de buen humor”. Incluso a sus 95 años, con 69 en el trono, la reina Isabel no es alguien que se tome una licencia por enfermedad a la ligera.
En una época en la que la vejez y los privilegios hereditarios están en desuso, la reina Isabel sigue siendo muy apreciada, como evidencian sus altos índices de popularidad. Ningún otro jefe de Estado ha logrado combinar los antiguos ritos de la monarquía hereditaria con el gobierno democrático como lo ha hecho ella.
Cuando muera, es dudoso que el príncipe Carlos o el príncipe Guillermo, los dos siguientes en la línea de sucesión al trono británico, estén a su altura. Puede que sea la última monarca global del mundo.
Aunque podría “tener mucho que decir”, por todo lo que ha visto, oído y soportado, en gran medida se lo ha guardado. A pesar de los discursos innumerables que ha pronunciado y de la gran cantidad de banquetes que ha compartido con un interminable desfile de gobernantes, políticos, celebridades y súbditos, incluidos cinco papas y trece de los últimos catorce presidentes estadounidenses, nunca ha concedido una entrevista a un periodista. Entre las escasas declaraciones reveladoras que ha dejado escapar está la célebre referencia a 1992, un año en el que terminaron tres matrimonios reales y un incendio destruyó cien habitaciones del castillo de Windsor, como su “annus horribilis”. Y eso fue en latín.
Por lo general, sus discursos han sido invocaciones vigorosas al deber, el valor y otras virtudes caballerescas. En uno de sus primeros discursos importantes, cuando cumplió 21 años y era heredera de la corona dijo:
“Declaro ante todos ustedes que toda mi vida, sea larga o corta, estará dedicada a su servicio y al servicio de la gran familia imperial a la que todos pertenecemos”.
La reina se ha mantenido fiel a ese voto. Década tras década, ha seguido cumpliendo sus numerosas obligaciones reales, que a menudo incluyen largos viajes. Mientras tanto, se ha convertido en la monarca británica más longeva y con el reinado más duradero. La reserva, la sencillez y la obediencia a las limitaciones constitucionales han sido intrínsecas al reinado de la reina Isabel.
Olivia Colman, quien interpretó a la reina en la serie The Crown, la considera una “feminista definitiva”. “Ella es el sostén de la familia. Es quien aparece en nuestras monedas y billetes. El príncipe Felipe tiene que caminar detrás de ella. Arregló coches en la Segunda Guerra Mundial. Y se empeñó en llevar en auto a un rey que venía de un país en el que no se permitía conducir a las mujeres” (se trató del príncipe heredero Abdullah de Arabia Saudita).
Comentarios como ese pueden dar a la gente la sensación de conocer a la reina Isabel. Sin embargo, nadie sabe cómo le han afectado todas las crisis a las que se ha enfrentado, desde la muerte de la princesa Diana hasta la amistad del príncipe Andrés con el delincuente sexual convicto Jeffrey Epstein. Tal vez eso es lo que quiso decir McCartney con la frase “Su Majestad es una chica bastante agradable / Pero cambia de un día para otro”.
Lo paradójico es que, a lo largo de todos los cambios y a pesar de que realmente sabemos tan poco de ella, la imagen compacta de la reina, amablemente sonriente con esos abrigos de color pastel y sombreros combinados, a veces acompañada por un corgi galés igual de compacto, se ha convertido en una constante reconfortante a lo largo de las décadas, y de esas ya no quedan muchas