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Esta semana regresó de vacaciones buena parte de los colegios privados de calendario A. “Regresar” es una forma de decirlo: oprimirán el botón “on” de sus dispositivos y se reconectarán con sus profesores y compañeros.
Todos tendrán algo en común: ninguno pudo traspasar sus límites geográficos inmediatos. Si acaso, algunos desobedientes de las medidas sanitarias (¡Instagram y Snapchat, los grandes delatores!), o con permisos extraordinarios, habrán logrado sobrepasar las fronteras de su municipio; otros –muy pocos– habrán ingresado o salido en vuelos humanitarios por urgencias muy puntuales; pero, por cuenta del coronavirus, ayer fue un regreso a clases atípico: sin abrazos, ni besos, ni gritos en los corredores del colegio, ni aventuras para contar. Sin la esperanza de toparse cara a cara con el “crush” (la “traga” de otras épocas) en el recreo, en la fila de la tienda o en las bancas de la ruta escolar.
La pandemia es una gran niveladora: todos han permanecido en casa o, por lo menos, relativamente cerca de ella, y reinician con la incertidumbre de cómo se desarrollará este semestre, si será virtual o semipresencial en el caso de los colegios privados. Pero estamos hablando de los estudiantes que se incluyen en el 43,4 % de hogares con internet fijo o móvil, que pueden acceder a educación virtual... porcentaje que se reduce drásticamente cuando se tiene en cuenta quiénes, además, cuentan con el privilegio de un dispositivo (computador, celular, Tablet, o radio y televisión) para clases a distancia: la pandemia es, a la vez, la gran profundizadora de la brecha de desigualdad en el corto y el largo plazo.
Según el censo del Dane, en Colombia somos 48’258.494 habitantes. El 22,6 % tiene entre cero y catorce años; el 68,2 %, entre 15 y 65 años. Miles de adolescentes (alumnos de instituciones públicas y privadas) se distribuyen entre esos dos grandes grupos.
Desde el 11 de mayo, el Gobierno determinó que los menores de edad pueden salir de sus hogares por media hora, tres veces a la semana, con el cumplimiento de las medidas sanitarias. Los niños entre los 6 y 13 años tienen permiso entre las 8:00 y 11:00 a. m.; los adolescentes de 14 a 17 años, entre las 2:00 y las 5:00 p. m.
Con los aeropuertos cerrados para vuelos domésticos y el transporte terrestre restringido, basada en la información oficial (conocida y verificada) y sin temor a equivocarme, la cifra de adolescentes del interior del país que pudieron viajar al mar durante estas vacaciones es dos. Dos niñas.
Más allá de periodista, soy madre de familia... de adolescentes: ¡todo el día resuelvo preguntas incómodas! Estoy de acuerdo con el fiscal general de la Nación: “Siempre, siempre que yo tenga la oportunidad de viajar con mi familia lo haré”. ¡Pero, por ahora, no podemos!
Los adolescentes no deben quedar por fuera de esta conversación.
A Francisco Barbosa, el padre de una adolescente, le pregunto como madre (profesional, como él) que trabaja (sin descanso, como él): desde la ética ciudadana, ¿cómo les explico a mis hijos adolescentes –formados en el valor de las libertades individuales, el cuidado de la vida y la igualdad de derechos–, que la hija del Fiscal General de la Nación y su amiga, solo dos niñas, sí puedan hacer lo que el resto de niños de todo un país no puede?.