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Japón y China juegan a la geopolítica con los Olímpicos

  • Japón se niega a abandonar la organización de los Juegos Olímpicos de 2021. Foto: EFE.
    Japón se niega a abandonar la organización de los Juegos Olímpicos de 2021. Foto: EFE.
  • Japón y China juegan a la geopolítica con los Olímpicos
  • Japón y China juegan a la geopolítica con los Olímpicos
  • Japón y China juegan a la geopolítica con los Olímpicos
22 de enero de 2021
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En el centro de Tokio un lugar reúne las almas de 2,5 millones de soldados. Transferidas a un sable y un espejo, descansan en un altar de puertas de madera en el centro del santuario Yasukuni, a 15 minutos del Estadio Olímpico, lugar en el que Japón pretende inaugurar los primeros Juegos Olímpicos modernos de un mundo en post-pandemia. Entre los venerados del santuario, hay 14 hombres que China considera criminales. A las dos potencias las separan siglos de conflictos que se trasladan ahora al terreno de las justas deportivas.

Sus caminos se cruzan allí. El 7 de septiembre de 2013 el Comité Olímpico Internacional (COI) eligió a Tokio como sede de los Juegos de verano de 2020; el 31 de julio de 2015 el mismo organismo decidió que Pekín organizaría los Juegos de invierno de 2022. El mundo era entonces otro.

La euforia japonesa por el evento se ha desvanecido, devastada por una segunda y tercera ola de coronavirus que mantiene en estado de emergencia a 11 de sus 47 prefecturas (división territorial de Japón), incluida Tokio.

Basta mirar las cifras. Solo entre el 1 y el 20 de enero, Japón confirmó poco más de 115 mil positivos por covid, más del 30% de su casos totales. La muerte de casi 5 mil japoneses ha hecho mella en el ánimo.

Según la agencia de noticias Kyodo, una asociación sin ánimo de lucro con más de 40 oficinas en todo Japón, el 80% de los ciudadanos desea que se cancelen o se pospongan las justas. Esta última, una opción descartada por el COI: o se hacen, entre el 23 de julio y el 8 de agosto de este año, o el mundo tendrá que esperar hasta 2022 para ver en China un soñado regreso a la normalidad. Y ese es, precisamente, el honor que la nación nipona se niega a dejarle a su rival.

No son solo unos juegos

“Vamos a preparar los JJ.OO. (Juegos Olímpicos) como prueba de que la humanidad ha superado al nuevo coronavirus”, reiteró el pasado 18 de enero Yoshihide Suga, primer ministro de Japón, un día después de conocerse los resultados de la encuesta de la Agencia Kyodo. La decisión de cancelar el evento no ha dejado de hacerle sombra a las autoridades deportivas mundiales.

Juegos Olímpicos de Tokio, Japón, 2021, geopolítica con China

Este viernes el COI tachó de “categóricamente falso” que Japón haya decidido cancelar los Juegos. Agrega que “desde el aplazamiento de marzo pasado, todos los involucrados han estado trabajando incansablemente para desarrollar medidas y planes contra la covid-19 que mitigarán el riesgo para los atletas, todos los implicados en los Juegos y, lo que es más importante, el público japonés”.

A los anuncios de esperanza se sumó la misma Tokio. “El Gobierno Metropolitano de Tokio, como ciudad anfitriona, seguirá esforzándose al máximo para materializar la celebración de unos Juegos seguros y protegidos en estrecha colaboración con todas las partes interesadas, como el Gobierno japonés, el Comité Organizador de Tokio 2020, el Comité Olímpico Internacional (COI) y el Comité Paralímpico Internacional (IPC)”, informó en un comunicado. El país, señala Lina Luna, experta en Asia, enfrenta un dilema interno.

“Si después de que Japón renuncie a hacer los Juegos, China demuestra que a pesar de haber sido el inicio de la pandemia logró controlar el virus y realiza los Juegos de invierno con éxito, es un golpe al ego y honor japonés”, señala Luna. “Es aceptar que los chinos hicieron lo que ellos no, en medio de unas relaciones tensas históricamente”.

Los hombres tachados como criminales y venerados en el santuario Yasukuni recuerdan en China años de ocupación y muerte. “Son siglos de conflicto que tienen entre 1930 y 1950 un punto culmen. Fueron épocas muy difíciles para China”, explica Fernando Barbosa, investigador independiente.

Se refiere a la política de expansionismo japonés en Asia que desató la guerra entre ambas naciones en 1931 con la invasión de Japón a Manchuria, en el norte de China, y su posterior intención de anexarse el resto del territorio. Un conflicto que solo terminaría con la rendición nipona tras la entrada de EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial y que dejaría cientos de miles de chinos muertos.

Juegos Olímpicos de Tokio, Japón, 2021, geopolítica con China

“Desde entonces Japón ha hecho cosas que para China y otros países asiáticos resulta humillante”, señala Luna. “Por ejemplo, negar su participación en las invasiones y no reconocer las atrocidades que cometió en pro de ellas”.

Son heridas que supuran ante cada símbolo, por pequeño que parezca. En 2019, sin que el mundo siquiera imaginara aún la pandemia, Corea del Sur pidió que se prohibiera en los escenarios olímpicos el uso de la bandera del “sol naciente”, que muestra un sol rojo con 16 rayos extendiéndose hacia fuera. Kim Bo-young, un funcionario del Comité Deportivo y Olímpico de Corea, señaló que dicha bandera representaba un “pasado militarista e imperialista”.

Los japoneses se negaron, argumentando que la bandera era ampliamente usada en el país y no se consideraba una declaración política. El escenario histórico ya no es el mismo. “Si bien no se puede hablar de una decadencia japonesa, su relevancia internacional cada vez es menor”, señala Luna. “China superó su economía hace poco y ya es la segunda potencia mundial. Y eso afecta el orgullo japonés”, agrega Barbosa. La nación abrazó los Juegos Olímpicos como una plataforma para relanzar el país al mundo.

Un lugar de honor

El camino de Japón para obtener la sede olímpica recibió en 2011 un triple golpe inesperado. El terremoto, el tsunami y el accidente nuclear de la central de Fukushima que contaminó zonas a unos 200 kilómetros al norte de Tokio, manchó la imagen de un país acostumbrado a que lo relacionen con el orden.

El primer ministro de entonces, Shinzo Abe, se vio obligado a asegurar una y otra vez que la situación estaba en control. “Los Juegos Olímpicos pueden ser un evento cualquiera para Londres o París, pero para Japón eran la oportunidad de un escaparate”, señala Luna. “Abe quería reflejar a través del evento a un país pacífico, cooperador, pero a la vez una potencia que merecía un lugar en las instancias internacionales”.

No se puede, tampoco, obviar la inversión económica. “Todo país que se postula a organizar unos Juegos Olímpicos está esperando, también, que el dinero que invierta pueda dinamizar la economía con millones de turistas y contratos de televisión. Es evidente que en este caso no se va a cumplir como lo esperado, porque aún si se hacen, seguramente no va a ir el publico que ha ido en anteriores versiones”, dice Luna. Es posible que las autoridades japonesas, agrega Barbosa, “estén buscando un punto medio”.

Abe renunció en agosto de 2020 a liderar Japón. Problemas de salud lo obligaron a dejar a medio camino el sueño de una mejor posición global para su país. Una de sus últimas escenas públicas sucedió en el santuario de Yasukuni, donde caminó descalzo en honor a los caídos. Ya siendo exprimer ministro, su gesto enfureció a China. Ambos países se cruzan de nuevo en el camino debido a unas justas deportivas. Compiten por definir quién será la nación que inaugurará en ese campo la era postpandemia.

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