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El primer escollo de la diplomacia es el reconocimiento. La identificación como diplomático no es entonces un autoconcepto, una denominación que se conceda de forma unilateral. En la diplomacia se negocia ser visto. El enviado se presenta en ceremonias solemnes en las que será acreditado, o no, como un igual. Lo es así desde los tiempos de Manuel de Trujillo y Torres, designado por Simón Bolívar en 1818 como el primer Encargado de Negocios de la Gran Colombia en Estados Unidos, a quien James Monroe, presidente norteamericano, solo reconocería en 1822.
Solo entonces hubo formalmente un lazo diplomático, el primero de la naciente República. Solo entonces Colombia existió fuera de sus fronteras, que eran líneas endebles y difusas en los mapas. Cambiarían en casi 200 años, como no lo haría el protocolo. El pasado 1 de agosto Juan Carlos Pinzón presentó sus credenciales, tal como hizo Trujillo y Torres y sus sucesores, como nuevo representante de Colombia en Washington.
Tal vez el lazo diplomático más importante de Colombia, justificado en cifras. Casi el 30 % de todas las ventas externas de Colombia al mundo son en realidad de Colombia a Estados Unidos. Según la Cámara de Comercio Colombo Americana (Amcham), los estadounidenses son los principales inversionistas en el país, generando alrededor de 100.000 empleos formales en más de 15 sectores de la economía. La prioridad de la relación con EE. UU., tal como han reiterado uno a uno la mayoría de gobiernos colombianos, no se discute. Tampoco la necesidad, aparentemente apremiante en los tiempos de la globalización, de hacer de la diplomacia un pulpo con tentáculos cada vez más largos.
Tanto, que alcancen rincones del mundo que seguramente pocos colombianos podrían ubicar en un mapa. Colombia, según la Cancillería, mantiene relaciones diplomáticas con 186 países en el mundo, de los 193 Estados que hacen parte de la Organización de Naciones Unidas (ONU). En 63 de ellos tiene diplomáticos (ver infografía). En los últimos 30 años el país ha expandido su influencia a naciones como Tuvalu, un pequeño cúmulo de cuatro arrecifes y varios atolones que flotan en la Polinesia, de poco más de 26 km² y con menos de 12.000 habitantes.
“Esa es la esencia misma de las relaciones internacionales”, explica Ricardo Abello, docente de derecho internacional de la Universidad del Rosario, “no hay que mirarlo solo bajo la perspectiva económica, sino también desde otro tipo de intereses, por ejemplo, la representación internacional”.
La discusión no es nueva. A inicios de siglo Colombia eliminó 14 embajadas, cinco de ellas en el Caribe: Belice, Barbados, Trinidad y Tobago, Guyana y Haití. En enero de 2012 reabrió la de Trinidad y Tobago, que desde entonces es concurrente para Barbados, Granada, Guyana, Surinam y San Vicente y las Granadinas. En esa reorganización, la embajada en República Dominicana se siguió encargando, como hasta hoy lo ha hecho, de las misiones en relación a Haití.
“Eso, en mi opinión, no debió pasar. Se debía mantener una representación, así fuera por el número de colombianos en esos países”, resume Abello. También, agrega, porque en los escenarios internacionales los cargos de dirección se eligen por votación de los estados miembros. Necesarios fueron los votos caribeños, por ejemplo, para que el colombiano Sergio Díaz-Granados fuera elegido presidente del Banco de Desarrollo de América Latina (CAF) el pasado 5 de julio, por unanimidad.
“Las relaciones también se traducen en oportunidades de aprendizaje mutuo”, señala Enrique Prieto-Ríos, docente de Derecho Internacional de la Universidad del Rosario, “por ejemplo, de Haití aparentemente no podemos aprender mucho, pero ellos de nosotros un poco sí. Y eso puede redundar en que contraten asesores nacionales, lo que les abre el mercado a expertos financieros o de infraestructura”.
O ¿qué podría impulsar a Colombia a tener relaciones con Arabia Saudí?, una de las últimas naciones con las que ha entablado lazos. Tal vez que es el segundo productor de petróleo del mundo, después de Estados Unidos, con incidencia en la Organización de Países Exportadores de Petróleo, Opep. Parece tan sencillo como ser visto y escuchado.
“Dependiendo de con cuántos interlocutores o receptores de nuestros mensajes podemos contar, va a ser la fluidez y dinámica de nuestras relaciones internacionales”, explica Luis Fernando Vargas Alzate, coordinador de Relaciones Internacionales de la Universidad Eafit, “a mayor número de lazos diplomáticos con el mundo, mayor reciprocidad: más número de interacciones y posibilidades”.
Las redes de diplomáticos cobijan como una gran telaraña de conexiones, visibles y secretas, al mundo. Cuán amplias y profundas son es un interés que compete a naciones del tamaño de Colombia, como Argentina o Chile, de menor influencia, como Haití o Jamaica, y por supuesto, a aquellas que se disputan el liderazgo del mundo. La representación colombiana palidece en comparación con la china o la estadounidense, las de mayor músculo, según el Global Diplomacy Inde del 2019.
El informe, publicado por investigadores del Instituto Lowy, en Sídney, señaló que la potencia asiática tiene presencia en 300 países, 35 más que de los que son anfitriones de estadounidenses. A pocos de ellos se les niega las credenciales. El primer obstáculo de cualquier diplomático se torna a veces apenas en una formalidad. Ser visto no es un problema para algunos.