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En columnas anteriores he tenido la oportunidad de comentar sobre la importancia de los datos en el mundo en el que vivimos. El potencial detrás del uso de datos es incuestionable, desde la toma de decisiones acertadas en diferentes industrias y sectores, hasta el valor económico y financiero o el impacto ambiental. Sin mencionar los problemas relacionados con la soberanía de los datos y las oportunidades y desafíos geopolíticos. Además, es la columna vertebral alrededor de la cual se mueve la cuarta revolución industrial independientemente de la tecnología ya sea inteligencia artificial, blockchain, drones, internet de las cosas, medicina de precisión, entre otros. Los gobiernos y las agencias, tanto locales como multilaterales, están trabajando para asegurar el marco y los componentes necesarios y que son cruciales para abordar la transformación cada vez más acelerada que la sociedad enfrenta. Y los datos son un componente clave de la ecuación. Pero aún quedan muchas preguntas por responder en torno a este “no tan nuevo” mundo digital. Por ejemplo, en las últimas semanas las autoridades fiscales francesas lanzaron un nuevo impuesto a los servicios digitales y comenzaron a exigir millones de euros a grupos tecnológicos estadounidenses como Amazon y Facebook. Esto genera tensiones geopolíticas y comerciales que van más allá de los servicios y productos digitales; sin embargo, sí plantea interesantes cuestiones en torno a la fiscalidad de los productos y servicios digitales, dependiendo de dónde se genere hasta dónde se consuma. Ahora, imaginemos la interesante y compleja discusión entre países, empresas tecnológicas, ciudadanos o reguladores sobre los datos generados durante estas transacciones: financieros, personales, relacionados con el uso del producto/servicio, etc.
Para liberar el verdadero poder económico de los datos, hay varios factores clave que se deben tener en cuenta. Infraestructura para asegurar conectividad equitativa, interoperabilidad y la calidad de los datos. Un sistema para garantizar la transparencia y proteger a los propietarios de los datos al tiempo que permite que las transacciones se realicen de manera equitativa para los diferentes intervinientes del ciclo de vida de los datos. La creación de un modelo dinámico de valoración económica de los datos, basado, por ejemplo, en usabilidad y disponibilidad. Reglas claras de compromiso entre propietarios, usuarios, empresas o gobiernos, que van desde acuerdos de licencia hasta el pago de impuestos. La existencia de modelos de gobernanza transparentes que permitan, entre otras cosas, el flujo de datos transfronterizo. Incluso se vuelve necesario el desarrollo de nuevos mecanismos de certificación, y no solo para el intercambio de datos, sino para el usufructo posterior de los mismos. Por ejemplo, asegurar que los datos que yo genero como ciudadano usando los servicios públicos se puedan usar para un propósito común -reducir el impacto ambiental-, valor personal -ahorros-, y, por qué no, nuevas líneas de ingresos para la empresa de servicios públicos. Pero para que todo esto sea posible, para que los datos apunten a un propósito común, hay una palabra clave: confianza. Generar confianza entre diferentes agencias, gobiernos, empresas e individuos, desde lo tecnológico hasta lo institucional. Sin eso, será muy complejo que el presente en que vivimos realmente tenga un futuro.