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Francisco García, guardián de la cultura en medio de la ‘calentura’ de barrio Antioquia

Francisco García lleva 21 años como director ad honorem de la casa de la cultura del barrio donde nació y del que se siente orgulloso.

  • Francisco García ha estado ligado con el barrio Antioquia durante toda su vida. Ha sido durante 21 años el encargado de mantener viva la idea de una casa de la cultura en ese sector. Foto: Esneyder Gutiérrez
    Francisco García ha estado ligado con el barrio Antioquia durante toda su vida. Ha sido durante 21 años el encargado de mantener viva la idea de una casa de la cultura en ese sector. Foto: Esneyder Gutiérrez
19 de enero de 2025
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Francisco García es sociólogo graduado, con tres especializaciones y dos carreras que dejó empezadas. Y no obstante ese bagaje académico, es fácil encontrarlo barriendo o trapeando un enorme caserón en un sector súper conocido de Medellín.

La dedicación a esas labores que parecen básicas no la impide tampoco su historial de maestro de colegio y profesor universitario. La casona que cuida cotidianamente para que no se le caiga —o no roben— es la casa de la cultura del barrio Antioquia, que él dirige hace 21 años, sin paga.

Allí se reúnen dos clubes del adulto mayor, para lo cual hay un convenio con el Inder y Secretaría de Inclusión Social, si bien en el momento esperan a que renueven el contrato de los profesores para iniciar labores, posiblemente a finales de este mes.

Igualmente, ha funcionado el programa Buen Comienzo en el que les enseñan a las mujeres buenas prácticas de maternidad, tanto en la etapa de gestación como de lactancia y proveen paquetes alimenticios cada mes.

Otros son los Círculos Solidarios mediante los cuales “Pacho” canaliza los beneficios del Banco de las Oportunidades que tiene el Distrito para prestarles dinero con bajísimos intereses a dueños de pequeños emprendimientos económicos. “Hay tres pero han llegado a haber ocho y esto me ha traído problemas con los ‘pagadiario’”, cuenta.

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“Pacho” señala además varios murales que embellecen las paredes de la sede. Son el producto de un proyecto que se “craneó” con una vecina aliada que es profesora de artes egresada de la Universidad de Antioquia, para acercar a los miembros del movimiento hip hop que rapean en el sector. “Los tenemos mejorando las paredes del barrio y las de acá”, apunta.

Además, existe una biblioteca pequeña especializada en temas agrícolas, que formó en “complicidad” con profesores de Agronomía de la Universidad Nacional, y en el solar –porque la casa tiene solar– hay una huerta cultivada con la colaboración de la Secretaría de Agricultura departamental, donde les enseñan a sembrar a los adultos mayores y otros vecinos.

Durante la pandemia por el covid-19 de ese espacio verde salieron algunos insumos para la cocina comunitaria que montó Francisco en unión con Usaid –la agencia de cooperación internacional de Estados Unidos– con el fin de darles alimento a personas necesitadas, muchos de los cuales eran migrantes venezolanos.

“Diario regalábamos cien o doscientos almuerzos y entregábamos algunos mercaditos semanales”, recuerda.

El corazón de este remanso es un patio donde alguna vez jugaron en su recreo decenas de niños y hoy le dan vida las matas, entre ellas una enredadera trepadora que se convirtió en plaga.

La vida de Pacho lleva mucho girando en torno a esta casa de la cultura. En la entrada luce un aviso que bien reúne sus ideales personales. Está el nombre: “Culturarte, barrio Antioquia” y luego su declaración de principios: “Integración, solidaridad y justicia social para nuestros barrios”.

Del barrio, con orgullo

Él nació en Barrio Antioquia y por más que ha dado vueltas por otros lugares siempre ha seguido atado a esas calles que constituyen una suerte de tabú porque al sector lo han considerado la plaza de vicio más grande del país. Por años ha existido y por más operativos policiales que haya la actividad ilegal sigue avante.

El estigma ha existido desde los inicios del siglo XX, cuando campesinos llegados principalmente del Suroeste antioqueño comenzaron una ocupación informal. Luego, según cuenta un texto del proyecto La Piel de la Memoria, se impuso la violencia política porque acusaban a los moradores de ser liberales, y posteriormente, en 1951, el alcalde José María Bernal dictó el decreto 517 que oficializaba la primera zona de tolerancia de la ciudad en el Barrio Antioquia, una norma que no refleja la realidad actual pero que no han derogado.

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A partir de 1970 el sambenito ha corrido por cuenta del narcotráfico y la relación con personajes como Griselda Blanco ‘la viuda negra’; Miriam pájara o “los Mejía” que en realidad eran de apellido Rojas.

En tiempos más recientes ha hecho carrera la idea de renombrar el barrio Antioquia como barrio Trinidad, pero “Pacho” no está de acuerdo porque percibe en ello cierta actitud vergonzante y negacionista de la historia.

Cuando él nació, en 1959, el barrio aún estaba incipiente. Recuerda que en su infancia eran unas pocas casas rodeadas de mangas. En el espacio de las glorietas entre lo que hoy es el aeropuerto Olaya Herrera y la Terminal del Sur había un charco a donde los muchachos se bañaban y lo común era que las familias se fueran a pie los domingos a disfrutar de un paseo por las partes altas de Belén.

Su mamá había llegado de Jericó y su papá, de Titiribí. Él trabajó como jefe de almacén de SAM, la aerolínea que después absorbió Avianca. Ambos procrearon seis hijos. Francisco, el penúltimo, estudió en los colegios cercanos a medida que participaba en grupos de teatro y en asuntos sociales. Quería ser médico, pero al presentarse a la Universidad de Antioquia pasó a Nutrición y Dietética, la segunda opción.

“Empecé a asistir a algunas clases y me aburrí porque el machismo arraigado de entonces me llevó a pensar que era una profesión de maricas”, confiesa.

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De ahí aspiró a Agronomía en la Universidad Nacional, lo corcharon en el segundo examen y fue a parar a Historia y Filosofía en la Universidad Autónoma Latinoamericana (Unaula), para finalmente pasarse a Sociología atendiendo a una necesidad de la militancia política que había iniciado.

En 1990 se graduó y al año siguiente fue uno de los 2.200 guerrilleros desmovilizados del EPL. Aclara que nunca tomó las armas, porque lo suyo fue la organización de masas en la ciudad y el acompañamiento a movimientos contestatarios.

De ahí en adelante participó en proyectos productivos de los reinsertados, fue empleado de la Contraloría de Medellín por tres años y profesor –de secundaria y universidad— durante ocho. Sus maestrías son en Resolución de conflictos, Administración Pública, y Cultura Política Pedagogía de los Derechos Humanos.

¿Cómo llegó acá?

Cuenta que en el año 2003 el Gobierno estaba apoyando proyectos de $200 millones para sedes culturales y por eso él y otros amigos fundaron Culturarte para presentarse.

El monto no alcanzaba para mucho pero averiguaron por lo que antes había sido una escuela que estaba baldía y la pidieron en comodato. La plata que les entregaron sirvió para cambiar techos y hacer adecuaciones. Posteriormente, han firmado otros convenios con la Alcaldía para sostenerse, pero no siempre es suficiente.

Aunque estuvo en otros sitios e incluso se mudó por 13 años a Belén Las Mercedes, a diario acudía a pie o en bicicleta a abrir.

Pacho pregunta con sorna qué es el PP y ante la respuesta de que significa Presupuesto Participativo, o sea el 5% del rubro de inversión que la Alcaldía destina para proyectos priorizados por las comunidades, él contesta presto que en este caso quiere decir “presupuesto de Pacho, porque yo soy el que me mando la mano al bolsillo si hay que coger goteras y limpiar las canoas, o si hay que cambiar una luminaria o una canilla”.

Él es también el que diario limpia pisos, ordena sillas y lava baños a fin de que el espacio esté acogedor para recibir a los usuarios desde las siete de la mañana.

¿Cómo sobrevive en el ambiente tenso del barrio Antioquia?: “Con respeto y mostrando que las actividades de formación, recreación, cultura y emprendimiento que hemos traído benefician también a las familias de esas personas que están en la calle como jíbaros o como campaneros”.

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