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Mientras la encuestadora Guarumo pone a Hernández con un 46 % y a Petro con un 43 % en la intención de voto, la Gran Encuesta de Yanhas publicada antier por EL COLOMBIANO arroja un empate técnico entre ambos. Llegan a las urnas cargados de acusaciones por delitos contra la ética. Si excluimos a partir de los años 50 del siglo XX al dictador Rojas Pinilla y luego al jinete del Elefante con las alforjas llenas de dineros provenientes del cartel de Cali, podríamos asegurar que quienes han ganado el poder no han llevado sobre sus hombros tal costalado de sindicaciones que dejan un sabor amargo en la conciencia del votante.
Colombia llega a su recta final en política, en condiciones deplorables. En medio de una confrontación de dos candidatos presidenciales camorristas. Ambos con una larga cola de contradicciones. Le dicen poco a una comunidad asfixiada por la corrupción y los escándalos. Con la ética en entredicho. Los dos sostienen un mano a mano para dirimir sobre quién ha violado menos las leyes en el correcto manejo de dineros, contratos y relaciones con dineros calientes. El consuelo de bobos es que el santandereano es menos tóxico que el costeño. Las hormigas culonas, menos dañinas que la arepa de huevo.
¿Qué poder moral puede tener el próximo presidente para exigir pulcritud administrativa y correcto comportamiento entre sus colaboradores y colombianos, cuando a sus espaldas hay unos expedientes dormidos o somnolientos? ¿Cuando aún hay recuerdos, así hayan sido amnistiados como Petro, cuyos compadres quemaron la Casa de la Justicia con magistrados y sencillos empleados ardiendo como bonzos, o como sus reuniones secretas amenizadas por bolsas llenas de dinero de origen desconocido pasando por debajo de la mesa? ¿O cuando aún están en la retina el púgil Hernández, dando puños en la cara a su contradictor, y con imputaciones por celebración indebida de contratos? Entre estos dos candidatos está condenado a decidir el país. No tiene más alternativas.
Dudamos que alguno de estos dos pueda, con solvencia moral, atender con eficacia los grandes retos que, según el prestigioso y reconocido académico inglés Malcolm Deas, tiene hoy Colombia: “la continua inseguridad, la violencia y la corrupción... El nivel de violencia es humanamente deprimente [...] y ahora, desde que llegué hace 60 años al país, la corrupción es mayor”. Y de uno de ellos, pringados por esos lodos, tendrá que escoger Colombia.
Pobre país, forzado a decidir entre el menos malo para no caer en lo peor. Escoger entre dos populistas estrafalarios, uno con un rabo de paja más largo que el del otro, pero ambas colas tan fáciles de quemar si se acercan a la candela y cuyo fuego calcinaría la misma silla presidencial. Si en tiempos anteriores, con honrosas pausas, había que votar por el menos inservible, hoy, como decía un perspicaz contertulio, habrá que escoger entre lo malo y lo peor. Ya sabemos por lo menos quién es el peor