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Ni democracia ni derechos para las mujeres: sombras de Qatar

Investigaciones apuntan que 6.500 migrantes habrían muerto construyendo los estadios. La nominación estuvo permeada por un escándalo de corrupción.

  • “Boicot a Qatar”, ese es el llamado de las protestas que han marcado al deporte esta semana para reprochar por las posiboles violaciones a los Derechos Humanos del país FOTO Getty
    “Boicot a Qatar”, ese es el llamado de las protestas que han marcado al deporte esta semana para reprochar por las posiboles violaciones a los Derechos Humanos del país FOTO Getty
  • Activistas de la ONG Amnistía Internacional protestaron contra la muerte de obreros en la construcción de los estadios. FOTO Getty
    Activistas de la ONG Amnistía Internacional protestaron contra la muerte de obreros en la construcción de los estadios. FOTO Getty
  • Amnistía Internacional asegura que hubo migrantes que murieron trabajando como obreros para construir los estadios. FOTO Getty
    Amnistía Internacional asegura que hubo migrantes que murieron trabajando como obreros para construir los estadios. FOTO Getty
16 de noviembre de 2022
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Qatar había sido un país cerrado ante el planeta hasta que decidió albergar un Mundial. Ese territorio de 11.571 kilómetros cuadrados, con una población más pequeña que la de Medellín, recibe el segundo evento más importante del deporte internacional con un cúmulo de acusaciones a cuestas sobre las irregularidades en Derechos Humanos.

Los ojos del mundo están puestos en una nación de restricciones. Tantas, que los medios tienen que explicar si se puede o no consumir cerveza durante la cita futbolista porque en esa nación musulmana el licor está reglamentado: en los estadios solo se venderá cerveza sin alcohol y en las inmediaciones a estos sí se venderá el licor, pero en horarios específicos antes y después de los juegos.

También toca detallar el código de vestuario para las mujeres extranjeras que viajan a un territorio en el que, en el papel, tienen menos derechos que en sus naciones de origen. Mostrar las piernas no es una posibilidad y es preferible evitar los escotes pronunciados para integrarse a una cultura en la que ellas deben cubrirse todo el cuerpo.

Por ese tipo de detalles se trata de una Copa en un mundo bastante diferente al que se conoce en América o Europa. Una mujer qatarí solo puede asistir a los eventos si está autorizada por su pareja, incluso solo puede recibir atención médica sobre salud sexual si lleva un certificado de matrimonio porque, bajo ese sistema, las relaciones íntimas son solo para personas casadas.

La homosexualidad es punible, la ley dicta penas de hasta tres años de prisión para un hombre que “instigue” a otro a “cometer un acto de sodomía o inmoralidad” y hasta de diez si las personas del mismo sexo tienen relaciones sexuales, aunque estas sean consensuadas.

Ese panorama de carente libertad de expresión también toca la prensa porque los periodistas podrían ir a la cárcel si critican al emir Tamim bin Hamad Al Thani, que es el líder del régimen. Los hechos hablar por sí mismos porque tres periodistas noruegos que investigaban las condiciones laborales de los trabajadores migrantes que construyeron los estadios fueron detenidos en noviembre de 2021 por informar sobre una noticia que dejaba mal parada a la casta musulmana. Ahora este tiene una oportunidad para mostrar otra faceta gracias al fútbol.

Activistas de la ONG Amnistía Internacional protestaron contra la muerte de obreros en la construcción de los estadios. <span class=mln_uppercase_mln>FOTO</span> <b><span class=mln_uppercase_mln>Getty</span></b>
Activistas de la ONG Amnistía Internacional protestaron contra la muerte de obreros en la construcción de los estadios. FOTO Getty

Estadios de sangre

En geopolítica tener el visto bueno de la Fifa puede ser igual de importante que ser un Estado miembro de Naciones Unidas. Al convertirse en la sede del torneo, Qatar consiguió una visibilidad global que pocas naciones han tenido porque, incluso, la federación tiene más integrantes que la misma ONU.

Pero esa decisión le ha salido cara a la Federación. Es tal la discordia porque Qatar sea sede de la fiesta que el expresidente de la Fifa, Joseph Blatter, aseguró esta semana que fue un error elegir ese país como anfitrión.

La misma Federación fue pagando con los años la carga política de haberle otorgado el liderazgo del torneo a un país cuestionado. Estos 12 años que pasaron desde el anuncio de Qatar 2022 hasta la realización del torneo han estado marcados por polémicas.

En una nación de 2,4 millones de habitantes que ni siquiera era potencia en el fútbol, tuvieron que edificar desde cero ocho escenarios deportivos con mano de obra extranjera, que según Human Rights Watch no tuvo garantía en la protección de sus Derechos Humanos y laborales.

A esas obras masivas se sumaron la construcción de una línea del Metro y de hoteles que necesitaron la mano de obra de migrantes de Bangladesh, India, Kenya, Nepal, Pakistán, Sri Lanka y otras naciones pobres porque en Qatar no había quiénes se pusieran las botas y el casco.

Según esa misma organización, sus contratos carecían de garantías que sí son comunes en el mundo occidental. La moderna infraestructura requirió inversiones por más de 220.000 millones de dólares y un costo en vidas humanas incalculable.

Una investigación de The Guardian indicó que al menos 6.500 migrantes murieron trabajando en las obras, aunque el régimen qatarí desmintió esa cifra. La organización Amnistía Internacional dice que ha verificado algunas de esas muertes con certificados de defunción de los países de origen, mas no dice cuántas. La cifra es un terreno fangoso y el chequeo de los datos es irrisorio para constatar si se derramó, o no, tanta sangre para hacer el Mundial.

De ser cierto, no sería la primera cumbre del fútbol marcada por la muerte. En 1978 Argentina recibió el evento en medio de la dictadura militar e incluso apenas ocho años atrás, para Brasil 2014, hubo reportes de obreros fallecidos durante las construcciones de los estadios. Ambos casos han sido desmentidos por la Fifa que para 2022 tuvo que hacer público un documento sobre condiciones laborales para los trabajadores.

Amnistía Internacional asegura que hubo migrantes que murieron trabajando como obreros para construir los estadios. <span class=mln_uppercase_mln>FOTO</span> <b><span class=mln_uppercase_mln>Getty</span></b>
Amnistía Internacional asegura que hubo migrantes que murieron trabajando como obreros para construir los estadios. FOTO Getty

El poder de la sangre “azul”

Qatar no tiene presidente, mucho menos elecciones democráticas. El mando está a cargo del emir Tamim bin Hamad, heredero de una dinastía monárquica en la que el poder se reparte entre los de “sangre azul” y no en el pueblo.

Convocar a elecciones para elegir al jefe de Estado no es una posibilidad porque los Al Thani tienen a su cargo los poderes Ejecutivo, legislativo y judicial. El mismo emir nomina al primer ministro y a los miembros del gabinete, no están permitidos los partidos políticos y solo pueden celebrarse comicios para conformar los consejos municipales que son de carácter consultivo.

Este tiene 45 asientos, 15 que son elegidos a dedo por el emir y 30 que se otorgan mediante un voto condicionado. La contienda más reciente se llevó a cabo en 2021 y solo pudieron votar las personas de familias cuyos ancestros estaban radicados en Qatar desde antes de 1930, una condición paradójica si se tiene en cuenta que el 90% de sus 2,4 millones de habitantes son extranjeros. ¿Participación de castas? En todo caso, es tan polémica esa norma que el emir prometió cambiarla para los próximos comicios.

Freedom House dice que la gran mayoría de la población qatarí está conformada por personas “no ciudadanos” porque carecen de derechos políticos, cuentan con pocas libertades civiles y un acceso limitado a oportunidades económicas.

En medio de los cuestionamientos por los derechos, la Fifa muestra una faceta de preocupación por la paz. Su presidente, Gianni Infantino, pidió que haya una tregua en la guerra en Ucrania por el Mundial, una petición que no ha sido respondida por el líder ruso Vladimir Putin.

Hace apenas cuatro años era Rusia el que se estaba abriendo al mundo con el pretexto del fútbol, así que ambas citas tienen un elemento en común: dos cuestionados por su manejo de los Derechos Humanos consiguieron el aval de la Federación para recibir un torneo que lleva a turistas occidentales a miles de kilómetros de distancia de su cultura.

Lo que está detrás, explica el profesor titular de Ciencia Política de la Universidad Javeriana, Andrés Dávila, es el soft power. Ese poder blando de exponer la cultura ante el globo para influir al resto de países. Un ejemplo es la música como carta de presentación de Corea del Sur, la irrupción del cine hindú en las pantallas o el fútbol qatarí en plena Copa.

Y es que ser sede del Mundial, dice Dávila, le permite a Qatar legitimar internacionalmente su monarquía, un sistema en el que hay demasiada riqueza y muy poca gente, pero que en ese intento de mostrar otra faceta tiene piedras el camino como la muerte de migrantes en las construcciones de estadios.

“Ellos en su tradición y su cultura tienen unas formas de contratación que es esclavista, una mancha que se suma a la sensación de que compraron a la Fifa o al Mundial”, apunta Dávila.

Precisamente, esa es la otra sombra del torneo. Tres años después de que se le asignara la sede estalló el Qatargate, una investigación periodística publicada en la revista francesa France Football que detalló las irregularidades que habrían ocurrido durante la adjudicación de la sede a Qatar. ¿Recibió la Federación petrodólares para darle la sede a un país cuestionado?

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