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Una de las características más curiosas de las formas de participación democrática es que, en medio del furor que despierta la posibilidad que tienen los ciudadanos de intervenir directamente en las decisiones de poder, se puede encerrar una grave contradicción, al punto de que esas mismas formas de apertura democrática fácilmente se convierten en negación misma de la esencia participativa.
Lo expuesto puede ocurrir, por ejemplo, con el referendo. Se trata de una institución por medio de la cual se acude al electorado para que se pronuncie afirmativa o negativamente sobre un texto legal o constitucional, aprobándolo, derogándolo o ratificándolo. La decisión que toma la ciudadanía es obligatoria y debe ser acatada por los demás órganos del Estado y, en especial, por todos los habitantes del territorio.
Sin embargo, el referendo puede caer fácilmente en dos impropiedades, que le harán perder su pureza como instrumento de la democracia directa o participativa. En primer término, es corriente que los líderes institucionales, presidentes o primeros ministros, se apersonen del contenido y propósito del referendo para convertirlo en una especie de plebiscito de apoyo o rechazo a su idea política de gobierno. Bajo estos parámetros, los ciudadanos terminan por minimizar la importancia y contenido del texto sobre el cual se van a pronunciar, de manera que su asistencia a las mesas de votación para respaldar o negar el proyecto de ley o Constitución que integra el texto del referendo se transforma fácilmente en un propósito de apoyo y respaldo al gobernante de turno y a su plan político. De esta manera, el referendo se convierte en una especie de plebiscito, perdiendo su naturaleza inicial.
Otro aspecto que juega en contra de la pureza del referendo es el que se refiere a la forma como se estructura el texto que se somete a consideración de la ciudadanía y el conocimiento y capacidad de análisis que esta tenga sobre el mismo. Puede suceder que se trate de un texto extenso con un articulado complejo y completo, que se condiciona a una sola respuesta de aprobación o negación, o a varias respuestas, cada una para un tema diferente en el interior del texto principal. Ambos métodos resultan contraproducentes. El primero, porque es imposible que con una sola respuesta se acepte o niegue un texto completo, sin posibilidad de disensos parciales sobre asuntos puntuales. En el segundo caso, también se afecta el principio democrático de la participación activa, pues si se trata de formular un alto número de preguntas, será casi imposible que cada ciudadano se encuentre debidamente enterado de su significado y alcance, de manera que en última instancia primará el impulso político irracional, es decir, que una vez más el ciudadano corriente intervendrá con su voto, más con una intención de apoyo o rechazo político que con pleno conocimiento sobre el significado del texto.
Hicieron bien los chilenos en rechazar el referendo para apoyar un nueva Constitución, en cuya redacción no participaron, un ejemplo que debe ser acogido e imitado