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¿Puede una mujer casada decir que su alma le prertenece a Cristo? ¿Puede una madre de familia sacar tiempo para la oración, la comunión diaria, para recibir dirección espiritual y escribir reflexiones de alto contenido teológico al punto de convertirse en una mística? ¿Puede una viuda, después de haber tenido nueve hijos, fundar comunidades laicales y congregaciones religiosas? La mexicana Concepción Cabrera de Armida, más conocida como Conchita responde afirmativamente a todas estas preguntas. Su vida y testimonio son impactantes. Ella será beatificada el 4 de mayo en la capital de su país.
Conchita nació en San Luis de Potosí, México en 1862 y perteneció a una familia acomodada, de una profunda fe católica en la que siempre le enseñaron a vivir en espíritu de servicio. Recibió una educación básica con nodrizas en su casa y pese a que su instrucción era tan elemental, sus escritos tienen un alto nivel teológico.
A los 13 años conoció en un baile a Francisco de Armida, más conocido como Pancho quien fue su novio por nueve años. Ella era una joven guapa, que llevaba una vida normal dentro de su entorno. Evitaba el chisme y cuando veía a alguien criticando o hablando mal de otra persona, los cortaba cambiando de tema o haciendo un chiste que detuviera esas habladurías.
Se casó con Pancho en 1884 cuando tenía 22 años. “Mi marido tenía un carácter muy violento, era como la pólvora, luego pasaba el fuego y se contentaba apenado”, confiesa Conchita en su diario “pero al cabo de algunos años cambió tanto que su mamá y hermanas se admiraban. Yo creo que era la gracia y el continuo limarse el pobre con esta lija y duro pedernal”.
Conchita y Pancho tuvieron nueve hijos. Dos de ellos sintieron el llamado a la vida religiosa: Manuel, el tercer hijo se ordenó sacerdote Jesuita y Concepción, la cuarta, ingresó a la orden de las Religiosas de la Cruz del Sagrado Corazón de Jesús.
Cuatro contrajeron matrimonio: Francisco, Ignacio, Salvador y Guadalupe, mientras que los otros tres hijos murieron a una edad temprana. Carlos de 6 años, Pablo de 18 y Pedrito, el menor, murió de 3 años ahogado al caer en una fuente de su casa. “Me fui a los pies del Crucifijo grande y ahí, llenando sus pies de lágrimas, le ofrecí, inclinada, el sacrificio de mi hijo, pidiéndole que se cumpliera en mí su divina voluntad”, escribió la futura beata.
Además de tener una profunda vida de oración, de ser amiga de sacerdotes y obispos, Conchita atendía a su esposo, sus hijos y a las labores de su hogar.
Ella siempre buscó dar consejos prácticos a sus hijos, tanto a los casados como a los religiosos: “No uses palabras duras con Elisa, y mucho menos ofensivas; mantente en silencio durante los primeros impulsos y nunca te arrepentirás de haberlo hecho”, le escribió a Francisco, su hijo mayor cuando contrajo matrimonio. Y de Concepción, su hija religiosa, dijo: “Joya tan linda no era para el mundo: el Señor la escogió para sí”.
Su esposo Pancho murió cuando ella tenía 39 años: “He sentido el bisturí divino en mi alma cortando todo lo que la ataba a la tierra”, dijo la futura beata. La vida matrimonial fiel y llena de virtudes, fue la base para las obras religiosas que fundó Cohchita, las cuales forman lo que se llama la Familia de la Cruz, presente también en Colombia. En una posterior columna hablaré de ello ya que el legado espiritual de esta mujer es inmenso y por eso la hace merecedora de llegar a los altares.