En los últimos 70 años la tasa de aumento del dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera es casi 100 veces más grande que al final de la última edad de hielo.
Cuando los hielos comenzaron a derretirse hace 11.700 años, la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera era de menos de 280 partes por millón. En 2016 alcanzó 403,3 ppm.
Una cifra peligrosa para la vida que trae el Boletín de Gases de Invernadero de la Organización Meteorológica Mundial (OMM).
Esta concentración mide el efecto que hace que la atmósfera no permita que el calor generado en la superficie salga y permanece calentando el planeta.
En los últimos 800.000 años, la concentración no fue superior a 280 ppm, pero desde 1960, cuando estaba en 320, se acentuó debido a las emisiones con origen en las actividades humanas: uso de combustibles fósiles, cambios en el uso de la tierra, deforestación, agricultura intensiva.
Los registros geológicos muestran que una concentración así no existía desde mediados del Plioceno, hace 3,5 millones de años, cuando la temperatura era de 2 a 3 grados más caliente, un ambiente que les tocó vivir no a los humanos sino a antecesores: los Australopithecus. Se derretían Groenlandia y la Antártida occidental e incluso una parte de la oriental, por lo que el nivel del mar era entre 10 y 20 metros más alto que hoy.
Petteri Salas, director de la OMM, afirma que sin mayores reducciones en las emisiones de gases de invernadero la temperatura aumentará a niveles peligrosos para la vida.
“Las cifras no mienten. Aún estamos emitiendo mucho y eso hay que revertirlo”, expresa Erik Solheim, director del programa del Medio Ambiente de Naciones Unidas.
Hace una semana, la concentración estaba en 404,01 ppm según el observatorio del CO2 en Mauna Loa, Hawai. Sube que sube.