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No es lo mismo conocer la historia que sentirse parte de ella. Esa sensación me ha llegado un par de veces en la vida. La primera fue cuando Hugo Chávez ganó las elecciones en 1998. Tenía diecinueve años y había trabajado en la campaña del candidato contrario. Cuando anunciaron que había ganado sentí que el país se nos venía abajo. Muchos lo presentismo aunque nunca imaginamos los alcances de este horror. A veces dudo si nos falló la imaginación porque no conocemos suficiente nuestra historia y la de nuestras instituciones democráticas, porque no sabemos cuánto les ha costado la libertad a nuestros países.
La segunda vez que me sentí parte de la historia fue la primera vez que nos persiguió la Guardia Nacional en medio de una protesta pacífica. La represión de la Guardia fue totalmente desproporcionada en relación con el tamaño de la manifestación. Ese día tuvimos que cargar a una muchacha ahogada y luego a mi lado una moto atropelló a una persona mientras corríamos. No sé qué fue de esa persona, ni qué le pasó porque eventualmente todos nos perdimos en la oscuridad, mientras la guardia cazaba a su gusto a manifestantes dispersos. Era el año 2007. Todavía Hugo Chávez gozaba del reconocimiento como un líder democrático, carismático, casi un redentor de los más desposeídos, por el simple hecho de que ganaba elecciones. Como si la democracia se redujera al voto y fuera nada más un concurso de popularidad y no sistema de gobierno basado en principios fundamentales.
En toda mi inocencia, aquel 2007 pensé que ese día las cosas iban a cambiar. Pensé que ya el mundo no miraría a otro lado cuando del desastre venezolano se tratase. Estuvimos muy cerca de lograrlo, porque ese año Chávez sufrió una de las dos derrotas electorales que burlaron su sistema de ingeniería electoral impuesto desde el 2002. Efectivamente el país había cambiado. Pero el cambio, la cultura democrática ya no era suficiente para enfrentar el sistema que se había instalado en nuestro país. Frente a nuestros propios ojos y con tanta gente sin creer que era una posibilidad.
Es que ya para ese entonces Venezuela estaba infiltrada por grupos terroristas, la inteligencia cubana, entre otros. El régimen estaba un paso más adelante de nosotros. Y aunque sé que nunca habrá una respuesta definitiva a la pregunta de ¿cómo pasó esto? Estoy convencida de que estuvimos siempre varios kilómetros atrás del régimen porque no conocimos suficiente nuestra historia. Porque no la valoramos. Porque nos arriesgamos a comprometer la libertad en los momentos clave de la historia pensando que hay cosas que nunca van a cambiar, que las dictaduras nunca van a volver, que las democracias no van a morir. Porque a los ciudadanos nos gusta más la fe ciega en los políticos que la responsabilidad de ejercer la ciudadanía. Porque creemos que de verdad los líderes mundiales, las organizaciones internacionales, las voces más importantes, acompañan a la población y se ponen de pie frente a los principios. Pero al final cuando se pasa es muy tarde.
En los últimos meses hubo cambios políticos en la región que cambiaron la situación diplomática de Venezuela. Eso ha sido toda la diferencia. La realidad de nuestra circunstancia es que no podemos solos contra esto que se instaló dentro de Venezuela.
Han sido veinte años de sentir que el mundo es una máquina sorda y por fin sentimos que alguien escucha. Pero más que los funcionarios, hay que hacer un reconocimiento a los ciudadanos de los países que no sólo nos han recibido y nos han permitido hacer vida allí, sino que nos han demostrado toda su solidaridad.
Colombia ha sido el gran hermano de alma y corazón de Venezuela. A diario recibe a miles de personas que cruzan desesperadas buscando una oportunidad. Ayer durante el concierto de Live Aid recordé el paso de los Andes. Recordé que Colombia y Venezuela unieron sus ejércitos para librarse juntas del yugo español. Como venezolana les digo, de corazón, nunca tendremos suficientes palabras para agradecer todo lo que Colombia ha hecho por los venezolanos.
Cada tweet, cada espaldarazo, cada mano abierta alimenta eso que hasta hace poco creíamos muerto, la esperanza. Viene una nueva era para Venezuela y para el continente. Una era ciudadana nacida de la solidaridad entre pueblos hermanos. La solidaridad es la expresión más bella del ser humano. ¡Gracias Colombia! .