Los humedales han existido desde mucho antes de que alguien intentara nombrarlos. Son ecosistemas anfibios suspendidos entre la tierra firme y el agua, con una riqueza biológica difícil de igualar, en donde conviven microorganismos invisibles al ojo humano, insectos, peces, reptiles y mamíferos que dependen de ellos para sobrevivir. Son, en términos simples, una red de vida construida alrededor del segundo elemento natural, pues según la Convención Ramsar, el tratado intergubernamental para la conservación de estos ecosistemas, el 40 % de todas las especies conocidas de animales y plantas viven y se reproducen allí.
Sin embargo, su percepción ha oscilado entre la indiferencia y el desprecio: se les ha visto como terrenos improductivos o como lugares para drenar y ocupar con cultivos o infraestructuras, cuando en realidad representan un pilar fundamental para la salud del planeta.
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Néstor Jaime Aguirre Ramírez, profesor de la Escuela Ambiental de la Universidad de Antioquia, los describe como sistemas en donde algunos fluyen sin detenerse en algún lugar, mientras que otros son espejos de agua salada (estuarios, lodazales, marismas saladas, manglares, lagunas, arrecifes de coral y arrecifes de mariscos) o dulce (ríos, lagos, estanques, llanuras de inundación, turberas, marismas y pantanos), sin importar si son continentales o costeros, naturales o artificiales (estanques piscícolas, arrozales, embalses y salinas), permanentes o temporales.
Lo importante es que en ellos se almacena gran parte del agua dulce disponible en el planeta, se regulan inundaciones, se filtran contaminantes y se almacena carbono, sin contar con que tienen la increíble capacidad de conectar territorios y especies.
Y claro, como no podía ser de otra manera, Colombia es un país de humedales: cubren el 26 % de su territorio y suman más de 30 millones de hectáreas. Es decir, son el incontenible refugio de cientos de especies de plantas acuáticas; de peces como el bocachico y el bagre rayado; de reptiles como la babilla y la tortuga hicotea; de mamíferos como el manatí y la nutria; de un sinfín de insectos y moluscos que cumplen funciones esenciales en la cadena alimenticia; y de una gran variedad de aves, muchas de ellas migratorias, que encuentran en ellos refugio y alimento durante sus largos desplazamientos.
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Los factores de riesgo que amenazan a los humedales en Colombia
Sin embargo, por encima de su importancia, los humedales están desapareciendo. Según el Instituto Humboldt, en el mundo se ha perdido el 85 % de estos ecosistemas desde 1700 y en Colombia, el 95 % de su transformación ha sido provocada por la ganadería y la agricultura, siento las ciudades las grandes contribuyentes en su deterioro, ya que se han extendido sobre áreas que, en su dinámica natural, deberían inundarse temporalmente.
En Bogotá, por ejemplo, lo que alguna vez fue un sistema de humedales interconectados ha quedado reducido al 1 % de su extensión original, mientras que el altiplano cundiboyacense y el Piedemonte llanero han sufrido un destino similar.
Néstor Jaime explica que de igual forma, uno de los problemas más graves a los que se ven expuestos es la contaminación, debido a que, aunque los humedales actúan como filtros naturales, su capacidad no es infinita, y en la actualidad reciben sedimentos, residuos industriales, metales pesados y plaguicidas que terminan alterando su equilibrio ecológico.
Otro problema es el cambio climático: el aumento de las temperaturas y la alteración de los patrones de lluvia afectan la disponibilidad de agua, razón por la que en las zonas de alta montaña, los humedales están perdiendo su capacidad de almacenamiento, lo que pone en riesgo a las especies que dependen de ellos y a las comunidades humanas que los utilizan como fuente de agua y alimento.
Y ahí no se detiene la lista. Como menciona Ronald Ayazo del Instituto Humboldt, otros factores de riesgo son las alteraciones de los regímenes hidrológicos, la pérdida de conectividad y la extracción excesiva de agua, plantas, animales y otros recursos naturales.
Y es que los esfuerzos por conservar los humedales han sido insuficientes. Pese a que Colombia cuenta con normativas ambientales y forma parte de la Convención Ramsar desde 1998, el 88 % de los humedales del país no se encuentra bajo ninguna figura de protección, y sin una política efectiva que garantice su preservación, estos seguirán reduciéndose, con consecuencias irreversibles para la biodiversidad y el equilibrio ambiental.
Ahora, el futuro de los humedales no es solo una cuestión ambiental, sino también social. Durante siglos, las comunidades han vivido en estrecha relación con estos ecosistemas, adaptando su cultura, su economía y sus tradiciones a la presencia del agua. Allí han encontrado alimento, materiales para la construcción, espacios para la navegación y, en muchos casos, una identidad propia. Así que perderlos implica un golpe para la biodiversidad y, además, la desaparición de tantas formas de vida arraigadas a estos territorios.
La pregunta que queda en el tintero no es qué pasará con los humedales si continúan desapareciendo, sino, ¿qué pasará con nosotros cuando ya no estén?
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